Por Tomás Abraham (*) |
El sueño de Sergio
Hubo elecciones en la Argentina con el nombre de Paso. La “P” es de Primarias. “A” de abiertas. “S” de (no me acuerdo). “O” de obligatorias. Es otro negocio o estafa política. Rara vez son abiertas. No creo que puedan ser cerradas, debe ser que todo el mundo puede votar a quien quiere sin carnet de afiliado. El kirchnerismo por ser verticalista, es decir por practicar la servidumbre voluntaria, no las respeta. Las oposiciones a veces sí, muchas no. Obligatorios lo son para quien quiere votar, un treinta y cinco por ciento se queda en casa.
Perdió el gobierno. Se echan las culpas entre sí. Cristina degrada públicamente a Alberto. Ya lo hicieron antes voceros suyos. Sergio Berni, adláter de Kiciloff, dijo que si un presidente no defiende a su mujer, mal puede defender al país. Fue después de la foto.
Echaron al ministro de salud, Ginés, echaron al de Educación, a la de Seguridad, y quisieron despedir al de Economía. Para el cristinismo, ya lo dijo Vallejo, todo fue un desastre. Pandemia, escuelas, trabajo, delincuencia y narco, en todo fue la política de lo peor.
El cristinismo oculta su lesiva complicidad con la falta de vacunas que hizo que de veinte mil muertos por pandemia en diciembre pasado la cifra llegara a ciento veinte mil, por haberse comprometido con Putin, por someterse en exclusiva a sus pruebas de vacuna, y dejar de lado alternativas de probada eficacia por razones tipo estratégico, ideológico, estúpido.
En la asunción de los nuevos ministros llamó la atención el contraste entre lo que pasaba entre el púlpito y la platea, se notó la ausencia ruidosa de la vicepresidenta después del mensaje de explícito repudio de su carta, y un salón de caras largas que el barbijo no podía ocultar, además de las miradas serias, graves de muchos, y en el caso de Máximo y Wado, evidentemente desaprobatorias.
Mientras tanto el presidente en medio de más que tibios, fríos, aplausos, se abrazaba efusivamente con Santiago Cafiero, Aníbal Fernández y Manzur, y se mostraba satisfecho y complacido mientras advertía que no estaba para internas, que todos los argentinos debíamos estar unidos –no dijo juntos– más aún después de haber atravesado dos calamidades, una la pandemia y la otra el macrismo. Con lo que un cuarenta por ciento de los argentinos son una calamidad.
Por lo que se veía en la ceremonia, ya nadie le creía al Sr. Alberto.
Las primeras medidas del estreno de Manzur son de una irresponsabilidad letal. Hace tiempo que se les pregunta a los que se presume sabios, videntes, a Yuval Noah Harari, a profetas, adivinos, a Byung Chul Han, a pitonisas, a Slavoj Zizek, astrólogos, pastores, a Facundo Manes, a tarotistas, quinieleros, a mí, cómo será el mundo después de la pandemia, ya tenemos la respuesta argentina: una joda.
Para juntar votos en dos meses, se abren discotecas, vuelve la gente a las canchas, se terminó el aforo, podemos besarnos en la boca, pasarnos la bombilla y el porro, se dispensa del uso de barbijos en espacios abiertos –costumbre que puede ser válida en sociedades en las que hay un mínimo respeto por reglas y en las que la transgresión no oficia de piolada, comenzando por las que llevan a cabo las máximas autoridades- se abre todo, los extranjeros podrán ingresar sin cuarentena y los argentinos en el exterior que hayan viajado porque sí, parece que también, aunque sean traidores a la patria, me informan, además, que se ha perdonado a los maldecidos vacunados en Miami para que puedan acceder a sus plateas este domingo y ver a sus millonarios, en suma, más de lo mismo.
Si el Frente de Todos pierde en noviembre, lo que no es seguro porque votará más gente, y el bautizado “elector fantasma” (Perfil 19/9/) es impredecible y nunca se sabe a quién puede votar, pero si pierde nuevamente, es posible que renuncie Alberto o que se vaya Cristina, y en la eventualidad de que se vayan los dos, y la señora Ledesma de Zamora, vicepresidenta del Senado, dé un paso al costado, asuma Sergio Massa por ser presidente de la Cámara de Diputados, lo que sería otro paso a la inmortalidad de nuestra democracia.
