domingo, 9 de enero de 2022

Usurpador del Defensor

 Por Javier Marías

Desde hace años echo un vistazo a la sección Defensor o Defensora del Lector (y supongo que de la Lectora, duplicación absurda que de momento no ha aparecido: gracias). Me provoca curiosidad ver de qué se quejan quienes compran este diario, y a veces me quedo atónito, como el pasado 19 de diciembre. Bajo el título “Recalcitrantes reductos sexistas”, Carlos Yárnoz atendía a los lamentos o invectivas de ocho corresponsales, todos varones, bien disgustados bien furiosos por “intolerables titulares” o frases detectados en EL PAÍS. 

No tengo ninguna intención, claro está, de usurparle el cargo a Yárnoz, a quien profeso simpatía, y además yo no serviría, pues, a diferencia de la suya, mi paciencia es escasísima ante la tontuna. Pero me voy a poner en su lugar por un día, ya que la mayoría de las cartas de esos ocho lectores estaban inspiradas por una ignorancia continental si no oceánica; o por la falsedad; o por el exceso de celo en sus labores policiales. Quien va en busca de sospechosos los encuentra por doquier; los maniáticos del orden estudian sus mesas para comprobar si alguien les ha cambiado algo de sitio; los enemigos del “sexismo” lo verán hasta en el más ridículo detalle. Esto último fue lo sucedido el 19 de diciembre.

Varios de los lectores consideran “bochornoso” que se llame a figuras públicas femeninas por su nombre de pila (“Yolanda”, “Corinna”, “Cayetana”, etc), lo cual “implica un subliminal mensaje de falsa cercanía o subordinación”. La subordinación es discutible: a los oficinistas lo habitual era llamarlos por el apellido (“Oiga, Rendueles, tráigame ese informe”), y los aficionados a Downton Abbey habrán observado que en la Inglaterra más pija se hacía lo propio con todo el servicio, desde el mayordomo hasta la pinche. Así que dirigirse a alguien por el nombre de pila hace mucho que se convirtió (aunque falsamente a menudo) en una señal de respeto y de que el trato es de tú a tú. Es mendaz afirmar que sólo a las mujeres se les da el nombre de pila. Sin salirnos de hoy, he leído numerosas piezas en las que a García Egea, el segundo del PP, se lo tilda de “Teodoro”, e incluso se habla de la “teodorocracia” imperante en su partido; y se ha hablado no poco de “Pedro” y “Pablo”. El Presidente González fue “Felipe” hasta la saciedad. El Premio Nobel Jiménez fue siempre “Juan Ramón”, como García Lorca fue y es “Federico” y Gómez de la Serna fue y es “Ramón”. Curro Romero casi nunca fue “Romero”, sino “Curro” las más de las veces.

Los motivos para que un nombre supla al apellido son variados, y nada tienen que ver con el “sexismo”. Si un apellido es corriente, como Díaz o García, es lógico que se recurra a “Yolanda” o a “Teodoro”. De otra forma no se sabría de quién se habla. Asimismo, cuando hay dos apellidos y uno es más común que otro, ya sabemos lo que pasa: ¿tendría que ofenderse Núñez Feijóo porque se lo llame “Feijóo”? ¿Tendría que ver feminismo irreverente en que se recurra a su línea materna? ¿Es inadmisible que nos refiramos a “Moratín” en vez de a Fernández de Moratín, a “Valle” en lugar de a Valle-Inclán? Respecto a los escritores antes mencionados, si fueran “Jiménez”, “García” y “Gómez”, ¿sabríamos de quiénes se trata? La costumbre se remonta a siglos atrás: ¿hay “sexismo” por decir “Miguel Ángel”, “Rafael”, “Leonardo”, “Dante” o “Tiziano” en vez de Buonarroti, Sanzio, Da Vinci, Alighieri y Vecellio di Gregorio, respectivamente? En ocasiones, si los apellidos son largos o complicados, se echa mano del mismo expediente, y recordemos que cuando “Corinna” se hizo famosa, se apellidaba Zu Sayn-Wittgenstein; así que “Corinna” se la bautizó y con “Corinna” se quedó, eso es todo.

Alguna queja me resulta incomprensible. Será defecto mío, pero no entiendo por qué el titular “La ex-esposa de Jeff Bezos se casa con un profesor” es “impropio” y “una vergüenza”. ¿Alguien conoce la identidad de esa ex-esposa? Casi nadie. ¿De qué otra manera, pues, se podría haber dado semejante noticia (bueno, lo mejor es que no se hubiera dado)? Para mí es como si se dijera “El ex-esposo de Meryl Streep se casa con una bióloga”, única forma si se ignora quiénes son el ex-esposo y la bióloga. Otros quisquillosos se enfadan (“De vergüenza”) por el escaso espacio dedicado al deporte femenino, sin tener en cuenta que el masculino, al menos en fútbol, ciclismo, baloncesto y F-1, es seguido por muchísimas más personas. La queja resulta sangrante e irónica si se piensa que precisamente EL PAÍS, con afán enternecedor rayano en la caricatura, llena páginas y páginas con méritos de mujeres. Otros polis han mirado la mancheta con lupa y se han indignado al comprobar que en ella figuran trece hombres y cinco mujeres. Estos cómputos sí que son “sexistas”. Lo es estar contando el número de varones y mujeres en todo, como si no perteneciéramos a una única especie y no fuéramos todos iguales, y no resultaran indiferentes, por tanto, las cantidades de un sexo y otro. Esta manía que nunca termina sí que es “recalcitrante”, además de nociva e idiota. Eso sí, a mi no “sexista” parecer.

© El País Semanal

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