Por Gustavo González |
Imagínense un barco en el que el capitán y la tripulación son elegidos por los pasajeros entre aquellos que, se supone, son los que saben llevar barcos a buen puerto. Imagínense, además, que ese barco se llama Argentina y que corre el riesgo de chocar con un iceberg.
La cuestión es que la actual conducción de la nave tiene un plan de salvataje que no es compartido por la tripulación que hoy no está al mando. Y entre unos y otros intercambian acusaciones sobre quién es el culpable de lo que pasa.
El dilema que se plantea es el siguiente: sin la ayuda de todos, el barco chocará; pero la tripulación que hoy no está al mando, cree que, si acompaña el plan, la nave igual chocará. Con el agravante de que ellos serán corresponsables de las consecuencias.
Puerto 2023. Éste es el dilema que enfrenta a oficialistas y opositores. Todos dicen estar de acuerdo en que no habrá futuro si no se firma un acuerdo con el FMI que evite el default. El Fondo, a su vez, exige que el plan que el país presente cuente con el consenso mayoritario del arco político. Pero hoy el problema ni siquiera es el consenso, sino la incapacidad para generar un marco de diálogo que permita alcanzar ese consenso.
Hay un problema adicional para resolver el dilema del barco: no todos entienden lo mismo con aquello de “llegar a buen puerto”. El puerto, para muchos oficialistas y opositores, solo es 2023.
Entre estos últimos, el viaje empezó el día después de ganar las legislativas. Desde entonces, cada paso que dan, sobre todo cuando se trata de la relación con el Gobierno, es medido en función del mejor posicionamiento frente a los rivales internos.
Horacio Rodríguez Larreta fue el único mandatario opositor que no aceptó ir al acto en la Casa Rosada ni enviar representantes. La crítica oficialista apuntó al ADN dialoguista del líder opositor: “Siempre habla de acuerdos, pero cuando se lo llama a dialogar, no viene.”
Larreta prefirió no hablar del tema para no entrar en la lógica que plantea el Gobierno, pero aceptó hacer una breve excepción con PERFIL:
—¿Por qué no aceptó ir a la convocatoria?
—Soy consistente con lo que siempre dije, los temas de índole institucional, en este caso las negociaciones con el FMI, deben debatirse en el Congreso. Así lo planteó el Gobierno en su momento, inclusive con una ley de marzo de 2021 que acompañamos. Dicho esto, a la reunión a la que me convocaron el miércoles 5, no habían sido invitados los jefes de bloques parlamentarios de Juntos por el Cambio.
—¿Cómo se resuelve el dilema de que si un opositor va a la convocatoria puede ser visto como corresponsable de un mal acuerdo, pero si no va, ese acuerdo puede no suceder y ser peor para el país?
—El responsable de la negociación con el FMI es el Gobierno Nacional. Eso es independiente de que vaya a una reunión o no.
Cuentan que uno de los gobernadores radicales que envió representante a la Rosada, le mandó un mensaje a Larreta pidiéndole que no se dejara influir por los halcones del PRO “que quieren hacer estallar todo”.
Es que en el macrismo, la carrera presidencial la encabeza Larreta, pero ya tiene una competidora explícita, Patricia Bullrich, y otro en ciernes, Mauricio Macri. Quienes concurrieron a la cumbre del jueves de Juntos por el Cambio, presenciaron esa pugna en una interna en la que la dupla Bullrich-Macri apareció con una virulencia similar a la que usa Javier Milei, mientras que los radicales se mostraron más abiertos al diálogo y Larreta intentó caminar entre unos y otros.
Internas. Todos miran a 2023. Unos, como Larreta y el radicalismo, creyendo que la sociedad votará a un moderado y que sería suicida asumir un país convertido en tierra arrasada. Otros, como Bullrich y Macri, que están convencidos de que solo serán elegidos si se muestran más duros. A tal punto están decididos a extremar esa posición que cada día se acercan más a Milei (“zurdo de mierda, te puedo aplastar” –le dijo a Larreta). Bullrich y Milei acaban de firmar juntos un proyecto de ley.
