jueves, 2 de diciembre de 2021

Los monólogos paralelos

 Discurso. El presidente llamaba al diálogo e insultaba al opositor.

Por Sergio Sinay (*)

Es curioso el modo liviano e irresponsable conque se usa la palabra diálogo mientras se desvirtúa su sentido. Sin ir más lejos ahí estaba el presidente el miércoles 17 de noviembre celebrando una derrota mientras llamaba a un diálogo y, en la misma invitación, insultaba a aquellos a quienes convocaba. Como es habitual en este verdadero maestro en el arte de la contradicción y la negación de lo evidente, ofrecía dos oxímoron (unión de palabras de significado imposible) al precio de uno. Un diálogo no son dos monólogos paralelos, que jamás se rozan ni se tocan. Tampoco un concurso en el cual gana quien grita más fuerte. Y mucho menos una batalla para imponer una opinión sobre otra al precio que sea.

Como señala Martín Buber, al amigo no es necesario decirle (y a menudo ni siquiera explicarle) nada porque “la hora de la mortalidad común y del camino común suenan en sus oídos como lo hacen en los míos”. Y al adversario no basta con mostrarle que ni bien cruce el umbral que cuidadosamente evitó habrá de descubrir lo que ahora niega. “No puedo rechazar su objeción más dura: debo aceptarla donde sea y como sea que me la plantea, y debo responder”. Buber (1879-1965), nacido en una familia judía jasídica de Viena, y fallecido en Israel, fue uno de los grandes pensadores existencialistas del siglo pasado, un infatigable luchador por el encuentro entre judíos y palestinos, y el padre de la filosofía del diálogo, cuyos fundamentos estableció en 1923 en el libro Yo y Tú. Ambos términos, según afirmaba, constituyen un único vocablo porque si se elimina a uno de ellos el otro nada significa. Soy Yo en función de un Tú. Y soy el Tú de quien está ante mí y se percibe a sí como un Yo. Esa palabra primordial (Yo-Tú) no describe una cosa, explicaba Buber, sino una relación, y dicha relación funda la experiencia humana. No hay diálogo sin el otro, no hay vivencia real sin él. Ni siquiera el enfrentamiento es posible si no se piensa conjuntamente, dice en su ensayo titulado Diálogo. “Si queremos conversar entre nosotros y no por encima de cada uno, propone Buber a su adversario imaginario, le ruego que advierta que nada exijo y solo trato de decir que existe algo y de describir cómo está constituido. El diálogo no le ordena nada a nadie”. Lo dialógico, explica el filósofo, no es privativo de intelectuales. Comienza en donde comienza la humanidad, “no conoce negados ni dotados, sino solo los que se entregan a sí mismos y los que se reprimen”.

La filosofía de Buber va mucho más allá de estos conceptos tanto en altura como en profundidad, y concluye en que, según sus palabras, toda vida es verdadero encuentro. Encuentro es relación, y no hay tal posibilidad sin un Tú que se torna presente, es decir percibido y aceptado como tal.

En caso contrario el otro es visto apenas como un objeto, y usado como tal. Por lo visto hasta aquí, por mucho que se fatigue la palabra diálogo, la usen quienes la usen incluso en otros campos además de la política, esos usuarios no demuestran la necesaria inteligencia emocional y espiritual para comprender de qué hablan cuando la mencionan. Ante todo, parecen cultores de lo que el pedagogo humanista brasileño Paulo Freire (1921-1997) llamó anti-diálogo en su libro La educación como práctica de la libertad. “El anti-diálogo no comunica, hace comunicados”, dice Freire. Y eso se debe, agrega, a que “quiebra aquella relación de simpatía entre sus polos, que caracteriza al diálogo”. En su obra capital (Pedagogía del oprimido) el pensador brasileño apunta algo fundamental: “El diálogo no impone, no manipula, no domestica, no esloganiza”. Nada más lejos de lo que hoy y aquí se pretende imponer como diálogo.

En definitiva, dialogar es un arte que requiere práctica, compromiso, buena fe y una dosis esencial de escucha receptiva. No es un juego para fulleros que se sientan a la mesa a la espera de trampear a los otros jugadores. Mientras los verdaderos artesanos sigan ausentes continuaremos escuchando gritos, amenazas, oxímoron o silencios especulativos, pero no receptivos. Monólogos paralelos que se gritan.

(*) Periodista y escritor

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