Por Claudio Jacquelin
Cualquiera sea el resultado de las elecciones, Alberto Fernández deberá hacer cambios. Así lo admite el Presidente y se lo dijo al núcleo de funcionarios leales que aún le queda durante el viaje por Europa. Lo repitió en los primeros días de regreso a esta realidad sombría que irradia la Argentina. No podrá seguir igual que como transitó los dos primeros años de gobierno. La estación 2023 le queda demasiado lejos y ya no tiene más tiempo ni capital (político y económico) para continuar sin modificaciones.
Lo que Fernández transmitió es que a partir del lunes 15 saldrá a tratar de recuperar la iniciativa política. No se sabe si por convicción o porque las condiciones objetivas y subjetivas con las que deberá operar no le dejarán más alternativa ni remedio. Y aunque tal vez sea ya tarde. Da igual. El manual de buenos propósitos albertistas alienta a los funcionarios fieles, cuyo futuro está atado a su suerte. Pero hasta a ellos los horada la duda. La desconfianza es el sentimiento dominante en el oficialismo. Abarca a todas las facetas y se registra en todas las alas de la dañada coalición gobernante, donde todos se miran de reojo y ninguno descuida sus espaldas.
Nadie sabe con certeza con quiénes Fernández contará para iniciar el nuevo derrotero. Ni con qué decisión y fortaleza lo encarará. Los antecedentes no alimentan el optimismo. Relanzamiento de lo que hay o cambio de vía, con rumbo y tripulación nuevos. Esa es la cuestión. La no construcción de un liderazgo propio y la consecuente indefinición de algún rumbo claro a lo largo de estos dos años tiene hoy consecuencias profundas. Los inminentes comicios mantienen la unidad en la superficie, cuya duración y características a partir del próximo domingo están en debate puertas adentro del oficialismo.
Fernández se propone relanzar su gobierno sobre la base de diversos acuerdos. Pero ya advierten a su lado que no son los que lanzó prematura y apresuradamente Sergio Massa, cuyas maniobras gozan de todas las sospechas de la Casa Rosada. El Presidente y los suyos dudan de que los anuncios massistas tengan por fin ayudarlos. La hipótesis más benévola es que pretende forzar un mejor posicionamiento para sí mismo en el gobierno que se reconfigurará tras las elecciones. Su hiperactividad, su ubicuidad, los consejos que recibe de su entorno para reforzar su propia fisonomía y las pocas expectativas de que salgan de las urnas noticias dignas de festejo para el oficialismo dan sustento a maliciosas especulaciones.
Tampoco Fernández tiene certeza alguna de que el cristicamporismo vaya a sumarse a su relanzamiento. Más bien todo lo contrario. No es cuestión de gradaciones de entusiasmo para adherir, sino de contar con su simple adhesión. Le sobran señales para suponer que una opción altamente probable (la más benévola) es que lo dejen hacer lo que quiera hacer, sin obstaculizar, pero sin ponerle el cuerpo. Una forma de decir que lo que viene es un problema suyo. Un problema demasiado grande.
Wado, el adelantado
Eduardo de Pedro, el ex-Wadito, viene dando sobrados motivos para las suspicacias. La elevación de su perfil, con la ampliación de un eficiente comunicacional propio, que lo pone por encima de cualquier otra figura del gabinete y aun de la propia nomenclatura camporista, se completa con algunas crípticas y sugestivas expresiones dichas a diferentes interlocutores. Los receptores de los mensajes del ministro del Interior los interpretaron como anuncios de no descartables proyectos emancipatorios del cristicamporismo. Los indicios sugieren que el propósito sería cerrarse aún más sobre la base de los puros para preservarse de los costos políticos que lo inevitable tendrá sobre su capital simbólico y sus dogmas. Repliegue táctico para tiempos aciagos.
“Wado es el más peligroso de La Cámpora, porque es el más inteligente, el más preparado y el que mejor sabe disimular”, repite un albertista de pura cepa, que se ufana de haberlo dicho mucho antes del fatídico miércoles 15 de septiembre, cuando el ministro presentó la renuncia (declinable). Todo lo que sobrevino a esa semana de gobierno tambaleante hizo que su advertencia ganara predicamento entre los albertistas que quedaron en pie.
Fernández prefiere no creer, pero no desecha la posibilidad de deserciones y hace saber que las cláusulas de rescisión serán onerosas para todos. Sabe que el Día de la Lealtad ya pasó y es solo una fecha de la liturgia que cada peronista celebra a su manera. Con traiciones incluidas.
Lo que hagan La Cámpora y su conducción preocupa, pero no es lo que más desvela a Fernández. Los pasos de la vicepresidenta resultan para la Casa Rosada más enigmáticos que nunca después de la reciente cirugía, cuya realización solo se la comunicó al Presidente a último momento.
Lo ocurrido con el acto de cierre de campaña es el mejor ejemplo de cómo en el Gobierno caminan a ciegas. Primero ella les hizo cambiar el lugar donde se realizaría y luego ellos se vieron obligados a modificar la fecha.
“Aceptamos la propuesta de Cristina de pasar de Lanús a Merlo y después evitamos hacerlo mientras ella cursaba el posoperatorio”, dicen los laderos de Fernández con pretendida inocencia. Después admiten que ignoran si el jueves la vicepresidenta concurrirá: “En todo caso, si no va, quedará explícito que es por su propia y exclusiva decisión”. Todos juegan a las escondidas, mientras el lobo de la urgente realidad acecha.
