Por Roberto García |
Navidad con sorpresas: alboroto en la Casa Rosada, amenazas, dimisiones o pedidos de renuncia. Versiones varias:
1) No va más Martín Guzmán. Discusión de Cristina con Alberto esta semana por la continuidad o no del ministro. Al parecer, ella no parece satisfecha con la gestión en Economía ni con el proyecto de Presupuesto que Diputados deshechó en la votación de la semana pasada. Menos con las alternativas negociadoras con el FMI.
Nadie sabe si se inscribió en la actitud opositora que consideró poco sustentable la presentación de Guzmán. O, directamente, lo considera un “dibujo”, como asegura más de un experto en la profesión. Se suponía que ella estaba notificada del contenido de esa exposición. Ahora hay reservas sobre ese conocimiento. Alberto, mientras, intenta preservar a su ministro ante cualquier vendaval: se diría que es el único con el que guarda un secreto desconocido para otros.
2) También tambalea la permanencia de Juan Manzur en la Jefatura de Gabinete, luego de una ríspida confrontación, en este caso con su jefe y mandatario. Hace un par de semanas que la relación entre ambos se desbarrancó. El tucumano, además de quejarse por operaciones en su contra provenientes de la cercanía presidencial, venía planteando exigencias sobre distintos puntos como presunto delegado de los gobernadores. Incluidas esas demandas en la performance económica de Guzmán, aunque no opera en sintonía con la vicepresidenta. Por el contrario.
De cualquier modo, frente a los acontecimientos, se hablaba que los dos, ministro y responsable de Gabinete, habrían presentado sus capitulaciones.
Diálogo áspero. Faltan conocer los argumentos de la dama contra Guzmán, pero el Presidente le objetó las críticas y le reprochó que ella no contempla sus esfuerzos por llevarse bien y que, en los últimos días, ha sido cuidadoso y solidario con ella y su hijo, tanto para evitar que se desacomodara demasiado luego del fracaso en la Cámara de Diputados como de protegerlo y acompañarlo cuando al día siguiente se hizo cargo del PJ bonaerense en el mausoleo de Perón, en San Vicente. Le recordó que él asistió a la ceremonia a pedido de ella y que no insistiera, por el momento, con su aversión contra el ministro Guzmán.
Este incidente oral entre el uno y la dos, con subida de tono, revela que no era cierta la frase que lanzó Máximo en la quinta donde el General se preparaba la mayonesa con su propia receta: “Usted, Alberto, haga lo que tenga que hacer, que nosotros lo vamos a acompañar”, dijo el vástago K. Se olvidó de advertir que habría acompañamiento siempre que el jefe de Estado procediera como lo desea la familia Kirchner.
Como consecuencia del anterior cruce de palabras, la fibra más delgada de ese conflicto, Guzmán, estaba en duda para mantenerse, aunque él aspira a quedarse. Pero si renuncia quizás se refugie en Italia.
Respaldos o no tanto. Tanto la CGT como la UIA, operados desde la Casa Rosada, parecían dispuestos a sostener a Guzmán. Junto al propio Alberto. Por lo menos, a través de comunicados (se espera, todavía, el apoyo del sector privado).
No conocían, al parecer, ciertas complicaciones internas. Por ejemplo, cuando algún jefe de la oposición, de respetuoso trato con Máximo y Sergio Massa, mucho antes de rechazar el Presupuesto le sugirió a ambos la posibilidad de modificar para su aprobación algunos números incongruentes del proyecto. Temas de contabilidad.
Al mismo tiempo, les señaló otro detalle: “No se condice este presupuesto con lo que se negocia con FMI, parece una contradicción en sí misma”. Sorprendió la respuesta del dúo oficialista: “Ni nosotros sabemos lo que se está negociando”. Solo sabían, en apariencia, que la obligación era defender el delivery presupuestario. También era, sin decirlo, un dardo contra el cerrojo informativo que impuso Guzmán, candado al que casi nadie tenía acceso.
Contra ese blindaje sospechoso de la novela Guzmán se molestó más de uno en el Gobierno. Incluyendo a Manzur. Fue decisivo, dicen, el fraude de sostener que el país dispondría de más de 12.000 millones de dólares en reservas –gracias a préstamos de organismos internacionales– para afrontar eventuales crisis. Casi una estafa pública.
El Jefe de Gabinete que, según versiones, estuvo por despedirse en disconformidad con la secuela enmarañada con el FMI –luego de haberse interesado él mismo en un arreglo, viajando casi por su cuenta a Washington y Nueva York– tropieza con el Presidente casi desde que ingresó al cargo. Inclusive por detalles que resultan menores. Por caso, su insistencia en convocar a los ministros a las 7 de la mañana, iniciativa de trabajo que no cayó bien en casi ninguno ni ninguna. Más de veinte pueden más que uno. Todos se dicen peronistas, pero ninguno llega a la Casa Rosada como el General a las 6 de la matina. Demasiado esfuerzo.
Esa imposición de Manzur fue cuestionada por Cafiero, quizás el más cercano a Fernández. ¿Quién se cree que es?, fue el interrogante más común entre los ministros. De ahí que el tucumano se quejara y vociferase que “estoy cansado de que me hagan operaciones”. Uno solo era el destinatario: Alberto. Tanto que el mismo Presidente, como veía acechar el temporal que él mismo provocó, empezó en los últimos diez días a alabar a su colaborador en distintos medios (por ejemplo, en el reportaje de Fontevecchia).
Personaje discordante. Otro distanciamiento se observa por la proximidad del empresario Cinosi, vinculado al Jefe de Gabinete, hombre de influencia en la OEA y de fluida comunicación con el gobierno norteamericano. Alberto odia a Cinosi, luego de haber sido su amigo. Le molesta en particular su presencia –varias veces con Manzur– y se fastidia por los cuestionamientos que formula sobre la inclinación del Gobierno por asociarse con administraciones como la de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Allí hay otra explicación de la guerra entre el Jefe de Gabinete y su antecesor y actual canciller, propenso a estos gobiernos casi tan populistas como el de Fernández.
Mas sustancia, en todo caso, hay en los planteos de Manzur sobre la conducción económica y el retraso para alcanzar un acuerdo con el Fondo. Parece que, inclusive, aventuró más de un nombre para el Palacio de Hacienda.
Apareció junto a Alberto, es cierto, pero la sensibilidad de Manzur ya quedó afectada: cree entender que lo mejor es retirarse a la gobernación de su provincia y, desde ahí, alimentar su viejo sueño: presentarse como candidato presidencial en el 2023. Difícil emprendimiento: también se lleva mal con Cristina. A quien, seguramente, le gustaría preguntarle qué fue a hacer su cuñada Alicia, la gobernadora, a un país tan explosivo como Ucrania.
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