Por Roberto García |
Se agrega otro infiel al malón de candidatos, un renegado para la historieta: Sergio Massa. Alguien que aspira a lo que hace años pudo ser y no quiso, la gobernación de Buenos Aires (soñaba con la Presidencia). Al menos, es el propósito provincial que le asignan eventuales rivales, en particular otro competidor lanzado, Martín Insaurralde, ya frustrado en otra época a pesar de que Cristina lo había señalado y paseado para esa función.
Lo de Massa afectó su cuartel de campaña para el 2023, transmiten nervios y rabia. Menos tensión se advierte en lo de Máximo Kirchner, Andrés Larroque o Axel Kicillof, también interesados en el ansiado cargo con domicilio en La Plata. Al vástago heredero se lo imaginaba para renovar solo su banca de diputado, pero Kicillof recela de esa alternativa: está convencido que Máximo viene por el sillón que ahora él ocupa y desea retapizar. No le gusta, claro. Ha completado la lectura de algunos libracos sobre la historia de la provincia y justo ahora lo quieren remover. Tampoco se alegra Larroque, quien se cree delegado de La Cámpora para esa alternativa gubernamental y ya mayorcito para ejercer el mando. Esas rencillas del oficialismo hoy se estropean aún más con la nueva variante atribuida a Massa, en apariencia harto de presidir la Cámara de Diputados y persuadido de que Cristina no le confiará el testimonio presidencial. Para ella, él no es tan sumiso como Alberto Fernández.
Primero, quizás Massa empiece a terciar por la titularidad del partido peronista bonaerense a partir de las elecciones confirmadas por la Cámara Electoral —contra la voluntad de Máximo, que auspiciaba una nueva postergación— en cada distrito de la provincia a finales de marzo. No se eligen autoridades desde hace más de 15 años y los nuevos jefes serán quienes determinarán al elegido para la gobernación, no un dedazo femenino. Como ocurrió con el hijo de Cristina, cuya reciente nominación aparece complicada por una pasada denuncia de Eduardo Duhalde, ahora en la Corte Suprema: entre los electores de Máximo hay 12 que no figuraban afiliados al PJ y 7 que estaban inscriptos en otros partidos. Violaron la ley, como poner jugadores de otros equipos para ganar el campeonato. Para colmo, Kirchner hijo debe recuperarse de dos recientes tropiezos: una frustrante intervención parlamentaria que impidió aprobar el presupuesto y, peor, su renuncia a presidir el bloque por discrepancias con lo que se vaya a firmar con el FMI. Para disimular esa falta de alineación gubernamental, el legislador organizó una reunión en un predio oficial con soberbia piscina que controla su asesor Otermin, la semana pasada, y triscó con los jefes municipales explicándole su conducta. Lo escucharon, se prestaron para la foto, pero ninguno firmó adhesiones. Todos ya le han visto la marca en el orillo y no se olvidan que La Cámpora de Máximo, en su momento, diseñó una blitzkrieg para quedarse con las pertenencias de los que fueron invitados al encuentro. Fernando Espinoza de La Matanza puede ser un ejemplo de ese intento de saqueo, un arrebato que aún sigue sin enterrar.
Como si fuera primavera en lugar de otoño, también en el orden nacional germinan con discutible anticipación una veintena de políticos que ya ha confesado su voluntad por candidatearse a la Presidencia en el 2023. Un rasgo caracteriza a esta armada voluntaria: juegan al descarte, al deshecho, se trepan a la pirámide a costa del presunto abandono de la cúpula actual. Léase Cristina de Kirchner, Mauricio Macri y Alberto Fernández. Por razones diversas, el trío se encuentra entre la deserción, el retiro y la erosión. Una fotografía del día, quizás. Aunque el jefe de Estado plantea la renovación de su mandato, más de uno cree que se satisface con la imagen del Billiken por haber sido Presidente, que no le alcanza el combustible para una segunda etapa: protagonista de una obra de un solo acto, ya tiene 65 años, nostálgico, volvió al cobijo de su anterior departamento y a la heladería que tanto le gusta. Para hacer negocios de su actividad, obvio, mientras gana espacio al poner distancia con Cristina en el tema del FMI y busca asistencia en gobernadores e intendentes para aislarla. Aunque de ella juró nunca separarse. Si ha vulnerado su palabra más de una vez, en este caso habrá que creerle: sabe que el divorcio suele ser caro y él ya lo hizo una vez. En todo caso, invita a que Cristina se vaya de la casa. Para ser justos, cada tanto la lisonjea como en sus expresiones sobre Rusia y China, pero al mismo tiempo en estos días revela más planificación política que la mujer que lo instaló en la Casa Rosada.
Lógico. A la Vice la acechan problemas personales que le ocupan día y noche, incomparables frente a las efímeras dificultades de poder de Alberto. Para muchos, su silencio y apartamiento de la internet constituyen una estrategia. Más bien podría ser un elemental olvido de cuestiones mundanas y políticas frente a otras urgencias más serias. Ni siquiera le alcanzan las caricaturas públicas que ofreció Alberto para salvarla (y salvarse) de un juicio por gestiones a favor de Lázaro Báez durante la administración Kirchner. Si hasta podría caberle el falso testimonio: exceso de confianza en su palabra, como si la Justicia fuera una mesa de café. Con menos tensión se muestra Macri por ahora: viajó un día a la reunión de la Coalición opositora, recibe gente en Cumelén, manifiesta voluntad por participar en la campaña y casi todos creen que piensa postularse para el 2023. Si hasta Rodríguez Larreta, dicen, confesó que bajaría su postulación si Macri decide presentarse. Pero en la casa, donde disfruta el paisaje del Sur hasta avanzado marzo, la familia, concretamente su mujer Juliana, le ha planteado la inconveniencia de que no se vuelva a presentar para Presidente. Y en el caso de Mauricio, al igual que Alberto de Cristina, tampoco el ingeniero se quiere separar. Por esas contingencias familiares de Cristina, Alberto y Mauricio hoy asoma un cardumen hambriento.
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