“Desde el 12-S, al único acto al que Cristina fue es al de La Cámpora en la ex-ESMA. Eso dice bastante, ¿no?”, admite uno de los más incondicionales albertistas sin ganas ya de disimular la conflictiva relación que se da en la cima del Frente de Todos, siempre al borde de pasar a ser el Frente de Algunos, sin nadie al frente.
Acuerdos complicados
La recomposición presidencial asoma demasiado compleja con semejante background. El proyecto de Fernández apunta a acordar con gobernadores, intendentes, sindicalistas y dirigentes de movimientos sociales. “Son lo que tienen vida y responsabilidad de acá a 2023. Ninguno de ellos puede hacerse el distraído sin correr el riesgo de perder lo que tiene y ninguno tiene ganas de volver a remar para Cristina y los pibes, que, al final, solo quieren quedarse con la de ellos”, dice un funcionario albertista. La desconfianza como activo. Es lo que hay.
Al Presidente no le sobran postulantes para sumarse a su empresa. “A partir del 14 quedará claro de qué está hecho Alberto. Hasta ahora demostró que está recubierto de madera balsa y flotó con la corriente general y el viento cristinista. Pero ya no tiene margen para seguir así. Después de las elecciones se sabrá si adentro hay buena madera o aglomerado, que se moja y se hunde”, dice con mordacidad uno de los que Fernández necesita, mientras cruza mensajes con peronistas territoriales, que empiezan a pensar en una construcción cuyo vértice no está en la Casa Rosada.
En el horizonte, un punto nodal para avanzar hacia algún acuerdo está en la definición sobre un acuerdo con el FMI, que hoy está absolutamente en pausa. La justificación (o la excusa) que dan en el Gobierno para explicar la ausencia de avances es que esperan que en diciembre el organismo defina si se pronunciará sobre la suspensión o eliminación de la sobretasa que deben pagar los deudores morosos, como reclama la administración Fernández. Una confirmación de que no tienen ninguna certeza y de que se encomiendan a un alineamiento de planetas que pocos pronostican.
En medio de los nubarrones nocturnos, vuelven los cuentos chinos para conciliar algún sueño. A los rumores sobre supuestos aportes para hacer frente a la deuda con el FMI, se le sumó la difusión de supuestos avances respecto del acuerdo para firmar la adhesión al proyecto de la nueva Ruta de la Seda (BRI, por las siglas en ingles del Belt and Road Iniciative), que emanó de la embajada china en Buenos Aires. La publicidad incomodó al Gobierno.
Desde la Cancillería optan por negar que se haya descongelado el trámite y en el Ministerio de Economía prefieren no responder al respecto. La inclusión en ese acuerdo de ítems que provocan el rechazo de los Estados Unidos es una piedra demasiado grande para los desvencijados zapatos con los que camina dificultosamente Fernández.
La reticencia que los funcionarios palparon de parte de Joe Biden en el G-20 para ayudar en la negociación con el FMI podría trocar en rechazo si se avanzara en convenios con el principal competidor de Washington sobre áreas tan sensibles como las telecomunicaciones, el espacio exterior y la Antártida. Más ahora, dada de la fragilidad en la quedó el presidente de EE.UU. tras las elecciones en Virginia y Nueva Jersey, donde los candidatos de su partido retrocedieron a velocidad supersónica a solo un año del triunfo en las presidenciales. Un espejo que adelanta, aunque nada sea comparable con los desafíos que esperan acá al oficialismo, después del domingo.
Opositores en alerta
Un flanco débil del intento de acuerdo que imagina el Gobierno está en la oposición de Juntos por el Cambio, a la que Fernández necesita, pero al mismo tiempo destrata y agrede. Ya los principales dirigentes cambiemitas lo rechazaron o pusieron reparos. Temen quedar entrampados sin salidas fáciles, expuestos a ser corresponsables de una situación crítica o a ser inculpados de empujar a un gobierno débil. No hay posición unánime sobre cómo eludir el lazo que les tiran Fernández y Massa.
Ni siquiera aporta tranquilidad en Juntos por el Cambio la posibilidad de que se repita el próximo domingo la performance de las PASO. Los más prudentes recuerdan, para evitarlo, lo ocurrido tras las elecciones de 2009, cuando el variopinto conglomerado opositor conformó en Diputados el Grupo A para frenar, sin éxito, al kirchnerismo.
“Aun ganando no habrá motivos para festejar el domingo. Solo es un punto de partida. Y algunos de los nuestros están demasiado ansiosos mirando a 2023, pero falta demasiado. Antes pasarán demasiadas cosas y habrá que estar preparados”, advierte un veterano dirigente cambiemita que sabe más de derrotas que de éxitos.
Los temores sobre el futuro inmediato trascienden a la política. Por estos días, uno de los más prominentes empresarios argentinos suele decirles a sus interlocutores de otros ámbitos: “Mantengámonos en contacto. Temo que vamos a tener que ocuparnos de las cosas que todos tenemos en común antes que de los intereses que nos separan o los negocios de cada uno”.
La desconfianza es patrimonio de todos.
© La Nación
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