Por Claudio Jacquelin
Sea cual fuere el resultado de las elecciones del 14 de noviembre, buena parte del oficialismo prefiere pasarlas a pérdida rápido para empezar a pensar en el día después. Aún cuando se ilusionen y no descarten una recuperación sensible de votos. La premisa es tan simple como cruda: hay que recalcular para llegar a 2023.
El orden (o el desorden) nacido el 10 de diciembre de 2019, que fue degradando la cuarentena y sus secuelas, colapsó el 12S y se impone refundarlo. Como la economía. Todo está en crisis y puede agravarse muy peligrosamente. Sobre todo si se repiten escenas como la de ayer en Plaza de Mayo. Es la coincidencia y el temor que domina en el Frente de Todos (a pesar de Alberto Fernández). Hasta el diagnóstico llega la concordancia. En el tratamiento aparecen las diferencias. Muchas.
La incertidumbre sobre el resultado de los comicios y la energía puesta para enderezar una campaña fallida en primera vuelta agregan una cuota de dificultad al análisis interno respecto del futuro poselectoral. Aunque todos saben que es solo una parte del problema, capaz de ahondar dificultades. No el principal escollo.
Por eso, el primer dispositivo que se puso en acción (o en palabras) después de la semana fatídica posterior a las PASO estuvo destinado a restaurar al Gobierno y reparar lo que quedaba de la dañada autoridad presidencial, al mismo tiempo que se hizo profesión de fe la decisión de mantener unida la coalición peronista gobernante. El miedo disciplina y ordena.
Sin embargo, esos son, por ahora, meros enunciados aglutinantes, obligados cada día a superar la prueba a los que lo somete la diversidad de orígenes, visiones, personalidades, creencias, ambiciones y proyectos disímiles de las distintas alas de un espacio originalmente heterogéneo, al que se le agregó el superprotagonismo de Juan Manzur. No es un detalle más.
En ese propósito de reconfigurar la estructura de mando del Gobierno empezó a tallar el eje Máximo Kirchner-Sergio Massa-Wado de Pedro, revitalizado por su rol de artífices del promocionado almuerzo en la Casa Rosada al que asistió media docena de poderosos empresarios. El trío sigue mirando críticamente (entre el recelo y la descalificación) la conducción y la figura de Alberto Fernández, pero buscan revitalizarlo para que sea un punto de equilibrio interno. La aparición hiperactiva de Manzur y sus ambiciones para 2023 obligan a revisar las alianzas.
Desde el trío cámporo-massista (el oxímoron político no es obra del autor) pergeñan para después del 14 de noviembre una “verticalización “de la coalición gobernante que ponga fin o limite la horizontalidad que tuvo hasta aquí. Una forma elegante de referirse al loteo de la administración que rigió desde los orígenes y sigue rigiendo. Lo que no terminan de resolver o admitir en público los arquitectos del nuevo orden es quién o cómo se garantizará su funcionamiento cuando haya que bajar las definiciones al terreno de la práctica.
“Quiero ver qué va a pasar cuando entren en colisión las visiones y los intereses de unos y otros. ¿Quién garantiza que no va aparecer otro Basualdo desacreditando a un ministro?”, duda un albertista descorazonado. La desconfianza y las tensiones entre las tribus justifican las prevenciones. El regreso al primer plano de la sociedad maximassista dispara alertas más que justificadas por sus integrantes. La propensión a sobregirarse y chocar contra la pared está en sus genes.
“El circulito chiquito de Alberto quiso ningunearnos y desplazarnos, pero nosotros nunca dejamos de laburar y de tejer vínculos. Ese almuerzo es el fruto de ese trabajo. Somos un polo de poder y se lo dejamos en claro cuando lo necesitaron. Hasta les aportamos gente para que mejoren la comunicación y la imagen”, dicen allegados Máximo y Massa. La afirmación explica menos al pasado que lo que revela respecto del futuro. No será sencillo,
Así es que no tuvo nada de casual que la presentación del jefe de Gabinete ante los representantes de fondos de inversión en Washington se centrara en dos premisas casi de la misma relevancia. El tucumano puso el mismo énfasis en su intento por despejar la variable de una ruptura del oficialismo después del 14 de noviembre que en la reafirmación de la voluntad de llegar a un acuerdo con el FMI y, en consecuencia, ordenar los desequilibrios macroeconómicos. Subsidiario fue el respaldo que buscó darle al ministro de Economía, de cuyas acciones y dichos ofició como garante. Martín Guzmán lo necesitaba: sus recientes gestiones ante el Fondo Monetario lejos estuvieron de darle razones para celebrar.
Manzur, al que los financistas caracterizaron como un típico político conservador del norte argentino, con aires de patrón de estancia, se empeñó en ampliar ese escenario de unidad a otras esferas para tratar de demostrar alguna fortaleza del Gobierno, de la cual dudan no solo sus interlocutores de Manhattan. ¿El objetivo? Convencer de que la administración Fernández tiene soporte político para adoptar las medidas que requiera la hora sin poner en riesgo la gobernabilidad. Los receptores del mensaje lo decodificaron con una manifestación de buenas intenciones. Wishfull thinking, coincidieron varios de los argentinos allí presentes que prefieren la expresión inglesa.
