Por Roberto García |
País volátil. Ni se acuerda la gente que hace seis meses la obsesión opositora reposaba en un solo argumento: impedir que los Fernández alcanzaran quórum propio en Diputados, descontando que el Senado se mantendría como una escribanía exitosa de Cristina mientras la provincia de Buenos Aires consolidaba un santuario para La Cámpora y su protectora. Diagnóstico erróneo, al parecer.
Hoy, aquella asustadiza coalición se engolosina con tener más legisladores de los que podía imaginar, también romper el cerrojo del Conurbano y sueña amanecer mañana con una borrachera de votos en el orden nacional. Volubles dirigentes, voluble sociedad.
Ninguna encuesta desmiente el pronóstico, inclusive aquellas contratadas u ortopédicas del Gobierno. Es un dato. Tampoco estos profesionales han corregido los números anunciados, como suele ocurrir 48 horas antes del comicio.
Más: el acertijo que rodea a los resultados interroga sobre quién se hará cargo de la derrota, siempre que ocurra el anunciado y nefasto fenómeno electoral para el oficialismo. Sencilla pregunta de Feliz Domingo con igual respuesta: solo Alberto Fernández eligió a los candidatos, Victoria Tolosa Paz y Leandro Santoro. Cristina, dirá en su defensa, que apenas era una espectadora desde el palco preferencial. Se cae al zanjón y sale con el vestido blanco impecable: todavía le dura el éxtasis de la anestesia de su última intervención en el llamado Otamendi o CFK (Clínica Fernández de Kirchner).
Manchados o no, ambos deben coincidir en un clásico del periodismo amarillo: una bomba tapa a la otra, si se caen dos edificios en Miami, se responde con la catástrofe de las torres gemelas de Nueva York.
Fake news. Algunos suponen, por imperio de una operación mediática, que desde mañana mismo Fernández propondrá un acuerdo con todas las fuerzas políticas, fogoneado por Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta y la complaciente omisión de la vicepresidenta. Sesenta puntos de entendimiento cuando son incapaces de coordinar una llamada telefónica. Ni siquiera se atiende a un proyecto de cinco condiciones elaborado por Martín Redrado y discutido con un propagador como Carlos Melconian.
Se torna raro ese desvío económico, cuando el Presidente, en su último discurso de campaña, rogó por la unidad de la alianza partidaria, ahora amenazada por el quiebre, la división o la pulverización. Si no puede conciliar con los propios, parece difícil sospechar un pacto con extraños que, además de ambiciones, promueven la metáfora de ir a Mar del Plata en lugar de Bahía Blanca.
Igual, con los opositores (cualquiera sea su calaña) se embadurnan con la misma pintura: los amigos de Cristina y Alberto se quedan con el juego on line junto a los amigos de Macri y Rodríguez Larreta. Bella excusa: todo sea por recaudar y aumentarle el sueldo a los maestros, la educación no discrimina entre los empresarios. Una delicia.
Fracasaron en apariencia dos ejes tentativos del Gobierno: la propaganda de que a los argentinos le sobran vacunas, rebosan salud, y que no se le debe pagar al ruin FMI sin salvar antes el hambre del pueblo. De jardín infantil esos argumentos: la política sanitaria se había cargado a Ginés, ubicó a Vizzotti en el fondo de la tabla y al segundo de la lista bonaerense, el médico Gollan, hubo que esconderlo en un subterráneo por las estupideces que expresa.
En cuanto al litigio con el Fondo, la ambigua Cristina parece un tango dedicado a su seguidora Adriana Varela: “Parece que se deja y no se deja”. O al revés. Puede agregarse que los consejeros pagos en firuletes, ahora agregaron nuevos detalles en la conducta de la dama: fin de las banderas en los actos y apartamiento de tradiciones peronistas, como si la marcha engendrara peste y las fotos de Perón y Evita aterrorizaran a los niños. Una satisfacción para la cliente: Cristina. Quizás un dato para lo que se viene, desentendiéndose de la historia.
Ella apuesta. La vice ya había jugado antes del desenlace de hoy: encumbró a su reservorio de La Matanza (Feletti, Giorgi, Batakis), hizo echar a entornistas preferidos de Alberto (Biondi) e intimidó con la salida de sus obsecuentes del gabinete. Por no abundar. Más tarde movió Alberto, ignorándola en su discurso de UPCN, alabando la fiel conducta del vice de Evo Morales en oposición a la insolidaria Cristina y, dentro de 48 horas, con la bulliciosa CGT, banderas y marchas peronistas, demostrando que él resiste y palpita. No me descarten, rezan sus labios, Manzur puede ser un traductor de ese espíritu.
Sin duda, el mandatario enfrenta una encerrona: si Cristina se aparta, lo mata. Y si Cristina se queda a su lado, también lo mata.
Mientras, Ella rumia con su almohada, en ocasiones le reprocha a Máximo exagerado sectarismo y, en otras, se alinea con figuras como Larroque, el que transmite un edipismo político que le permitió escribir que nada importa más en la Tierra que la salud de Cristina. Todo sea por la revolución, en particular cuando reaparece en Nicaragua como observador Mario Firmenich, su líder adorado de la juventud. De esa historia no se alejan, es más fuerte que el peronismo. Para él, claro.
A la vice le cuesta salirse del Gobierno por mas que le endilguen interés por conocer una colonia mexicana, Polanco, para hacer la serie “no extraditable”. Ni que fuera Trotsky la dama. A ella, aunque hoy la derroten, igual conservará un preciado remanente electoral, un refugio desde el que podrá volver a construir.
También dispone de su propia encerrona: no desea compartir territorio con Alberto ni obligar a que su sector se vaya a la intemperie luego de dos años de usufructo, ministros o administradores de caja. En su mapa, la renuncia no existe, pero sabe que antes de marzo –si se hace un arreglo con el FMI– tampoco puede distraerse de esa responsabilidad. Ese no es el alimento con el que ella acostumbró a su tribuna.
La incógnita igual no dura dos años: desde mañana arde la provincia de Buenos Aires, Insaurralde lo jaquea a Kicillof y le reemplaza ministros. O este lo fulmina como jefe de Gabinete si pierde en Lomas de Zamora. Final abierto.
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