El sueño de Alberto
Luis Novaresio todas las semanas recibe de invitado a Jorge Asís, y me encanta escucharlo. Sus primicias son chismes que le pasan por mensajes, algún almuerzo, rumores, adivinanzas, y a veces la pega, y muchas no. Tiene buen humor, es bien argentino, un amigazo, calma las aguas, nada es grave, todo se arregla entre los “muchachos”, nombre que adjudica a políticos que tienen sobrepeso. Las últimas semanas después de las elecciones ofrece una novedosa interpretación de la crisis del partido gobernante después de la derrota de las PASO.
Convirtió la derrota en una victoria, y al desplante hecho al presidente, en una reafirmación de su autoridad. Llamó a Manzur “menemcito”, lo que para él es un gran elogio, porque significa el retorno del verdadero peronismo, el del capitalismo tolerable, y el fin de lo que denomina el frepasismo tardío del kirchnerismo duro que replica los intentos de infiltrar al peronismo desde ideologías de izquierda. Con Manzur, dijo, olvídense de los médicos cubanos. Ese muchacho, sigue, apunta para el Norte, tiene contactos que a más de un político de alta gama le gustaría tener, y es de muchos amigos en Israel, agrega.
Asís afirma que las PASO significan un lanzamiento del gobierno, el albertismo comienza ahora, y ya no será necesario quejarse como espartacos, así lo señala, para liberarse de la esclavitud de la que denomina “la doctora”.
Es cierto que en otros tiempos, no hace mucho, Asís hablaba con gran respeto de la Cámpora, y le decía a los asustadizos que no se equivocaran con “estos muchachos”, porque nada tienen que ver con los revolucionarios de antaño, sino que han aprendido cómo funciona el mundo moderno. Una vez todo el mundo pachorra, de sobremesa, el Turco le enviaba sus respetuosos saludos a la doctora, a quien hoy considera desplazada junto a sus camporistas del escenario principal del poder.
Para Asís, además, lo que importa no son las elecciones de noviembre, sostiene que es un error poner todas las fichas en ese casillero, que lo que hay que pensar es en el 2023, en el momento en que hasta el mismo Manzur puede ser un candidato para un futuro gobierno.
Es posible que Asís no haga más que enunciar los deseos de un sector del peronismo no muy afín al cristinismo. La presencia de Alberto en La Matanza al lado de Espinoza -con un Wado de Pedro al lado con gesto de supervisor por orden de Cristina que desconfía de este muchacho presidente que ella inventó-, el acto de Ishii en José C. Paz y el nombramiento de Insaurralde como jefe de gabinete en la provincia de Buenos Aires, puede ser una señal de que la mala elección en la provincia se la atribuyan a Kiciloff y Tolosa Paz que se llevaron la campaña al hombro con desprecio de los intendentes, y ahora se dan cuenta de que si quieren recuperar votos deben darles su lugar a los jefes territoriales, a los intendentes, que saben cómo buscar los votos casa por casa y tienen a su tropa de punteros bien disciplinados.
Gobernadores, intendentes, CGT, y un Juan Luis Manzur que por antecedentes tiene la bendición del Papa Francisco, y por consiguiente con posibilidades de obtener mesura en los movimientos sociales liderados por Juan Grabois, ya que a Pérsico lo tienen alistado, este nuevo conglomerado se presente como una etapa inaugural de la segunda fase de este gobierno al fin albertista.
¿El sueño de Juan Carlos?
Carlos Pagni entrevistó en su programa a Juan Carlos Torre, que acaba de publicar un libro, “Diario de una temporada en el quinto piso”, en el que anotaba sus vivencias cuando formaba parte del equipo económico de Juan Vital Sorrouille. Sociólogo, hacía frente común con otro grupo de sociólogos que asesoraban a Raúl Alfonsín. El ex presidente llamaba a intelectuales y académicos muchos de los cuales se habían exilado. Entre otros recordamos a Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ípola que conformaron el grupo Esmeralda, que elaboró el discurso de Parque Norte en 1985, un intento de sentar las bases de una socialdemocracia en la Argentina, pero no sólo ellos, también convocó a un periodista como Rodolfo Terragno que llegó a ser ministro de Obras Públicas de la Nación.
Torre dijo cosas que forman parte de los lugares comunes de quienes se entristecen por la situación del país. Habló del Estado como de un laberinto en la que toda persona que anhela cambiar algo se pierde. Percibió que el equipo gobernante, y el mismo Raúl Alfonsín, adolecían de una cierta, sino aguda, inocencia respecto de los problemas de la nación, cuya gravedad desconocían.
Citó varias veces al que parece ser el ídolo de los sociólogos progresistas, Fernando Henrique Cardoso. El ex presidente de Brasil cuenta en sus memorias que la inflación tiene una causa simple, se gasta más de lo que se recauda (pag 180, versión inglesa). Respecto del Movimiento de los Sin Tierra (MST), dice que más allá de su popularidad y de la realidad de los latifundios, la agroganadería en pequeña escala es extremadamente difícil y subsiste por la ayuda del estado (pag 210). Por lo visto su idea sobre las causas de la inflación y sobre políticas distributivas es bastante ortodoxa.
