Por Gustavo González |
¿Qué es ser un “país normal”? Hay un histórico aspiracional argentino de considerar que, si se alcanzara una supuesta “normalidad”, eso indicaría que los problemas se habrían solucionado o, al menos, que se estaría más cerca de encontrar una solución.
Si se sigue su origen latino, normal viene de norma y podía significar una regla, un modelo y hasta una guía de comportamiento. También se le adjudica un origen griego que deriva hacia lo que se conoce bien.
Ataque a Clarín. Quizá la aspiración a una deseada “normalidad” parta de entender la anormalidad argentina como sinónimo de falta de apego a las reglas o al desconocimiento sobre cómo se pasa del país que somos al país que suponemos con derecho a ser.
Cuando Néstor Kirchner asumió, lo primero que dijo ante el Congreso fue “quiero una Argentina normal”. Lo mismo dijeron Mauricio Macri y Alberto Fernández. Pero la pretensión se sigue repitiendo por considerar que lo conseguido no alcanza un piso mínimo de normalidad.
Aunque habrá que reconocer que algunas anormalidades ya se resolvieron, como los permanentes golpes militares, las violaciones masivas a los derechos humanos o la censura oficial al periodismo o a las actividades artísticas como el cine y el teatro.
Ahora es tan escandalosamente anormal que un medio reciba un ataque con molotov, que no hubo grieta en el repudio hacia el atentado a Clarín.
Durante el menemismo, Perfil sufrió ataques similares que también merecieron el repudio general, pero no fue tan contundente ni nunca se encontró a los responsables. Es posible que la debilidad institucional de aquellas réplicas fuera el huevo de la serpiente que en 1997 derivó en el asesinato de nuestro fotógrafo José Luis Cabezas.
Eje peronista. Pero es en materia de resultados económicos y de relacionamiento político donde nos percibimos más alejados de la normalidad. Por eso en la última semana llamaron la atención hechos que en otras latitudes serían absolutamente normales, como la búsqueda de diálogos y acuerdos.
Aunque este giro no habría que leerlo solo como un signo de normalidad sino como el duelo entre el relato del peronismo y el que desde hace casi dos décadas simboliza el apellido Kirchner.
El jueves, el jefe de Gabinete se reunió con 140 empresarios. Lejos de un relato de confrontación, hizo peronismo explícito: les dijo un poco lo que querían escuchar y otro poco lo que piensa un gobierno peronista.
Afirmó que se buscará “por todos los medios” un acuerdo con el Fondo (lo mismo dijo Wado de Pedro, allí presente), justificó como temporarias medidas para controlar el dólar y los precios y expuso su posición frente a las posibilidades y riesgos del capitalismo: “Es necesario un Estado sólido y regulador que sostenga los equilibrios necesarios y a la vez estimule los procesos de inversión orientados a promover la innovación, a crear empleo y aumentar exportaciones”.
En medio de los que coincidían o no con la idea peronista del “Estado regulador”, una mayoría tomó nota de un giro oficial para “normalizar” el vínculo con el establishment.
Manzur también anticipó que a fin de año se terminaría con la prohibición de despidos y la doble indemnización. Y esa noche la CGT, en cena con el Presidente, anunció que le parecía correcta esa decisión. También comunicó que apoyaba un acuerdo con el FMI. El ministro Guzmán les prometió que el próximo miércoles los visitará en la sede sindical para contarles cómo ve él la política laboral.
El eje Gobierno-empresas-sindicatos no forma parte del relato cristinista, pero es una normalidad en el argot peronista que en las últimas semanas parece reflotar.
“Acá”. Antes de las elecciones, la salida del ministro de Economía era descontada en el cristinismo, lo mismo que la del ministro de Producción, Matías Kulfas. Pero desde el día 15 el tema no volvió a ser noticia. Al contrario, Kulfas pareció empoderado y salió al cruce de la opinión de su subordinado Roberto Feletti, ultrafiel a los Kirchner.
El secretario de Comercio había dicho que se podrían subir retenciones a las exportaciones para controlar los precios internos. (Feletti no mintió, su pecado fue contar en público una alternativa que se baraja en el gabinete).
Tanto Kulfas como Guzmán recuperaron la centralidad natural de sus cargos, que la avanzada cristinista post PASO había puesto en duda. Ellos no hablan de normalidad, lo que ven es un cambio de actitud del Presidente sobre la determinación de asumir la responsabilidad exclusiva de la gestión.
El resto del gabinete habla de la misma transformación. Incluso lo reconoce alguno de los que le presentó la renuncia en aquella semana trágica y que en la noche de la marcha a Plaza de Mayo lo escuchó decir a Alberto: “Aquella carta de Cristina nos hizo perder 10 puntos más”, sabiendo que esa frase le llegaría a su vice en minutos.
Ante sindicalistas, esta semana agregó: “A partir de ahora, todas las decisiones pasan por acá”. “Acá” es él.
Cierre con el FMI. Uno de los ministros que se mantuvo más cerca del jefe de Estado recupera en privado el relato peronista de Manzur con los empresarios: “Alberto es el peronismo y el peronismo no es ni antiempresa ni anticapitalista, aunque haya sectores dentro del frente que son un poco extremos. El Presidente sigue consultando a todos, pero lo que está pasando es que tiene una actitud más clara en gestionar y en que las decisiones pasen por él”.
Otro actor notorio del desembarco del relato peronista es el ministro de Agricultura, Julián Domínguez. Sumado al gabinete para tender puentes con un campo siempre en tensión con el cristinismo, su estilo hiperdialoguista también es una señal para los socios de la coalición.
El ejemplo que en estas horas más se menciona sobre el giro asertivo presidencial es el acuerdo con el Fondo (que antes Máximo Kirchner cuestionaba en público y ahora solo lo hace entre los suyos). El viernes a la noche el equipo económico confiaba en que se cerraría antes de fin de año.
Ella. Hace casi dos décadas que el relato K se hizo hegemónico en el peronismo. Es un relato que abreva en el que en la década del 70 enarbolaban sectores de clase media y alta que entendían que las ideas de Perón y Evita conducían a la “patria socialista”.
De aquello queda el tono épico y los gags de Capusotto, pero tras años en el poder los hijos de esa clase media acomodada aprovecharon su paso por el Estado para construir una sólida estructura de poder que los llevó a ganar un electorado en los barrios pobres del Conurbano y también en una marginalidad que en los 70 no existía.
Desde la derrota de 2015, el peronismo viene esperando el momento para recuperar el relato hegemónico perdido durante estos años. Experto en lidiar con el poder, lo que no quiere es dar un paso en falso y perderlo todo. Son gobernadores, intendentes, jefes sindicales y sectores del empresariado nacional que hoy decidieron rodear a Alberto Fernández. No por amor a él. Sino porque creen que están dadas las condiciones para recobrar la centralidad y desterrar a Cristina.
Si avanzan, además sería el comienzo del fin de otra anormalidad argentina. La de un presidente subordinado siempre a la crítica de su vicepresidenta. Pero Cristina todavía es Cristina y esta semana tuvo otra buena noticia judicial.
¿Pensará el peronismo que ella aceptará canjear poder por libertad?
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