miércoles, 5 de enero de 2022

País de sobrevivientes

Covid. A una pésima política sanitaria se le agrega la manipulación y escamoteo de vacunas. 

Por Sergio Sinay (*)

La última semana de diciembre de cada año acentúa en una masa crítica de argentinos la certeza de haber sobrevivido. Más allá de diferencias en pensamientos e ideologías, en elecciones y decisiones particulares y personales, quizás haya acuerdo entre los ciudadanos de a pie en que éste es un país de sobrevivientes. 

Se cierra el balance de cada año habiendo subsistido a los desvaríos, transas y malas prácticas (voluntarias o involuntarias) de los sucesivos gobiernos, a las pifias de los ministros de Economía, a los trabajos perdidos, a los proyectos postergados o fracasados, a las promesas incumplidas, a las penurias económicas y, en los dos últimos años, también al covid-19, que a su peligro original agregó en nuestro país una pésima política sanitaria, manipulación y escamoteo de vacunas (que faltan aquí, pero sobran para regalar a Bolivia) y manejo clientelista de las medidas de prevención: hay cosas que se prohíben o se permiten, según se trate de un período electoral o vacacional, o según haya que ponerle anabólicos al consumo para darle oxígeno a una economía en estado de coma. La naturalización de la supervivencia por cualquier medio y la conversión de ésta en modo de vida instala la creencia de que los argentinos somos especialmente creativos, ingeniosos y capaces de sorprender y admirar al mundo con los recursos que sacamos de la galera. Pero, contra nuestra imaginación, el mundo no está pendiente de nosotros y, mientras hace su vida, nos va dejando atrás, cada vez más lejos. Aun así, compartimos con todos los seres humanos una mente adaptativa muy superior a la de otras especies, hecho que dio a la nuestra una gran ventaja evolutiva. Los humanos creamos atajos cognitivos que nos permitieron sobrevivir en las cavernas, como explica la psicóloga española Helena Matute, directora del Laboratorio de Psicología Experimental en la Universidad de Deusto en su libro Nuestra mente nos engaña. Pero, siguiendo a Matute, hay que advertir que “en la actualidad, y sacados de contexto, esos atajos pueden ser letales”. Durar como sobrevivientes nos devuelve a sesgos casi prehistóricos, como es el de consenso grupal, que consiste en buscar pertenencia a un grupo y considerar a esa pertenencia como seguridad y protección. Desarrollamos este sesgo en dos dimensiones. Una es imaginarnos a los argentinos como más astutos e inteligentes que el resto de la humanidad (lo que nos lleva a frecuentes papelones en diversos escenarios internacionales a cargo de presidentes, deportistas, famosos de cabotaje y ciudadanos rasos). Y la otra agruparnos según preferencias políticas, deportivas, musicales, gastronómicas, generacionales, etcétera, para cavar, a partir de ellas, profundas grietas que fragmentan el cuerpo social, crean enemistades y resentimientos incurables y nos privan de energías y recursos mentales necesarios para diseñar visiones comunes y generar un medio ambiente vincular y emocional en el que cada vida pueda vislumbrar su sentido.

Helena Matute vuelve sobre la idea de ruido y señal, tan cara a su admirado Daniel Kahneman (autor de Pensar rápido, pensar despacio), el psicólogo israelí que ganó en 2002 el premio Nobel de Economía al impulsar con sus investigaciones la Economía del Comportamiento. Cuando nos salimos de los sesgos (atajos a menudo disfuncionales de la mente) podemos encontrar señales orientadoras en las circunstancias que vivimos. Y esas señales son más claras cuando tenemos una idea precisa de hacia dónde queremos ir y para qué. En caso contrario se convierten en puro ruido. El ruido en la toma de decisiones recuerda Matute, sobreviene cuando en un grupo cada uno señala una dirección diferente y nadie tiene la menor idea de dónde está el norte. Como dice el gato de Cheshire en Alicia en el país de las maravillas: “Si no sabes a dónde quieres ir cualquier camino te lleva”. Para empezar a vivir en lugar de sobrevivir una buena pregunta (individual y colectiva) es a dónde queremos ir y para qué. La respuesta no vendrá, según están las cosas del Gobierno (Dios nos libre) ni de la oposición (Dios nos vuelva a librar).

(*) Periodista y escritor

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