Por Gustavo González |
En la última semana, en el oficialismo se volvió a releer el reportaje que Alberto Fernández le concedió a Jorge Fontevecchia hace poco más de un mes. La explicación desde el albertismo es que “lo que Máximo hizo confirma todas las prevenciones que Alberto mencionaba en esa nota”.
Aviso. La entrevista con PERFIL había tenido tres ejes que recobraron actualidad: 1) la necesidad de un acuerdo rápido con el FMI, 2) el aviso de que ya no habría más dedo de Cristina para elegir candidato en 2023 y que él mismo se podría presentar, y 3) la explicitación de sus diferencias con La Cámpora.
Sobre el tercer punto, Fernández dijo: “En el espacio tenemos extremos. Hay desconfianza y no tengo la solución”. También había marcado su distancia económica con el camporismo. Usando palabras de Néstor Kirchner, les reprochó: “Muchachos, no joroben más, el superávit no es un problema de izquierda o derecha, es de sentido común”. Señaló que “no es fácil” superar la imagen negativa de ese sector en parte de la sociedad, que el Frente de Todos perdió las legislativas por haber asumido su discurso más extremo y que “la Argentina está llena de dogmáticos que viven en un lado y otro de la grieta”.
Un día después de la publicación, en una cita en Olivos junto al Presidente y la bancada completa de diputados, Máximo Kirchner dijo que su madre no estaba molesta con la nota y qué él mismo recomendaba su lectura. Aunque sorpresivamente avisó que cualquiera podría ser presidente del bloque sin necesidad de que lo siguiera siendo él.
El miércoles 26 de enero, dos días antes de anunciarse el entendimiento con el Fondo, AF se reunió con MK para convencerlo de que el acuerdo era lo mejor para el país. El domingo pasado, Horacio Verbitsky contó que Máximo le reprochó el mal trato que el jefe de Estado le dispensaba a su madre, además del siguiente reclamo: “Le hiciste perder las elecciones de 2017 y te ayudó a llegar a donde estás (…). Y te aclaro que yo no estuve de acuerdo con tu candidatura, así como no apruebo ahora esta negociación. Por eso, creo que te va a ir mejor con ella, que es la jefa de ese espacio político.”
Auditoría. Esta semana renació en el albertismo (que no existe, pero que lo hay, lo hay) la misma sensación de conquista que apareció tras la carta de CFK y las renuncias post PASO. Están convencidos de que las posiciones extremas colocan al Presidente “en una zona de razonabilidad que la sociedad pide”.
Formalmente, en La Cámpora sostienen que su líder solo intentó dejar las manos libres del Gobierno sobre el acuerdo y ratifican que su madre no compartió su renuncia, aunque sí la crítica a la negociación con el Fondo. También afirman que “nadie quiere debilitar al Presidente ni romper con el Frente de Todos”.
En efecto, el tono de la renuncia fue notoriamente más moderado de lo que expresan en off y en las horas siguientes no hubo otros referentes de la agrupación que se sumaran al conflicto. Hasta ahora, tampoco en la página oficial del camporismo apareció una nota crítica ni se reprodujo el texto de su jefe.
Pero puertas adentro el tono es más duro. El primer apuntado es Martín Guzmán. Afirman, literalmente, que el ministro les mintió a todos en el oficialismo. “Todos” incluiría a Cristina, a Massa y hasta al propio Presidente. Juran que el ministro nunca, hasta horas antes del anuncio del preacuerdo, había dicho que se le daría al organismo la potestad de auditar cada tres meses el cumplimiento de las metas: “Él siempre nos habló de reestructuración de la deuda, no de refinanciación con la auditoría trimestral del Fondo”. Acusan que Guzmán “todo el tiempo prometió un resultado mejor que el que se conoció”. En el massismo sostienen lo mismo.
En Economía responden: “Las revisiones trimestrales son las habituales en este tipo de acuerdos. Es como que se sorprendan porque el dulce de leche lleva leche”.
