Por Sergio Suppo
La realidad espera, paciente y amarga, a que pasen estos días de cinismo y negación. Inútil es caer en el juego de pedirle al peronismo kirchnerista derrotado que asuma lo evidente. Eligió una forma delirante de digerir que sufrió la peor derrota desde 1983 y más temprano que tarde también pagará el precio de la simulada celebración de su propia desgracia.
Un ejercicio de supervivencia fue planeado y ejecutado con la dificultad que supone la actuación de una mentira. Algunos opositores cayeron en la trampa de pedirles al Presidente y sus seguidores que reconozcan la derrota. Y olvidaron un antecedente muy relevante del cristinismo. Alberto Fernández llegó a la Casa Rosada por el dedo de la expresidenta, que en 2015 se negó a entregar los atributos del mando.
Como parte del plan de negar la voluntad popular, tampoco estuvo Cristina en las fotos del palco en el que se celebró la derrota, el domingo pasado. Su silencio posterior a las elecciones parece formar parte del supuesto esquema de fortalecimiento de la autoridad presidencial que ella misma se encargó de lesionar hasta lo irremediable en la semana posterior a las PASO.
Esta vez no hubo renuncias notificadas por Twitter, audios infamantes ni la carta con la que Cristina terminó de imponerle un nuevo equipo de ministros a Alberto Fernández.
Ahora la resistencia presidencial a cambiar de ministros y de rumbo (si lo tuviera) a pesar de la adversidad cuenta con un consenso transitorio que apenas si sirve para ganar un poco de tiempo, pero que no cambia la situación.
El Presidente, acto multitudinario del miércoles pasado incluido, intenta ocultar una debilidad que las urnas confirmaron. “El triunfo no es vencer, sino nunca darse por vencido”, dijo, para la antología del eufemismo. La concentración había sido originalmente convocada por la CGT y los piqueteros para apoyar a Alberto ante las presiones de Cristina.
Antes de que los argentinos redujeran a poco más de un tercio el apoyo al gobierno peronista, Fernández era un dirigente limado por sus propios compañeros de ruta, en especial por Cristina Kirchner.
Luego de ganarle a Mauricio Macri por una inapelable diferencia de 7,96 puntos porcentuales, en octubre de 2019, fue Fernández el que empezó por limitar su capacidad de maniobra al no querer liderar al peronismo y subordinarse a Cristina Kirchner. El domingo último fueron los votantes los que fijaron una ventaja inversa de 8,61 puntos que condenaron al Presidente a peregrinar en busca de una negociación con quienes lo derrotaron.
El llamado a “festejar”, la propia “celebración” en la Plaza de Mayo y el autoconvencimiento de que el peronismo es uno y fuerte para la segunda mitad del mandato no hacen otra cosa que confirmar lo contrario.
Los hechos superan los discursos. El Presidente habló el Día de la Militancia rodeado de los gremios y de los piqueteros, mientras al final de la concentración, distante, La Cámpora hizo acto de presencia sin acercarse a escucharlo. Los hijos políticos de Cristina fueron, pero no lo apoyaron.
La retórica con la que Fernández trató de gambetear la adversidad tampoco incluyó la presencia de los gobernadores peronistas del norte, que el martes prefirieron deliberar por su cuenta en San Juan antes de ver jugar a la Argentina con Brasil.
La realidad espera luego del delirio. Es la misma que Alberto y Cristina agravaron por el rechazo a tener un plan económico que frene la inflación.
Prometieron volver fértil lo que llamaron “tierra arrasada” por el macrismo, pero hicieron más pronunciado el bajón productivo e inflacionario que heredaron, encerraron la economía en controles y cepos cambiarios y se enamoraron de una cuarentena que destruyó a miles de empresas y quemó la cabeza de millones de argentinos.
La pandemia terminó siendo más una excusa para explicar el revés que el monumental problema que representó en sí misma para todas las sociedades del mundo. En el mal manejo de la lucha contra el Covid está una de las claves del resultado que penalizó al Gobierno.
La agenda no cambió, pero ahora será complicado resolverla no bien se rompa el consenso fraguado para amortiguar la derrota. El mutis por el foro que hizo Cristina no es una garantía de cohesión.
Tampoco el discurso de reafirmación de las políticas populistas del Gobierno mientras en paralelo se trata de llegar a fin de año con el borrador de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, para que sea viable, incluirá medidas de ajuste.
La nueva normalidad de la derrota incluye buscar que el acuerdo con el FMI tenga el aval de Juntos por el Cambio, si las autoridades del organismo respetan el reclamo que pusieron por escrito horas después de las elecciones.
En el discurso del miércoles, Fernández limitó el diálogo y lo condicionó a no hablar con Mauricio Macri ni con el libertario Javier Milei. ¿Apuesta desde su debilidad a elegir con quién deberá sentarse? Es por lo menos extraño que el Presidente pueda decidir con quién negociará cuando los opositores están esperando como primera condición que logre organizar a su propio gobierno.
Es un objetivo imposible que, por caso, Horacio Rodríguez Larreta acepte un café si flota la sospecha de que el Gobierno será de inmediato desautorizado por la líder del oficialismo.
La distancia con el Gobierno ya empezó a ser una variable decisiva para los ganadores de la elección y una condición de supervivencia en una competencia por la candidatura presidencial que pondrá a prueba a Juntos por el Cambio. Antes de las elecciones se supo que Macri ya no conducía a solas la oposición. Ahora también se conoce que no es uno, sino que son varios los aspirantes a sucederlo y que muchos de los ganadores distritales reclaman una conducción menos centralizada.
El rigor de la derrota llegará pronto al Congreso. Desde el 10 de diciembre no habrá sesión posible en ambas cámaras que no haya sido habilitada por legisladores opositores. Una y muchas negociaciones sucederán si el Frente de Todos quiere aprobar leyes. Será costoso.
Las cuentas impagas que Fernández prometió saldar en dos años se siguieron acumulando al final de una larga campaña con dos fracasos electorales acumulados.
De ese tiempo salió más solo y con menos recursos. No hay palabras que ahuyenten esa cruda realidad.
© La Nación
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