Por Luis Tonelli
Esa depuración de candidatos por la voluntad popular, llamadas PASO, tan criticadas, denostadas, y menospreciadas por todos, han sido consideradas ahora como el principio del fin del Gobierno de Alberto Fernández (cuando faltan las elecciones generales que tendrán lugar en poco más de una semana, y dos años para las presidenciales). Y más aún, algunos se apresuraron a considerarlas el fin de una época: ni más ni menos, la era peronista.
Los argentinos tendemos a contar como hechos dramáticos a simples coyunturas políticas, y a veces no nos damos cuenta de verdaderos cataclismos que han cambiado la fisonomía del país hasta hacerla irreconocible. Pero claro, se trata de procesos, y de esas cosas no habla tampoco el diario, como diría Sabina.
El fin del peronismo es un hecho anunciado casi con el surgimiento mismo del movimiento (a tal punto que el mismo fundador, en ese momento preso en Martín García pensaba en guardar la espada que nunca desenvainó e irse a un campito a vivir con Evita). El regreso de la democracia trajo también las un tanto exageradas noticias de la muerte del peronismo, derrotado por primera vez en elecciones presidenciales y sufriendo una división profunda con el advenimiento de la Renovación.
Otra división importante se dio cuando Eduardo Duhalde, senador a cargo interinamente de la Presidencia, logró maniobrar para las elecciones del 2003 a fin de que no hubiera candidato oficial del Partido Justicialista, con tal de que Carlos Menem no disfrutara de ninguna ventaja. Ardid que parecía haberle salido bien, ya que el riojano no se presentó al ballotage, hasta que un día Néstor Kirchner, su “invento”, se lo deglutió como un pancho.
La última vez que se habló del fin del peronismo fue con el triunfo de Mauricio Macri. Ahí llovieron ditirambos sobre el ascenso de una “derecha civilizada” (seguramente para contraponerlo a la derecha incivilizada de un Gildo Insfrán -déjenme ser irónico-) y su “hegemonía”. La verdad, era cuanto menos apresurado hablar de hegemonía con un triunfo agónico en ballotage del Ingeniero devenido político, expresada por un partido, el PRO (de él se trata) que es básicamente una etiqueta, mezcla de ONG, SOCMA y parripollo, con excelente marketing e individualidades muy importante. Y a esa derecha, le correspondía una izquierda, que forzando un tanto las cosas estaba representada por el kirchnerismo. Tan forzado como considerar de “derecha” a todo Juntos por el Cambio.
Mi venerado y extrañado amigo, Torcuato Di Tella, siempre apostó a esa “normalización” de la política argentina, para que al fin se pusiera patas abajo y quedará desplegada en ese continúo tan europeo que va de la izquierda derecha.
Pero como Juliana Montani la politóloga residente en Madrid -apuesto a que esté ahí dado se la pasa cambiando de paradero- ha descripto, la Argentina ostenta un clivaje político y social, no ideológico, heredero de la división que produjo el surgimiento del peronismo. Lo que sucede ahora, dice ella, es que la Grieta tiñe de ideología a esta brecha fundamentalmente política (o sea, adversarial). De este modo, lo que son núcleos ideologizados importantes pero minoritarios que se ubican en los extremos, hacen confundir y que se hable de una polarización ideológica in toto.
De allí viene todo un galimatías impresionante donde se dice cualquier cosa, en los medios y en los papers también. Como que la Grieta ideológica produce concentración electoral en los polos. Y no señor, señora y también lactantes. Cuando hay polarización ideológica, siempre aparecen uno o varios partidos en el centro, para esos huérfanos de la política.
El electorado argentino se sitúa mayormente en el centro ideológicamente hablando, exhibiendo una distribución tipo campana de Gauss. O sea, aglomerándose la mayoría en el centro del espectro ideológico. Por eso, las presidenciales las gana quien sabe conquistar el centro (y evitar la fragmentación). Como, por ejemplo, lo logró Alberto Fernández cuando se disfrazó de Profesor Chapatin e hice creer a no pocos, que Cristina Fernández se iba a cuidar a sus nietos, cuando era un Caballo de Troya transparente, donde a simple vista se la veía a la ex Presidenta en su barriga.
Pero ojo al piojo, que exista moderación, no quiere decir que exista la tan mentada Corea del Centro. Porque el electorado, incluso el que se ubica más en el centro, está dividido por una brecha política entre peronismo y no peronismo. O sea, hay norte de Corea del Sur y sur de Corea del Norte. Pocos cruzan esa frontera. Lo que sucede es que un modo se divide (ya sea horizontalmente, y así perdió las elecciones Macri, porque sus votantes migraron en el 2019 a Lavagna, Espert, Gómez Centurión y en blanco, mientras el peronismo se unió. O bien se divide horizontalmente, como sucedió en estas P.A.S.O. donde el oficialismo quedo reducido básicamente a los ideologizados cristinistas, donde ciertos lunáticos podrían haber integrado sin problemas, la lunática Cruzada de los Niños en el 1200.
Que Corea del Centro no exista fue palpable en la última P.A.S.O. cuando la oposición apenas mejoró su caudal electoral en la PBA, pese a que el Frente de Todos perdió como en la guerra. Esos votos no fluyeron por sobre la grieta política (que hunde sus raíces en lo socioeconómico), y más aún, podría argumentarse que fue la artificial Grieta Ideológica, la que, sumada a la mufa, hizo que muchos peronistas en la Provincia de Buenos Aires no votaran al oficialismo, sino que eligieran partidos minúsculos, algo a la izquierda, algo a la derecha, algo en blanco y muchos quedándose en sus casas.
Confundir moderación con centro e ideologización con definiciones tajantes es otro error causado por la confusión entre polarización electoral y polarización ideológica. Si los halcones de Juntos por el Cambio operan en espejo a los halcones del Frente de Todos, sus centristas pareciera que entienden que tienen que poner la otra mejilla, cuando en realidad el centro es una postura política llena de definiciones fuertes.
Por último, casi una postdata, algunos dirán que el Frente Renovador de Sergio Massa expresa que existe Corea del Centro. Y la verdad que no, lo que existe es la inefabilidad de Massa, a quienes algunos peronistas lo vieron como peronista, y los gorilas lo vieron como alguien de la UCEDE. Forzados a votar por un modo o por el otro en el ballotage del 2019 esos votantes se dividieron casi por partes iguales. Ellos no eran ambiguos. El ambiguo fue/es Massa.
Por eso, el peronismo sigue mutando sin morir, y el no peronismo también, solo que ahora en sus fragmentaciones, constituyen algo que podríamos llamar coaliciones.
Es que los votos están siempre en el mismo lugar. Los que se mueven son los políticos.
© 7 Miradas
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