domingo, 17 de octubre de 2021

Un plan ronda al círculo rojo

 Por Gustavo González

Después de las PASO, se aceleró una certeza en la mayoría del establishment político y económico: la única forma de salir de una década de crisis será a través de un gobierno de coalición y consenso. Ambas condiciones: coalición para llegar al poder a través de una alianza electoral y consenso para gobernar sumando a dirigentes que representen a una amplia mayoría.

Dentro de “establishment político” incluyo al peronismo, al larretismo, al radicalismo y a ciertos sectores kirchneristas, macristas y sindicales. Y excluyo a los llamados “halcones” cercanos a Cristina y a Macri, que entienden que hacerlo implicaría perder sus respectivas identidades políticas.

Algunos de los oficialistas que creen en esos acuerdos explican que ellos mismos son el ejemplo de por qué una coalición puede servir para llegar al poder pero, sin un consenso mayoritario, resulta casi imposible gobernar con éxito.

Son albertistas claves que siguen en funciones tras la semana trágica, son albertistas que ya no están y son massistas que intentan parecer neutrales en la interna del Frente de Todos. También están los dirigentes que reivindican a Cristina, pero dicen que, en términos prácticos, hoy ella es parte del problema. Y están los intendentes y gobernadores que empiezan a ver en Juan Manzur o en algún otro gobernador la posibilidad de que “el peronismo vuelva a ser conducido por peronistas”, en alusión a la era kirchnerista.

IDEA. En el último coloquio se evidenció el amplio posicionamiento de esta línea de pensamiento. A veces en on the record y muchas, en off.

El jueves, Matías Kulfas sostuvo en IDEA que “la grieta es un obstáculo para el crecimiento a largo plazo, nubla la razón y nos complica la posibilidad de entendimiento”. Ese día y en el mismo sentido, los empresarios escucharon una anécdota que les contó Gustavo Beliz.

El secretario de Asuntos Estratégicos recordó que hace dos semanas, cuando peregrinaba a Luján, de casualidad se encontró con un amigo que le dijo: “Este es casi el único momento de la Argentina en que todos caminamos para el mismo lado”. “Necesitamos construir puentes –les pidió Beliz– que conduzcan a la otra orilla.”

El viernes, lo verbalizó Alberto Fernández: “Desde hace años somos una sociedad con bandos en pugna. Tirando cada uno de una punta de la soga, solo hemos logrado que las fuerzas se contrarresten”. Afirmó que asumió para “convocarlos a tirar para el mismo lado”, pero que la pandemia “volvió a convertir a la sociedad en dos sectores en pugna”. Y llamó a “abandonar los insultos, las quejas altisonantes y los enfrentamientos”.

Se podría decir que el tono que el Presidente le imprimió a la campaña por las PASO no fue precisamente gandhiano y que entonces no se sabe hasta qué punto su discurso fue genuino o electoralista. Pero, en todo caso, el solo hecho de que haya creído necesario pronunciar esas palabras indica el reconocimiento hacia este nuevo clima de época.

2023. El miércoles había sido Larreta quien definió a la grieta como “catástrofe”: “El que tenga que gobernar debe convocar a una coalición que represente al 70% del sistema, para garantizar políticas sostenidas en el tiempo”.

Hace meses que viene diciendo lo mismo en reuniones con empresarios, políticos y sindicalistas. Cree que no habrá gobierno exitoso si se apoya solo en el 40% del electorado. Imprescindible para ganar, pero insuficiente para salir de una polarización que genera incertidumbre permanente. Incluye en las experiencias fracasadas provocadas por esa grieta a los gobiernos de Cristina, de Macri y al actual.

Larreta explica que su objetivo no es ganar en 2023 con el 70% de los votos (“ni es posible ni sería bueno para la democracia”), sino construir un gabinete que integre a dirigentes que representen a ese porcentaje de la sociedad. Dicen que, en la intimidad, suele ser provocativo con los nombres que imagina para integrar ese supuesto gobierno.

Carta. Tanto Larreta como Massa aclaran que, pese a su amistad, no hablan en medio de la campaña. Pero lo cierto es que el líder renovador terminó de elaborar un plan de diez acuerdos básicos para convocar a la oposición a una mesa de diálogo, en línea con el espíritu antigrieta de su amigo.

Massa se disponía a presentarlo por estos días, pero finalmente lo hará el propio Presidente tras las elecciones. Se lo piensa como un punto de inflexión para darle una nueva misión al Gobierno, una suerte de legado institucional que “tome nota” del reclamo social de salir del club de la pelea.

También puede ser una carta que Fernández y otros aliados se guarden para replantear la gobernanza de los próximos dos años de gestión. Recordando el alzamiento cristinista post PASO y suponiendo que, según los resultados de noviembre, pueda volver a ocurrir.

En sus reuniones de los últimos días en la Casa Rosada con empresarios, el jefe de Estado intentó transmitir el mismo mensaje.

Tres puntos. Sus invitados celebran que los hayan convocado como dueños de algunas de las principales empresas: piensan que ese es el camino más ejecutivo, en lugar de los habituales diálogos entre las segundas líneas que se mueven en las cámaras del sector o en los think tank estilo IDEA.

Tras las reuniones, estos empresarios se muestran moderadamente optimistas: no está claro si es porque no tienen más remedio, asumiendo que la mayoría de sus activos están en el país, o por entender que Alberto está armando un estilo de gestión poselectoral que, esta vez, sí los tenga en cuenta.

También ellos creen que sin un amplio consenso no habrá confianza social y económica, y sin confianza no habrá inversiones. Del encuentro en la Rosada y de diálogos posteriores surgirían tres puntos iniciales de coincidencia:

1) Apoyar un acuerdo rápido con el FMI. Le tomaron la palabra al Presidente de que eso ocurrirá y de que, ante la pregunta de De Narváez sobre si “la señora está de acuerdo”, la respuesta fue “sí”.

2) Buscar un “ancla monetaria”. Este término no fue dicho frente al Presidente. Ante él solo se habló de achicar el déficit para no alimentar la inflación. Pero entre estos empresarios se mencionan salidas antiinflacionarias como la “canasta de monedas” o ejemplos regionales como la dolarización del Ecuador o el modelo de “unidades indexadas” del Uruguay. Y pensando en la necesidad rápida de divisas, se vuelve sobre la idea de algún tipo de blanqueo: estiman que permanece fuera del sistema el equivalente a cien veces las reservas netas del Banco Central.

3) Mantener la asistencia social, aceptando la profundidad de la crisis, pero apuntando a transformar planes de ayuda en trabajo legítimo: “La generación de empleo es un punto en el que no sería difícil que empresarios y sindicalistas nos pongamos de acuerdo, porque nos sirve a todos”. Esa profundidad de la crisis es la expresión del fracaso argentino de la última década, pero su magnitud hoy representa una oportunidad. Como la hiperinflación de los 80 o el estallido de 2001, estos diez años de estancamiento (compartidos por modelos políticos distintos, pero unidos por la misma falencia para construir consensos amplios) explicitan la urgencia de elegir nuevos caminos para hallar resultados distintos.

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