Por Roberto García |
De pronto, los argentinos se van a convertir en expertos sobre Islandia, Congo, Ucrania y Seychelles, cuatro de los ocho estados en el mundo que han celebrado con el FMI un acuerdo en base a las facilidades extendidas. Naciones con problemas en la balanza de pagos o estructurales. Será gratis el curso, voluntario, y permitirá colmar de especialistas a cada ciudadano que hoy no sabe siquiera dónde están ubicadas esas tierras. Veloz conocimiento geográfico y económico hasta la fecha tope y cruel de marzo: entonces, caduca la docencia, empieza el default si no hay entendimiento con el organismo internacional.
Alberto Fernández, invocando a Cristina como garante, dice como su ministro Guzmán que ella ha consentido el trámite dialoguista con la oposición y, sobre todo, respalda un plan plurianual y sustentable con el FMI. Vaya uno a saber, sería bueno escucharlo de la propia voz de la vicepresidenta o de su exitosa pluma. Solo trasciende que esta semana se habrá de pronunciar y que planteará el relevo de Gustavo Beliz y Matías Kulfas, entre otras demandas.
Hay reservas atendibles, mas cuando acaba de aparecer Oscar Parrilli, quien procede en el escenario de acuerdo a su ventrílocuo femenino, afirmando que no alcanza con la unidad, se requiere que el Gobierno cumpla con las promesas realizadas antes de asumir los Fernández. Ni un iluso piensa que esas aspiraciones se corresponden a las condiciones técnicas que reclama el Fondo. De ahí la incógnita sobre Cristina, la sospecha de que en cualquier momento puede tirar una piedra para romper el vidrio.
Ese clima de falta de confianza en el dúo protagónico quizás lo interpretó ayer Carlos Ruckauf, un ex vicepresidente. Sostuvo que “el tero le miente hasta a la misma Cristina Fernández de Kirchner y, por último, ella le va a pisar los huevitos”. Casi una premonición.
Nada de bajas calorías. También el FMI se sacude con otras presiones: los poderosos acreedores externos de la Argentina le demandan que no haya un acuerdo light, como muchos ya estiman, que no le admitan favoritismos al país. Comprensible: aceptaron con Guzmán el traslado de pagos para años venideros, pero observan que si no hay ajustes razonables ni ellos van a cobrar en el futuro. Disponen de un antecedente demoledor: desde que se reperfilaron los vencimientos hace menos de un año, los bonos cayeron en lugar de subir. Alrededor de 20 dólares. Se suponìa que serìa al revés en un entusiasta mercado. Pero la Argentina siempre asombra y a pesar del ingreso de dólares, por el precio de los granos o la bendición de los Degs, al Gobierno nada le alcanza y se queda sin reservas.
De ahí que la naturaleza del presunto acuerdo que negocia Guzmán debería encuadrarse con opciones semejantes a las ocurridas con Islandia, Congo, Seychelles o Ucrania. Insoportables de aceptar para un cristinismo caracterizado por declaraciones como “no vamos a pagar con el hambre del pueblo”, Máximo Kirchner dixit. No solo talla Parrilli en estos temas.
Coincidencias. Hay quien, con otras palabras, dijo lo mismo en la noche de su triunfo en Capital Federal: María Eugenia Vidal, portavoz de Horacio Rodríguez Larreta. Es como si ella y Máximo, al igual que en los tiempos que ella gobernaba en la Provincia con el auxilio de Sergio Massa, conciliara ahora los mismos criterios con el hijo de Cristina. Lejos, claro, del pensamiento de Patricia Bullrich o Mauricio Macri, expectantes por el plan anunciado por Alberto (el mismo que hasta unos días rechazaba la idea de tener un programa económico) y convencidos de que al ingeniero no solo lo quieren aparte de cualquier enjuague sino que, por el contrario, pretenden considerarlo el culpable único de las desgracias argentinas.
Difícil firmar un pacto en el Congreso con esas restricciones. No es solo el FMI y sus fronteras técnicas, también se vuelve compleja la unidad de los partidos para suscribir el acuerdo. Ese deseo, para ser justo, no figura en las excepcionalidades que contemplan los estatutos del organismo, sería apenas un adicional complementario para jurar que la Argentina habrá de pagar.
Color esperanza. Al margen de las dudas, la propaganda del Gobierno en los Estados Unidos –por medio de diversos estudios o lobbies aconsejados por el embajador– planea sobre los asesores de Joe Biden, los bancos, los fondos y, por supuesto, el mismo FMI. Consiste en advertir sobre un horizonte halagador para la Argentina dentro un lustro, aproximadamente, en el cual no solo se mantendrán los auténticos ingresos del campo, sino también una explosión de exportaciones por la actividad de Vaca Muerta y el ascenso meteórico de la explotación del litio, ese oro blanco con el cual suelen fantasear los subdesarrollados para salir del subdesarrollo. Hablan de caudales superiores a los 10.000 millones de dólares cuando hoy esas exportaciones no llegan siquiera a los cien. Tremenda ensoñación.
Por supuesto, si estos objetivos se frustran, la monserga kirchnerista dirá que las mineras esquilmaron al país, como hicieron con el estaño en Bolivia junto a la familia Patiño. Como han hecho hasta ahora las petroleras, los supermercados, los medios dominantes y algun colegio de niños enemigo.
Mientras, se gana tiempo y tratan de imponer más impuestos, como el de la herencia, o repetir por años el de la riqueza. Aunque nada de esos tributos alcance frente al gasto, cuando no hay edificio que aguante si el 50% de los miembros del consorcio no pagan las expensas.
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