Por Marcos Novaro |
El novel jefe de la bancada oficial de Diputados, Germán Martínez, es una suerte de versión inexperta y deslucida de lo que en su momento fue Miguel Ángel Pichetto, y más recientemente fue el actual presidente: se ofrece a todos los sectores del arco peronista como un desinteresado garante de los intereses comunes, vela por la “unidad en la diversidad” y pone especial esmero en advertirles a sus interlocutores sobre la inconveniencia de que se intensifique la lucha facciosa y se abandone a su suerte al Ejecutivo, que sigue siendo, finalmente, “nuestro gobierno”.
Pero no tiene ni la capacidad de convencimiento ni los instrumentos de presión de los que en su momento dispuso Pichetto, y por breve lapso y más cerca en el tiempo pareció tener Alberto; y encima lo que ofrece como interés común, un acuerdo con el Fondo que es “la menos mala de las opciones posibles”, es demasiado poco atractivo, así que se entiende que el resultado sea también bastante pobre.
Con suerte, el manoseado acuerdo se aprobará, entonces, con la ausencia, abstención o rechazo de no más de una treintena de diputados oficialistas. No los suficientes para que él naufrague en su trámite legislativo. Pero sí para que nazca con debilidades congénitas: como esos legisladores están estrechamente ligados a otros tantos funcionarios camporistas que administran cuotas importantes del gasto público, estarán así dando la señal de que no le va a ser nada fácil al Ejecutivo siquiera acercarse a cumplir lo que se prometa al organismo.
La renuncia de Máximo Kirchner ha sido señal suficiente para cristalizar estas resistencias y debilidades. Pero no solo por el gesto en sí, y la gravitación de quien lo ofreció; sino también por la secuencia en que estuvo inserto y, tal vez lo más importante y paradójico, por la escasa eficacia que parece haber tenido en otro terreno, el fundamental a los ojos de la madre, el hijo y el espíritu santo del kirchnerismo: el de la opinión pública.
Cristina viene impulsando la toma de distancia de su sector respecto a la “gestión de Alberto” desde que le agarró cariño al género epistolar, en medio de la pandemia, y los resultados de las políticas oficiales se volvieron más y más decepcionantes.
Sus primeras cartas contuvieron, recordemos, críticas puntuales, a este o aquel funcionario, mientras que las últimas apuntaron directamente a responsabilidades generales del propio Presidente “por no haberla escuchado”. Fue porque ninguna de esas cartas alcanzó para convencer a los ciudadanos de que ella no tenía nada que ver con las desgracias que cotidianamente viene administrando su excompañero de fórmula que se pasó, a mediados del año pasado, de las palabras a los hechos. Primero con la resistencia a aceptar la remoción de funcionarios camporistas, y luego de las PASO, con la renuncia en masa de una larga lista de funcionarios aún más encumbrados, entre ministros y secretarios. Pero eso tampoco alcanzó: las listas oficialistas igual cayeron derrotadas en noviembre, incluso allí donde más “platita” se invirtió y los candidatos más firmemente se identificaron con el kirchnerismo, la provincia de Buenos Aires.
¿Qué hizo entonces Cristina? Siguiendo la costumbre, aumentó la dosis. Es lo único que atinan a hacer las cabezas pensantes del sector cuando las cosas no salen como esperaban. En ese marco hay que interpretar la última misiva de la vicepresidente, de mediados de enero, y la renuncia de su vástago, unos días después: fueron dosis recargadas de la misma medicina que venían aplicando desde un año antes, concebida para alejarse del Gobierno, sin dejarlo del todo, seguir disfrutando los beneficios de ser oficialismo, sin su cada vez más pesada contracara.
¿Va a funcionarles? Las encuestas recientes están indicando que no. Hasta Alberto mejoró un poco su imagen tras el portazo de Máximo, pero ni este ni su madre levantaron cabeza. Al contrario, siguen atravesando una pésima racha que afecta incluso su relación con sectores de su llamado “voto duro”, en el que la suba de precios hace estragos y la falta de empleo y la inseguridad galopante del conurbano terminan de caldear los ánimos.
¿Qué es lo que cabe esperar entonces para los próximos meses? No hay mucho espacio para ser optimistas. Lo más probable es que insistan con la misma receta, tanto en relación al acuerdo con el Fondo, como en general al manejo de la economía, culpando al eje Alberto-Guzmán de haber traicionado el programa con el cual asumieron, y por el cual ellos, los kirchneristas, los hicieron elegir. Y el problema va a seguir siendo el mismo: como difícilmente eso alcance para convencer a muchos votantes, madre e hijo estarán tentados de subir la apuesta, plantearle más y más seguido y en forma cada vez más contundente sus “diferencias” a Alberto y sus funcionarios.
Claro, nada de esto significa que el polo kirchnerista no se esté saliendo con la suya en algún área relevante de la gestión. Sería un error pensar que ellos prefieren que no se firme con el Fondo, incluso en los bastante malos términos para sus intereses electorales a que arribó Guzmán. Saben que lo que se firme no les impedirá volver a imponer sus preferencias en el tema tarifas, por caso, y hacer trastabillar el programa acordado apenas arranque. Pero aun los módicos aumentos que se aprueben, con la ridícula segmentación que los acompañe, generarán resistencias y malhumor entre los consumidores, y ya se sabe que los funcionarios kirchneristas no están para lidiar con ellos, solo para descargarlos en otros: cuando no esté Macri a mano, en las espaldas de Alberto y Guzmán.