Dos grupos. Son los ruidos cada vez más fuertes de esta primera experiencia en el poder de una alianza multiperonista sin liderazgo hegemónico. A medida que pasan los meses se van rearmando dos grupos mayoritarios dentro de la coalición: el peronismo propiamente dicho y el cristinismo.
El primero es un grupo heterogéneo compuesto por peronistas tradicionales y la diáspora del kirchnerismo. Lo integran quienes se referencian en Néstor Kirchner, desde el propio Presidente a ministros como Aníbal Fernández, Katopodis y Zabaleta; gobernadores alineados con el oficialismo, como Uñac y Perotti; o no alineado, como Schiaretti; intendentes como Gray o Ishii; sindicalistas como los que lideran la CGT; y líderes de movimientos sociales como Pérsico y Navarro. Sergio Massa es un aliado natural de esta corriente de pensamiento, aunque intenta el rol de equilibrista entre los sectores en pugna.
El cristinismo se construye alrededor de la figura indiscutida de la vicepresidenta. La Cámpora es su estructura más organizada y cuyo poder radica en el control de importantes cajas del Estado, como la de Anses; y una organización territorial en crecimiento, con intendencias en Buenos Aires, Tierra del Fuego, Chaco, La Pampa y Corrientes. A ese armado se suman los que reconocen el liderazgo de la madre, pero no del hijo, como Axel Kicillof. También la nueva agrupación “Soberanxs” de Boudou, Mariotto y Alicia Castro.
A los peronistas los une la creencia de que el poder electoral del cristinismo ya no le volverá a alcanzar para ganar por sí solo una elección y que, si perdiera las cajas que controla, también perdería influencia política.
Los seguidores de la vicepresidenta están convencidos de que, sin su apoyo, a nadie en el FdT le alcanzaría para vencer. Ni para gobernar. Máximo y Cristina saben que siguen traccionando el mayor porcentaje de votos cautivos del país: lo que hicieron esta semana fue una estrategia para cuidar ese electorado.
Él resguardando el legado, ella mostrándose como garantía de gobernabilidad. El “legado” es el relato de la “década ganada” que para sacarse de encima al FMI supo pagarle hasta el último peso de la deuda. La “gobernabilidad” es la representación del sacrificio de una líder que, a pesar de coincidir con su hijo en que el acuerdo arriesga la recuperación económica, privilegia el orden institucional por encima de todo.
El martes 1° de febrero, un día después de su renuncia, Máximo Kirchner fue a cenar con Massa y el estado mayor del peronismo legislativo. No habló de legado, de gobernabilidad ni del Fondo. Comió y vio el partido de la Selección. Se lo notaba relajado. Sin la sensación de haber jugado con fuego en un país que siempre parece al borde del incendio.
Límites del pragmatismo. Además de construcciones políticas y mitológicas distintas, el peronismo y el cristinismo plantean modelos económicos diferentes.
Hacen esfuerzos por aparecer unidos en luchar contra el neoliberalismo y su encarnación Mauricio Macri, pero no coinciden estratégicamente en temas de fondo, como hasta dónde debe llegar el rol del Estado ni la ubicación geopolítica de la Argentina.
Plantean tácticas diferentes para enfrentar problemas como deuda, déficit, inflación e inseguridad. Y tienen visiones institucionales encontradas sobre cuál debe ser su vínculo con el establishment, la prensa o sobre qué hacer con la grieta.
Es razonable el esfuerzo cotidiano de sus respectivos líderes por tragar sapos ante el riesgo de romper su alianza. Y es cierto que no les había ido bien con el dogmatismo que llevó a Alberto a ser anticristinista y a Cristina a creer que sin el peronismo podía ganar. El pragmatismo, en cambio, los condujo al poder.
La duda es cuánto pragmatismo más están dispuestos a aceptar antes de dejar de ser lo que de verdad son.
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