lunes, 1 de noviembre de 2021

Rendición de cuentas

 Campaña. Desfilan ciudadanos “comunes” diciendo “sí” a lo que
en dos años fue “no”. (Foto/Perfil)

Por Sergio Sinay (*)

A fuerza de no ser nunca cuestionada se afianzó entre los hábitos ciudadanos la idea de que las elecciones son un mecanismo por el cual se legitima a un gobierno y a sus acciones. Karl Popper (1902-1904), filósofo austriaco de la política y de la ciencia, pensador fundamental del siglo veinte, quien se exilió en Inglaterra tras el ascenso del nazismo y terminó siendo caballero de la reina, consideraba errónea esta idea. Veía al día de los comicios como aquel en que “llevamos a los tribunales de justicia al gobierno, el día en que este debe responder”, como escribe en su ensayo “Libertad y responsabilidad intelectual”.

Esta idea debería ser inculcada desde la escuela primaria, creía Popper, junto a otra, esencial: que la función básica de la democracia es evitar la dictadura. Aunque uno de los eslóganes puestos a circular en la actual campaña repita la consigna “yo decido”, Popper afirmaba: “Cada miembro del pueblo sabe que no gobierna y siente por ello que la democracia es un fraude. En esto reside el peligro”. Según él, al no sentirse gobernando, al ciudadano terminan resultándole indiferentes las acciones del gobierno y le deja a este las manos libres.

Pero la función del voto no es convertir al ciudadano en gobernante sino en impedir una dictadura. Esta no solo se manifiesta a través de un tirano autoritario o de un gobierno ejercido por militares o civiles golpistas. Esas son sus formas más obvias. Sin embargo, existe otra, que puede llegar a ser más peligrosa, y sobre la que alertaba especialmente el autor de “La sociedad abierta y sus enemigos” y “La lógica de la investigación científica”, entre otras obras. Es la dictadura de las mayorías. La que sobreviene cuando un gobierno considera que la mayoría obtenida en unas elecciones lo autoriza a todo. Y esto empeora cuando invoca para ello al “pueblo”.

La ideología de que el “pueblo” (siempre una porción de la ciudadanía, según quien lo invoque, y jamás la totalidad de la población de un país) es sabio y nunca se equivoca es irracional y debe ser cuestionada, advertía Popper. La veía como una “superstición autoritaria”. Todos somos falibles, recordaba, mimetizarse en la categoría pueblo no exime a nadie de tal falibilidad, que es propia de los individuos y de los grupos. “Una dictadura de la mayoría puede ser terrible para la minoría”, sentenciaba.

Según este pensador una cuestión esencial que plantean las elecciones es la de cómo se gobierna, antes de quién gobierna. Cuando el acento está puesto en el “quién” se abre la puerta a la entrada del líder mesiánico, figura icónica de los movimientos populistas, siempre tóxicos para la democracia.

¿Pero si el ciudadano no gobierna qué le queda? Una tarea esencial. Exigir continuas rendiciones de cuentas al gobierno. No conformarse con el voto depositado y con sentarse a esperar los resultados de su elección, creyendo que si son negativos nada le queda por hacer y que si son positivos obtendrá beneficios personales, aun a expensas de sus conciudadanos.

En tren de asumir los tiempos electorales como momentos de rendición de cuentas, el actual gobierno, sumergido ahora en frenéticos y desesperados intentos de captación de votos a cualquier precio y por cualquier medio, debería rendirlas, entre tantas cosas, incluso por su inexplicable campaña del “Sí”. En ella desfilan supuestos ciudadanos “comunes” diciendo “sí” a todo lo que en dos años de gobierno fue “no”: salarios y vivienda dignos, seguridad, trabajo, menor ahogo impositivo. Cualquier persona ajena a esta sociedad pensaría que se trata de la campaña de la oposición. A tal punto la coalición gobernante estuvo embretada en sus riñas internas, en el loteo de cajas y botines, y absolutamente ajena al acontecer social que ahora manotea cualquier propuesta de marketing electoral, incluso ésta (sin dudas pensada por alguien que desconoce por completo la realidad sobre la que propone operar), sin advertir que la pone de frente, como si se tratara de un espejo, frente a sus propias deudas y responsabilidades evadidas. Es tarde para promesas que ya se incumplieron.

(*) Escritor y periodista

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