Por Carlos Ares (*) |
Un país acostado, atado a la vía, escuchando el silbato de 2022 que llega como un tren. El último Mundial de Messi. La última gira de Serrat. Un año más de Alberto y la sonora Matancera. Nada que esperar de los Beatles después de Get Back. Sin contar las cuestiones más personales, este año en principio da para ir tomando por el pico una botella de dióxido de cloro, como hizo Viviana Canosa en la tele.
Fondo blanco, sin pensar, sin entrar en detalles, sin preguntarse por qué Victoria Donda sigue en el Inadi. Por qué De Mendiguren, Massa, Aníbal Fernández, por nombrar a algunos de los que llevan más de treinta años ocupando cargos públicos sin hacerse cargo de nada, también van a estar ahí. Por qué Gabriela Brouwer de Koning, la diputada cordobesa de Evolución-Juntos por el Cambio que se fue a Disney después de asumir, aún no renunció. Los capos sindicales en sus sillones, los empresarios coimeros en sus negocios, los funcionarios coimeados libres, los jueces bajo los crucifijos.
Ya que no hay de dónde agarrarse, a modo de cábala, podríamos reemplazar el cero por otro dos para convertirlo en año capicúa. En un parpadeo adelantamos doscientos años, de 2022 a 2222. En un país de fantasía, donde te retocan el índice de inflación para que sepas que la guita se te acaba el diez del mes por tu culpa, por tu grandísima culpa de gastártela en boludeces, no porque aumentan los precios, ¿cuál sería el problema? Vamos por la grandeza de la patria, la felicidad del pueblo y por los que la tienen afuera en dólares.
¿Qué le hace un relato más a una realidad de ficción donde te reescriben la historia para que te enteres de que los hechos no fueron tal como los leíste según testimonios y documentos, o como los recordás solo por haberlos vivido, sino como ellos te los cuentan ahora?
El Negro Fontanarrosa siempre supo que “el mundo ha vivido equivocado”, menos los que mandan acá. Tomando unos mates, a la sombra de la rebarba de paja en la galería de su tapera, el gaucho Inodoro Pereyra espera que llegue el malón del cacique Lloriqueo a pactar una tregua hasta que “el modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social” no deje a nadie más afuera. “Así es”, confirma el perro, Mendieta, echado a su pies, “porque también los loros quieren pasarla mal”.
Hablando de inclusión, me lo imagino al Negro ahora, susurrándome al oído, ¿podrías decir “el no blanco Fontanarrosa” cuando te referís a mí? Al fin de cuentas, el intento de modificar el lenguaje sin cambiar las causas de la discriminación sería la única novedad si tuviera que contarle qué pasó desde su muerte por ELA (esclerosis lateral amiotrófica) en julio de 2007. Se te extraña mucho no blanco querido. Qué necesidad tenemos de tu amistad, tus cuentos, tus personajes, Inodoro, Mendieta, Eulogia, los indios pampas, la bandada de loros, Boggie, Sperman, Rosa, Best Seller. Qué lo parió, la muerte. Negociemos, don Inodoro.
La corrección de 2022 en 2222 para que resulte capicúa, del catalán capi i cua, “cabeza y cola”, tendría que ser por un acuerdo parlamentario sin oposición. Una vez aprobado, reglamentada la ley, modificados todos los calendarios y documentos públicos, el Estado podría recaudar hasta un diez ciento más en el impuesto de ingresos pedorros por el valor agregado a monotributistas y empresas que, de un saque, tendrían el beneficio de superar de inmediato el cagazo que ahora mismo les depara 2022. El Estado presente te subsidia los ataques de pánico.
Los palíndromos, frases o palabras que se leen igual de izquierda a derecha y viceversa, tipo “Menem”, con perdón del indigesto recuerdo, son a las letras lo que el capicúa a los números. El mítico Juan Filloy, notable escritor cordobés de cuentos y novelas, fue el aficionado más célebre a la aventura de buscarlos. Publicó más de ocho mil. “Es una poesía que se complace en el propio esfuerzo creador y en la alegría del éxito logrado”, explicaba. “Descubrir es una de las funciones más dignas del entendimiento humano”.
“Somos o no somos”, sería el palíndromo justo para 2222, si es que todavía seguimos en duda. Pero, ¿cómo acordar algo en común entre la cabeza y la cola en un país donde decís “buen día” y te contestan “qué mierda tenés en la cabeza, cerrá el culo”.
(*) Periodista
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