Por Carlos Gabetta (*) |
La confianza en el sistema republicano, en la democracia representativa, está en grave descenso en casi todo el mundo, en particular en América Latina.
Daniel Zovatto, director regional de IDEA Internacional para América Latina y el Caribe, una organización intergubernamental que apoya la democracia sostenible en el mundo, declaró que en toda la región, en promedio, solo las fuerzas armadas y las Iglesias Católica y Protestante superan el 50% de confianza ciudadana en las instituciones, mientras que los gobiernos y los congresos apenas bordean el 20% y los partidos políticos tradicionales van por el… 10% (CNN, “Perspectivas desde México”, 22/11/21).
¿Acaso esto no es muy preocupante? Se trata de un promedio, pero el alto nivel de confianza que la democracia aún mantiene en un par de países, en particular Uruguay, no altera las alarmantes conclusiones. En un mundo total y cada vez más rápidamente interconectado e interdependiente, un “promedio” resulta ser más que eso.
Por el momento, esto no parece alterar el funcionamiento republicano en aquellos países que lo conservan; tampoco hay evidencias de amenazas de golpes de Estado militares; pero sí de la emergencia de gobiernos o candidatos de extrema derecha liberal, cuyos programas no podrían llevarse a cabo sin violencia. O sea, por gobernantes electos que dispondrían sin tapujos la intervención militar, o por gobiernos cívico-militares; ambos con apoyo eclesiástico. La situación es compleja, pero puede apreciarse en detalle en la web de IDEA: (https://bit.ly/desafios-america).
El último, actual y más evidente ejemplo es Chile, uno de los países democráticos más desiguales del mundo, en el que solo el 1% de la población acumula el 30% de la riqueza. Lo que viene ocurriendo allí, al cabo de los dos últimos grandes procesos electorales, es revelador. En octubre y noviembre de 2019, multitudinarias manifestaciones por reclamos que iban desde el aumento en el precio del boleto del metro, pasando por cambios estructurales en el modelo económico ultraliberal hasta una nueva Constitución, ambos vigentes en el país desde hace más de treinta años, acabaron con 1.500 heridos y decenas de personas muertas, en un marco de violenta represión policial.
No obstante, eso representó una victoria para los principales actores de las protestas –la izquierda, los sectores progresistas y la juventud– ya que el gobierno acabó convocando a un referéndum para determinar si la ciudadanía estaba de acuerdo con iniciar un proceso para redactar y definir el mecanismo de una Constitución que reemplazase a la heredada de la dictadura pinochetista. Realizado el 25-10-20, el 78,28% de los ciudadanos votó a favor y solo el 21,72% en contra.
Y ahora, al cabo de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, además de la elección de diputados, senadores y consejeros regionales, realizadas el 21/11/21, el panorama dio una vuelta casi completa. José Antonio Kast, del Partido Republicano, se impuso con el 25,91% de los votos a Gabriel Boric, candidato de Convergencia Social, una coalición democrática de izquierda y centroizquierda, que obtuvo el 25,83%. Kast es un liberal ultraderechista católico, defensor de Pinochet, opuesto a la igualdad de género y a todo lo “políticamente correcto”; un personaje controvertido, pero en cualquier caso temible (https://bit.ly/jose-kast).
Imposible analizar aquí esa voltereta, pero la fragmentación del “centro” y el desplazamiento de sus votantes hacia derecha e izquierda es evidente, con las amenazas de futuro para la paz social que eso supone. En este marco, si la izquierda democrática chilena resulta electa en la segunda vuelta, no podría materializar pacíficamente sus propuestas. Procesos y situaciones distintas, pero de similar tendencia, se observan en varios países, como Brasil y Argentina.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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