Viaje. El Presidente argentino le prometió a Vladimir Putin
convertir al país en ventana libre.
Por Sergio Sinay (*)
Dueño de una incontinencia verbal al parecer irremediable, en su gira por Rusia y China el Presidente argentino le ofreció a Vladimir Putin convertir al país en ventana libre para que el régimen soviético se afinque en América Latina y lisonjeó a Xi Pin vaticinando la inmortalidad del Partido Comunista como timonel de un venturoso futuro para ese país.
Como Zelig, el memorable personaje de Woody Allen, Fernández parece decidido a fundirse con la identidad del interlocutor de turno, y ser ruso con los rusos, chino con los chinos, senegalés con los senegaleses y, si se diera el caso, marciano con los marcianos. Este síndrome originó aquel desgraciado episodio en el que, ante el presidente español, despreció el origen de mexicanos y brasileños en el afán de hacer confluir a los argentinos con los conquistadores españoles. Se trata de una manera de buscar aceptación que, si bien puede cosechar aprobación entre los allegados, termina por provocar estupor entre los interlocutores e indignación o vergüenza ajena entre vastos sectores de la ciudadanía, que no dejan de manifestarlo en conversaciones presenciales o a través de las redes sociales.En esta oportunidad ambas zalamerías llegan tarde, porque Rusia tiene y usa otros caminos para enraizar sus intereses más allá de sus fronteras (Argentina no luce hoy como un socio confiable para ningún integrante de las grandes ligas internacionales), y porque el PC chino ha dado sobradas muestras de que no necesita la bendición de Fernández para afirmar su visión, bastante más compleja de lo que el mandatario criollo parece entender. No alcanza con ser aficionado al truco para sentarse en una mesa de póker con veteranos de este juego. En Gobernanza inteligente para el siglo XXI, brillante estudio sobre el modo en que la cultura y los modelos mentales definen los estilos de gobierno en Occidente y en Oriente, el alemán Nicolás Berggruen (fundador del think tank que lleva su nombre) y el estadounidense Nathan Gardels (codirector del Berggruen Institute y columnista frecuente de The New York Times y el Washington Post entre otros medios internacionales) señalan algunos puntos esenciales que acaso se les hayan pasado por alto al presidente y a su canciller, además, claro está, del gobernador de Buenos Aires y del intendente de José C. Paz, miembro de la comitiva y confeso especialista en la distribución de droga a través de ambulancias públicas.
Berggruen y Gardels explican que si los planes de los gobiernos autoritarios y no democráticos funcionan es porque, precisamente, no tienen que consensuarse a través de instituciones y poderes republicanos ni explicarse (y a menudo ni informarse) a la ciudadanía. En esos países el poder se concentra, mientras en las democracias el poder se reparte. En Occidente se concibe la democracia como un fin en sí, señalan, en tanto en Oriente se hacen algunas ocasionales concesiones de apariencia democrática solo como medio. Simulación semejante a las sombras chinescas. Imperio de la ley, transparencia, responsabilidad y Justicia son fundamentos del sistema democrático, dicen los autores. Se trata de equilibrar desigualdades, cosa que en China, por ejemplo, se hace por decreto y por mandato del partido. Ni hablar de los métodos de la Rusia de Putin. Presidente de un país en el que los cuatro fundamentos de la democracia nombrados por Berggruen y Gardels tambalean a diario, Fernández, en su adulación de dudosos y por ahora incomprobables frutos, rindió pleitesía a regímenes autoritarios en el momento más inoportuno para el país, si se observa el tablero internacional de hoy.
En la reciente presentación en Madrid de un nuevo libro que escribió con Berggruen (Renovar la democracia), Gardels afirmó: “El aumento del populismo en Occidente, la subida de China en Oriente y la difusión de las redes sociales en todos los lugares ha provocado una crisis y la necesidad de repensar cómo funcionan o no los sistemas democráticos”. Por el momento Fernández y compañía están en otra cosa. Acosando a la Corte Suprema, por ejemplo, o manteniendo en sus cargos a funcionarios que en China hubiesen sido destituidos como mínimo.
(*) Escritor y periodista
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