Por Guillermo Piro |
Probablemente los que no aman los libros sienten ante la visión de una biblioteca lo mismo que sienten los que los aman frente a la visión de un establo: un lugar del que es necesario alejarse prestamente, o al menos un lugar al que, en lo posible, es preferible no entrar. Olores poco familiares repelen al visitante inesperado (eso para empezar). Luego, como suele ocurrir cuando uno visita lugares inesperados, se tiene esa sensación de no saber dónde pararse –o sentarse–: todo parece estar imbuido de un aura de peligro, de todo parece emanar algún peligro.
Para los que aman los libros hay un paisaje enternecedor, apacible y anhelado. Es una foto que, como ocurre muchas en Internet, se ha vuelto viral desde hace años, pasando al olvido y reavivando su presencia periódicamente. Se trata de la fotografía de una biblioteca hermosa, que nadie sabe de quién es, particularmente acogedora, tranquila y reservada; y repleta de libros.
A comienzos de año el escritor Don Winslow compartió una vez más esa fotografía en Twitter, un post que recibió más de 33 mil likes y que fue retuiteado 2.222 veces (qué número adorable). Los comentarios de los lectores remitían a otras bibliotecas igualmente acogedoras y paradisíacas (los lectores imaginan que en el paraíso hay bibliotecas). Hablando de ella con Kate Dwyer en una entrevista publicada por el New York Times, Winslow dijo que le resultaba algo “tan apasionante como un atardecer” y que desconocía a quién pertenecía, arriesgando que debía tratarse de alguien que vivía en un país extranjero. Según algunos debía ser una biblioteca privada ubicada en algún país europeo. Alguien llegó a asegurar que se trataba de la biblioteca personal de Umberto Eco en Milán.
En realidad se trata de la biblioteca de Richard Macksey, profesor de Crítica Literaria y Literaturas Comparadas en la Johns Hopkins University de Baltimore. Macksey enseñó en la Johns Hopkins durante más de cincuenta años y murió en 2019, a los 87 años. Entre otras cosas, en 1966 organizó un gran congreso sobre la crítica literaria y las ciencias humanas en el que participaron varios filósofos célebres, críticos y lingüistas como Jacques Derrida, Roland Barthes, Tzvetan Todorov, Jean Hyppolite y Jacques Lacan (las ponencias fueron publicadas en español en 1972 por el sello Barral con el título Los lenguajes críticos y las ciencias del hombre: controversia estructuralista).
Se estima que la biblioteca de Macksey contenía 50 mil volúmenes. Entre sus libros había algunos ejemplares particularmente raros y preciosos, muchos libros dedicados por autores y colegas amigos, pero también muchas primeras ediciones, como la de Moby Dick, de Melville, Prufrock and Other Observations, de T.S. Eliot, y varias obras de los románticos William Wordsworth, John Keats y Percy Bysshe Shelley.
Luego de la muerte de Macksey, su hijo tuvo que deshacerse de la biblioteca para poder vender la casa. Un grupo de libreros y expertos en conservación empleó tres semanas para clasificar todos los libros y seleccionaron 35 mil obras que fueron destinadas a la biblioteca de la universidad. Los libros restantes terminaron en manos de un librero de la zona.
Los libros se rescatan de las manos del librero para terminar en una biblioteca. Para cualquier amante de los libros imaginar sus libros de vuelta en las manos de un librero es algo que casi linda con la pesadilla. Pero por suerte fueron solo 15 mil volúmenes. Y por suerte Macksey no tuvo que presenciar eso.
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