De allí que tampoco convenga tomarse muy en serio que “los K quieren la cabeza del ministro”. ¿Para poner a quién en su lugar? Seguro no a uno más de su palo, que tenga que lidiar con el despelote y del que sea más difícil despegarse. Tampoco tendría lógica buscar alguien aún más dócil ante sus exigencias: la verdad es que sería difícil encontrarlo. Guzmán ha seguido al pie de la letra la máxima radical, al revés, demostrando que puede doblarse todo lo que le exijan, pues por nada del mundo quiere romperse.
Alberto, por su parte, será un iluso, pero esta dinámica la entiende: de allí que, como no se le permita darle un abrazo a Cristina, opte en estos días por dárselo al menos a la Volnovich; y por hacer la mejor letra posible como testigo contra el lawfare. Cualquier precio es módico a la hora de “preservar la unidad”, que equivale, desde su punto de vista, a que no lo dejen solo atajando penales.
El asunto crítico y decisivo es, con todo, que este proceso que encadena problemas crecientes de gestión, esfuerzos de diferenciación dentro del oficialismo, malos resultados en la opinión pública, mayores gestos de diferenciación y agravamiento de los problemas de gobierno, se va a seguir profundizando. Y a mayor velocidad a medida que se acerque el fantasma de 2023.
Con cada revisión trimestral del Fondo habrá ocasión para que Máximo y los suyos marquen sus diferencias, su desacuerdo, frenen una decisión presidencial o impongan una propia que la contradiga. Y el ejemplo cunde: si lo hace Máximo, con el aval indudable de Cristina (otra ridícula versión de esas que la señora se ha ocupado últimamente en difundir fue que ella no estaba de acuerdo con la renuncia de su hijo, como si estas cosas se manejaran con mínima autonomía en una empresa absolutamente vertical como es el kirchnerismo: claro que si tenía que hacer el papel de adolescente irresponsable, era conveniente que se dijera que lo hacía motu propio y no por orden, encima, de su madre), otros querrán imitarlo, ya algunos lo están haciendo, y en distintas direcciones, ellas sí muy difíciles de controlar.
Puede que el grupo Soberanxs sea útil para Cristina y La Cámpora para aparentar que las suyas no son posiciones extremas: hay otras mucho más zarpadas. Más o menos la función que los duros de JxC quisieran que cumpla para ellos Milei. Pero lo cierto es que, como se vio con la marcha contra la Corte, una vez desatado, el malón hace solo su camino, arrastra a más gente detrás, y va moldeando el territorio a su paso. Limitando las posibilidades de hasta mínimos espacios y canales de conciliación: de hecho, hoy ya ni Alberto ni nadie en el Ejecutivo tienen la menor chance de recomponer el diálogo con los jueces del tribunal supremo, y es probable que esto siga siendo así hasta el final del mandato.
Otros que se han sentido liberados por el portazo de Máximo actúan, además, abiertamente en contra de la unidad ya no solo del gobierno, sino del propio kirchnerismo. Es el caso de Sergio Berni, que decidió seguir el ejemplo de Guillermo Moreno y se declaró “exkirchnerista”.
No está muy claro qué significa eso, ni si alguno de estos ex “hombres fuertes” del proyecto lograrán algún arrastre. Pero dan la pauta de que la dispersión está abierta como posibilidad, y que puede alimentarse de los propios esfuerzos del núcleo duro oficial por hallar una salida a los dilemas en que la mala gestión del FdeT lo metió. La pregunta es siempre la misma: con qué fórmula política, y detrás de qué figuras y lemas se podría armar una opción electoral mínimamente viable para 2023.
Como Cristina no tiene respuesta, todo lo que hace por diferenciarse termina quedando en la nebulosa. Y seguirá siendo así, hasta que se resigne a ser la candidata, o le levante la mano a un gobernador que no espante demasiado.
Esta última es la opción a la que se abrazó en los últimos días Jorge Capitanich, que tiene más chance de generar confianza en las filas kirchneristas que Manzur, aunque tiene aún peor imagen que el tucumano entre los votantes, así que por ahí tampoco es claro que pueda gestarse una salida.
Y mientras más se agita esta falta de horizontes, más candente se vuelve el interrogante para todos los demás actores del drama: ¿qué pensarán hacer el resto de los caudillos provinciales, seguirán esperando a que la tormenta pase, sin asomar la cabeza, desdoblando sus elecciones distritales para conservar su poder y nada más?, ¿o piensan ellos también diferenciarse de la gestión de Alberto, pero sin el apuro que tiene hoy Cristina, dado que imaginan poder disipar en mayor medida y con más facilidad que ella su responsabilidad en los problemas del país?
A la sociedad y la política argentinas les vendría muy bien saber qué tipo de oferta va a brindarles el peronismo para 2023 y lo que siga a continuación. Pero puede que cuando esa oferta se empiece a delinear, lo haga bajo el signo de la dispersión, y produzca un vaciamiento de apoyos al gobierno en curso, reduciendo sus ya de por sí escasas capacidades para mantener mínimamente en orden la economía.
Si lo único que ofrece el Presidente para contrarrestar este proceso es la insostenible promoción de su propia reelección, y el resto de los actores atiende su propio juego mirándose el ombligo vamos a estar pronto en problemas aún más serios que los que ya tenemos.
© TN
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