martes, 18 de enero de 2022

Basta de traumas

 Por Guillermo Piro

Una tarde Virginia Woolf viajaba en tren de Richmond a Waterloo. Una señora que tendría unos 60 años estaba sentada en la esquina opuesta a ella. Woolf la llama Mrs. Brown, pero podía haberse llamado Mrs. Smith o Mrs. Jones. Esa figura inmóvil frente a ella la fascina, al punto de conseguir evocarle historias posibles y hasta inspirarle el comienzo de una novela. Más tarde escribe: “Creo que todas las novelas comienzan con una anciana sentada en la esquina opuesta. Lo que quiero decir es que creo que todas las novelas tratan sobre personas; y que es la creación de los personajes –y no predicar doctrinas, entonar himnos, o celebrar las glorias del imperio británico– lo que ha configurado y ha hecho evolucionar a la novela –tan torpe, tan recargada y poco dramática, tan rica, tan elástica, tan llena de vida”.

Mrs. Brown al final no la llevó a escribir una novela, pero sí un ensayo: “Mr. Bennett y Mrs. Brown”, donde Mr. Bennett es el escritor Arnold Bennett, quien un año antes había reseñado El cuarto de Jacob, acusando a Woolf de que sus personajes “nunca podrían sobrevivir” (lo que molestó a Woolf enormemente). En su ensayo, Woolf analiza las técnicas narrativas de tres conocidos escritores británicos de la época –H. G. Wells, John Galsworthy y el mencionado Bennett– para terminar afirmando que las convenciones estilísticas del siglo XIX ya no servían para describir a los personajes del siglo XX.

En un artículo aparecido en el New Yorker, la periodista Parul Sehgal lleva a cabo un ejercicio similar al de Woolf, preguntándose cómo los autores de hoy tratarían a Mrs. Brown si la tuvieran delante. E imagina que con toda probabilidad esa figura no inspiraría gran cosa, sino que solo transmitiría la impresión de haber sufrido un trauma en el pasado.

Refiriéndose no solo a los libros, sino a todos los productos culturales de nuestra época, Sehgal se pregunta si los traumas no se volvieron ya un cliché. Lo que tendrían en común tantos libros, películas y series sería la constante dirección de la atención y la curiosidad del público hacia el pasado de los personajes, como si la fuente de cualquier historia radicara indefectiblemente en el daño psicológico. El trauma como topos literario, según Sehgal, no debería sorprender a nadie teniendo en cuenta esta noción, tan familiar incluso fuera del ámbito literario. El trastorno de estrés postraumático (TEPT) es, según Sehgal, la encarnación misma del trauma, la cuarta enfermedad psiquiátrica más diagnosticada en los Estados Unidos.

Sehgal se pregunta si, a fin de cuentas, lo que provocó el aumento de los diagnósticos de TEPT no fueron tanto las verdaderas causas, sino nuestra capacidad de individualizarlas y clasificarlas, y si la atención que la vida moderna presta al sufrimiento humano en todas sus gradaciones y al victimismo en general no hizo que el trauma ganara cierto status. En literatura, la atención al trauma se correspondería con el interés por el género testimonial bajo todos sus disfraces. Si durante la Primera Guerra Mundial los soldados víctimas de estrés eran etiquetados como “inválidos morales” y procesados por cortes marciales, hoy el trauma se elevó a un rango tal que otorga a quien lo sufre cierta autoridad moral.

Volviendo a Mrs. Brown, Sehgal concluye que uno de los aspectos más poderosos de su imagen es lo que la imagen no revela, y todo lo que esa ausencia permite. Las tramas exclusivamente basadas en traumas “olvidan los placeres que otorgan no saber, las dimensiones no escritas del sufrimiento”. El misterio de la personalidad, en suma.

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