Por Roberto García |
Ayer la excusa era un acuerdo político con el gobernador Arcioni de Chubut para el 2023: viajaron Máximo, Sergio Massa y Wado de Pedro. Celebraban un aniversario de Comodoro Rivadavia, bien cobijado por una familia petrolera que logro un convenio peculiar en tiempos de Néstor. Sin embargo, algunos curiosos estaban pendientes de otro festejo, en rigor una fiestita —sin otras connotaciones— que había pensado el hijo de Cristina por sus 45 años, cumplidos el pasado l7 de febrero, y al cual había convocado a sus íntimos en Río Gallegos. Por razones de horario se pierde el rastro periodístico sobre la realización de ese evento y las derivaciones de una noche entretenida.
Massa era clave por su influencia sobre Arcioni y De Pedro esta con los rulos puestos: sabe que no será candidato a Presidente en la próxima elección, pero imagina que puede colar como vice en la nómina. Por su parte, el vínculo renacido entre el titular de la Cámara de Diputados y Máximo indica que algo se mueve en el interior del oficialismo: el mismo Massa reconoce que si él hubiera intervenido, el heredero K no hubiese abandonado la titularidad del bloque y generar, con ese acto, uno de los mayores quiebres de la coalición de Gobierno. Pregona: no nos podemos pelear, si insistimos en la división interna, vamos a perder con los de afuera en los próximos comicios. Palabras para Máximo, para rivales y para sí mismo.
Opera en esa dirección y para evitar que se amplíe la divisoria de aguas entre Alberto Fernández y su Vice, para muchos explosiva y explícita en la futura sesión legislativa en la que cada sector habrá de votar sobre el acuerdo con el FMI. Hacia mediados de marzo. La nueva relación con Máximo avanza en ese sentido y, al propio mandatario, le ha reclamado que habilite al ministro de Economía para que asista a su Cámara y responda a las inquietudes cristinistas y opositoras (que vienen a ser lo mismo) sobre el proyecto de entendimiento con el FMI. Es decir, continuar la gran farsa oficialista de que todos se mantienen unidos aunque disientan más que los de Ríver con Boca. Alberto, por ahora, se resiste a que Guzmán vaya al Congreso, considera poco gratificante esa breve estadía en que una treintena de camporistas puede dedicarse a vapulear y manosear a su ministro, como hacen desde varios meses atrás los obedientes de Cristina que ocupan el instituto Patria.
No se sabe si el Presidente adquirió cierta autonomía o su Vice se abstiene en el silencio, encerrada en sus propios padecimientos familiares. Pero en la última etapa, y a partir de la negociación con el FMI, zozobraron las promesas de Alberto sobre no repetir errores del pasado y que nadie lo convenciera de que se vuelva a pelear con Cristina. Claro, a menos que ella lo decida. Insuficiente declaración presidencial: ninguna póliza garantiza ese ortopédico maridaje, no cotiza valor en el mercado. Tampoco se le concede energía a la pretensión de Massa por remedar un Tratado de Tordesillas como el de Castilla y Portugal para dividirse el continente, o la imitación de otro reparto semejante al de Yalta entre peronistas. Aun así, estos protagonistas del subdesarrollo son capaces de alabear con el Fondo, sin romper entre ellos, el cumpleaños feliz de Máximo quizás lo demuestre, no debe ser grato para él el destino legislativo de compartir tragos finalmente con Del Caño, la Bregman o la idiocia en la herencia del PC que, además, lo desprecian no solo por pequeño burgués. Solo responde, en ese arco, a los que rociaron con nafta intelectual a los Rodríguez Saa con el default, una parte de la historia que se ha ocultado con esmero. Tampoco le disgusta, como a su madre, que Alberto no se haya vuelto un títere de USA, que protege las cajas de La Campora y también algunos cercanos de visible inconsistencia: el Cabandié que sabe más de tres ambientes que de medio ambiente o la incurable romántica de Luana, una Madame Bovary de la secta.
Se advierte esfuerzo para conservar —palabra tan identificada a Perón— la ficción de la unidad. Al menos frente al acuerdo con el FMI. Más complejo será otra complicación política poco señalada: la certeza de que las elecciones en la provincia de Buenos Aires no se realizaran con las nacionales, se podrían anticipar a marzo del 2023. Esa jugada, manifiesta en la reciente sociedad de Máximo con Martín Insaurralde, acompañada por la elección a finales de marzo de los intendentes como jefe distritales del PJ, abre un abanico de alternativas. En principio, lo parte a Alberto con sus iniciativas para ser reelegido, le otorga libertad a los barones del conurbano para optar por lo que deseen y, se presume, podría ser una santuario para Cristina (como senadora por la primera minoría, la segunda o la tercera, a lo que llegaría aun perdiendo) y su hijo renovando en Diputados. Final para Kiciloff, ya que Insaurralde va por la gobernación. Esa grieta entre ella y el no podrá ser salvada ni por Massa, se integra al outlet de la política y, como suele ocurrir con la Argentina, como todo será peor tal vez acierte el cristinismo y entonces le eche la culpa a Alberto.
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