Los otros mandatarios provinciales (Morales, de Jujuy; Valdes, de Corrientes; y Suárez, de Mendoza) primero rechazaron la convocatoria, pero luego aceptaron enviar representantes. De los tres, es Morales quien, como Larreta, tiene aspiraciones presidenciales. Se dice que la mayor flexibilidad de Morales se debe a su temor a las represalias de la administración central con su provincia. Pero el principal motor de su decisión también es 2023.
Como titular del partido, cree que la UCR puede volver a gobernar. Por eso quiere mostrarse como alguien que ve a largo plazo y, coincidiendo con Larreta, piensa que será difícil un nuevo gobierno si recibe la “tierra arrasada” de un default. “Parece que algunos no son conscientes del riesgo de que se reproduzca una crisis similar a la de 2001”, advierte Morales.
La Mesa. En ese camino a las próximas elecciones, comienza a aparecer en la oposición un nuevo grupo de poder que cruza al radicalismo y al PRO: la Mesa de los Cuatro. Son los tres gobernadores radicales más Rodríguez Larreta.
Ya hubo tres hechos en los que se sentaron a negociar, más allá de no alcanzar unanimidad de criterios: el rechazo al Presupuesto (que Morales criticó), el Consenso Fiscal (los radicales suscribieron y el porteño no, porque lo inhibía de reclamar por los fondos coparticipables) y la respuesta a la invitación del Gobierno a la Rosada (ninguno de ellos fue y Larreta, además, decidió no enviar representante).
Por estas horas, los cuatro acordaron la necesidad de sentarse a escuchar los detalles del plan de Guzmán. Mientras tanto se quejan de que, a falta de información oficial, se ven obligados a recurrir extraoficialmente a sus fuentes en el organismo.
Lo que esas fuentes les dicen es que el FMI pediría bajar el déficit primario a 2,5% el primer año (no lejos del 3% con el que Guzmán anticipó que terminaría 2021), una pauta de acumulación de reservas “cumplible” de US$ 3 mil millones anuales y la aceptación de una baja de la inflación en forma paulatina. Lo que les transmiten, en definitiva, es una voluntad acuerdista del Fondo en el contexto de un plan de facilidades extendidas de diez años con cuatro de gracia para amortizar capital.
La Mesa de los Cuatro espera que en los próximos días el Gobierno les confirme si esto es así. Aceptarían reunirse en el Congreso, a través de los líderes partidarios y los jefes de bloques. Quieren ser escuchados, aunque con la distancia suficiente para que no parezca que el plan que llevará el Gobierno al Fondo está acordado con ellos: “Debe ser al revés, Guzmán es el responsable de negociar con el Fondo y después traer un preacuerdo para ser aprobado en el Congreso”, explican en la sede del gobierno porteño.
Política. Volvemos al dilema inicial. El Fondo no firmará con la Argentina si el Gobierno no lleva el compromiso de un aval opositor. Pero la oposición no quiere acompañar ese compromiso hasta que el Gobierno traiga un preacuerdo.
Como en La nave de los locos de El Bosco, corremos el riesgo de parecer desquiciados que no son conscientes de lo que les espera.
¿Cómo resolver el dilema?
La filosofía abordó siempre la compleja resolución de los dilemas. La escuela utilitarista recomendaría elegir lo que conviene y, en este caso, lo que le conviene a todos.
Con un oficialismo que cree las condiciones de diálogo para que el plan salga de Buenos Aires con cierto OK informal de los cuatro gobernadores y de los líderes parlamentarios opositores. Sin chicanas y sin obligarlos a comprometerse formalmente con una negociación que es responsabilidad del Gobierno.
Con una oposición que acepte que también tiene la responsabilidad de sentarse a escuchar y ser escuchada. Sin necesidad de dar por cierto el relato oficial sobre los motivos por los que se llegó a semejante endeudamiento.
El dilema se resuelve con política. Y si no se resuelve, 2023 va a ser peor para todos.
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