“Les voy a dar una primicia: el 11 de noviembre va a haber una buena noticia: ese día se va a reunificar la CGT”, dijo ante la sorpresa de los inversores que no entendían porqué eso sería algo positivo para ellos. Manzur captó el aire de incertidumbre y remató: “Esa CGT unificada va a apoyar el acuerdo con FMI”.
Con el mismo optimismo y convicción que suele transmitir su sonrisa perenne también afirmó que la oposición avalará un arreglo con el organismo. Aun cuando todavía abundan diferencias dentro del oficialismo y la distancia con el organismo para llegar a un posible entendimiento están lejos de haberse acortado, como lo reconocieron él y Guzmán en ese encuentro.
Fue un buen intento que chocó con el realismo de sus interlocutores: les reprocharon el tiempo y las reservas perdidas por no haber cerrado antes a un acuerdo cuando había mejores condiciones objetivas. Aunque Guzmán adjudicó responsabilidades a la conducción del FMI por las demoras, para esta gente que se rige por las efectividades conducentes, la dilación es fruto de las internas del oficialismo, que los representantes del Gobierno no pudieron negar, aunque intentaron relativizar. Imposible disimular tanta evidencia.
La cuestión temporal es clave no solo para el arreglo de la deuda cuyos vencimientos previstos para el año próximo son objetivamente impagables. También el paso del tiempo agrava la acumulación de los desequilibrios económicos y fiscales, aunque en Nueva York como en Buenos Aires el oficialismo dibuje escenarios favorables, en los que pocos creen y que solo ahondan dudas. La construcción de ilusiones está en la esencia de la política.
Manzur y Guzmán recitaron el mantra que aquí repiten otros altos dirigentes del FdT: no habrá ningún salto devaluatorio ni recorte de gastos en 2022. Dicen estar convencidos de que el año próximo podrán recortar los desequilibrios no por ajuste de las erogaciones sino por ingresos. “No necesitamos bajar el gasto porque la recuperación económica va a mejorar la recaudación”, resumen.
La magnitud de los desequilibrios internos, la suba generalizada de precios en el país, que muchos economistas pronostican para el año próximo en niveles ochentistas, más la situación global, con una creciente inflación mundial, no aportan elementos para que la prédica oficialista pase de la categoría de acto de fe a la de probabilidad. Suficiente motivo de preocupación para la gente de negocios local y extranjera. No solo el amenazante Roberto Feletti es proveedor de temores.
Son esas las razones por las que los interlocutores de los viajeros Manzur-Guzmán no modificaron sus percepciones, más allá de valorar las amables casi tres horas que les dedicaron los funcionarios y la curiosa invitación que les hizo el jefe de Gabinete para venir a la Argentina a ver las virtudes del país. “Pareció que no se había dado cuenta que la mayoría éramos argentinos y que no nos hablaba en inglés”, comentó con mordacidad un asistente.
“Sin inversiones la Argentina no tiene salida y no hay condiciones para invertir en el país mientras no se aborden los problemas estructurales y se resuelvan los desajustes coyunturales, como la brecha cambiaria. No puede jactarse Guzmán, como lo hizo, de que una brecha del 80% no está tan mal porque había llegado al 120%. Y es cierto que los activos locales están baratos, pero quién dice que no vayan a estar aún más baratos”, resumió con lógica económico-financiera uno de los asistentes a la reunión en el consulado argentino.
El mantra del “no ajuste” no es solo una promesa electoral sino también el pegamento con el que busca sostener la unidad oficialista. Para darle sustento los voceros del optimismo oficialista suman todas las buenas perspectivas (como el sostenimiento del precio de los commodities de origen agropecuario), soslayan las amenazas (aumento del precio de la energía) y suman creatividades. Entre estas volvió sonar un eventual préstamo por alrededor de US$6000 millones para engrosar las debilitadas reservas del BCRA, parte del cual estaría destinado a la compra de gas. A pesar de que algunos dicen que podría cerrarse el mes próximo, en el Banco Central y en la Cancillería dicen que todavía está muy verde. Como con el FMI, acordar las condiciones no es fácil. Pero sirve para sostener la ilusión. De no ajustar y de mantener la unidad.
“No hay riesgo de fractura porque todos necesitamos atravesar bien los siguientes dos años. Y la primera que quiere llegar y que ganemos las próximas presidenciales es Cristina Kirchner”, concluyen albertistas, camporistas, massistas y cristinistas.
En el nombre de la vicepresidenta se encierra buena parte de las incógnitas. Es lo que preguntaron en la Casa Rosada y en Manhattan. Lo interesante es que ningún funcionario se anima a hablar por ella en público y no siquiera se atreven a nombrarla. “Todos estamos de acuerdo en el oficialismo”, dijo Manzur cuando le preguntaron si la jefa política del espacio apoyaría un acuerdo con el FMI. El “todos” le evitó pronunciar el indecible “Cristina”. Un síntoma elocuente.
Pero nadie quiere detenerse en esos detalles cuando el objetivo es más ambicioso y complejo. Hay que recalcular para poder llegar a 2023. Y el acto de ayer en Plaza de Mayo no facilita el tránsito.
© La Nación
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