Para poner en marcha con su plan Real a un Brasil perdido, Cardoso dejó de ser académico, y no se conformó con el trabajo intelectual. La diferencia entre el sociólogo presidente y sus colegas progresistas parece ser esta cuestión de la inocencia, se mantiene o se pierde.
Cuando asume Menem la presidencia, Jorge Castro que había de ser un teórico del menemismo y de su revolución productiva en una nueva versión modernista y conservadora del peronismo, de la que la palabra “neoliberalismo” no da cuenta del todo, anunciaba que se había terminado la era de los sociólogos. Lo que no dijo, es que en la década del noventa comenzaba la era de los economistas que dio sus frutos en el 2001.
Esto es pasado, no leí el libro de Torre, pero sí leí otros de este sociólogo que se atreve a pensar, y claro, pensar duele, con frecuencia. Lo que más me interesaba era no tanto el retorno a una gesta que provocó una profunda decepción, como lo fue el tránsito de Parque Norte a La Tablada, sino su visión actual del país, ya transcurridos treinta y siete años de aquellos tiempos. Saber si para él a la decepción de los ochenta, se le sumaron otras, o si para Torre había algún matiz que diferenciara las sucesivas decepciones, o si asomaba alguna ilusión.
Y para mi sorpresa, parece que se puede soñar.
La conversación con Pagni era muy afable, el periodista se sentía muy a gusto porque era evidente que su entrevistado era de una especie más bien rara en el mundo de los entrevistados de la pantalla. No es candidato, no es influencer, no es funcionario ni ex funcionario, ni parte de los periodistas que se entrevistan entre sí en sus respectivas campañas políticas. Tampoco un pensador, ni un filósofo, ni un escritor, ni ningún personaje con títulos de nobleza, sino alguien serio, una persona que intenta pensar.
El diálogo parecía interesante, más aún cuando apareció el tema de la pobreza, el 50% de pobres de hoy que se comparaba con el considerado en la época escandaloso 20% de pobres cuando asumió el gobierno de Alfonsín.
Pero lo que Torre dijo era que no se trataba de pobreza sino de pobreza en movimiento, no de pobres sino de pobres en movimiento, y eso caracterizaba a la sociedad argentina de un modo singular, a diferencia de otros países de América latina.
Lo que lo sorprendía era la capacidad organizativa de los pobres en los movimientos sociales. Señalaba que a diferencia de las marchas de los sesenta que presenció de joven al grito de “somos los muchachos de Vandor”, y de los setenta con Lorenzo Miguel al frente, marchas propias de una sociedad salarial en la que había trabajo, hoy no hay empleo, por lo tanto contra quienes se entabla la lucha no son los patrones. Las movilizaciones, dijo, son de pobres sin patrón, salvo que lo sea el Estado, no hay otro. Cuando hay patrón, hay huelgas. Cuando no lo hay, hay piquetes.
Por un lado los pobres y por el otro el Estado. Torre sostenía que el punto más grave de la crisis es la falta de empleo, por lo que la consigna de economía popular había que tomarla en cuenta. Un Estado debe proveer los elementos mínimos para que nuevos contingentes de excluidos se integren a la masa salarial y participen de la creación de bienes. Salvo que la economía de la que se habla no tenga nada que ver con trabajo sino con una asignación universal sin contraprestación llámese salario universal o de otro modo.
Ese era el momento en que la cosa se ponía interesante porque era una oportunidad para preguntar y pensar con Torre de qué modo podía financiarse tal programa con un estado quebrado, un mercado desinflado, y los capitales en fuga. Sin contar que los movimientos sociales son ante todo políticos, en permanente disputa por territorios y liderazgos. En última instancia, habría que preguntarle a Fernando Henrique.
No estaría demás averiguar al ex ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, que para diferenciarse de la política de Carolina Stanley con su plan amplio de subsidios, proponía un programa de no dar dinero sino crear fuentes de trabajo, la razón por la que renunció, se alejó del cargo, y prefirió despertarse después de un breve sueño productivista para postularse a una banca de diputado en el congreso. Al menos Stanley la peleó cuatro años, y, de acuerdo a los líderes de los movimientos sociales, con muy buena disposición.
No fue posible profundizar. El tiempo de la tele es tirano, y la realidad más aún.
(*) Profesor emérito de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires
© Perfil.com
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