sábado, 16 de octubre de 2021

¿Quién gobierna?, ¿quién gobernará?


Por Sergio Suppo

Primero fue el cachetazo de las urnas y su dimensión impensada. Después fueron la catarsis y el intercambio de culpas que derivó en la imposición de un cambio de gabinete. Ahora, frente a la probabilidad cierta de la confirmación de la derrota, surgen proyectos de poder dentro del propio poder. Pueden ser mirados como ejercicios de supervivencia, pero también como una cacería de oportunidades en medio de varias crisis superpuestas: la social, la económica y la política.

En el mes que siguió a las elecciones primarias creció una pregunta cuya proyección detona temores bien fundados: ¿quién gobierna hoy la Argentina?; ¿quién la gobernará el día después de las elecciones generales del 14 de noviembre?

Ocurre un hecho sin antecedentes en el peronismo. Es la primera vez que, estando en el poder, pero sacudido por una derrota, se avecina una disputa por el mando dentro de un mismo gobierno. Hay ya una señal inequívoca del fenómeno: no está claro quién manda hoy en el Gobierno. El Presidente está eclipsado por el jefe de Gabinete y ambos no tienen ningún margen de maniobra sin el aval de la vicepresidenta. El presidente de la Cámara de Diputados hace la suya, entra y sale en busca de su propio beneficio.

El viejo movimiento siempre se enorgulleció de sus tumultos y el propio Perón destacaba su capacidad para administrar las contradicciones e incongruencias. El mismo relato posterior al primer peronismo hizo creer que durante las dos primeras presidencias del general había diversidad. Entre 1945 y 1955 hubo un alineamiento vertical de sectores bajo una lógica de orden militar, sin matices para izquierdas o derechas.

Perón alimentaría luego a las facciones que en su nombre intentaron devolverlos al país, pero no bien llegó amputó de un golpe las ilusiones de poder construidas por el ala izquierda, aquella “juventud maravillosa” a la que había impulsado al terrorismo bajo el eufemismo de “formaciones especiales”.

A diferencia de estos días, el peronismo de entonces había regresado con un par de resultados electorales contundentes y sus protagonistas se pelearon por cobrar la herencia que Perón no llegó a asignar y que derivó en el golpe de 1976.

Sin la sangre de los años setenta, es ahora la primera vez que dentro de un mismo gobierno peronista hay corrientes en pugna, todas ellas interesadas en salvar la ropa de una eventual derrota en noviembre y, al mismo tiempo, interesadas en emerger como la fuerza reinante en la mitad del mandato que les queda a Cristina Kirchner Alberto Fernández.

Lo que para la oposición aparece como una nueva oportunidad de volver a gobernar, en dos años, en el peronismo es vivido como una alternativa para reacomodar los espacios internos.

Debajo del desesperado reparto de fondos en busca de los votos perdidos, habitan ilusiones distintas y especulaciones encontradas. Ninguna de ellas incluye el fortalecimiento del presidente Alberto Fernández, a quien ni en el mejor escenario posible (un triunfo en noviembre que revierta la derrota de septiembre) las restantes facciones del peronismo le devolverán la oportunidad perdida de asumir el poder el día que sucedió a Mauricio Macri.

Cristina Kirchner ya no está sola ni decide con autonomía. La carta con la que provocó el último cambio de gabinete pudo haber sido la última de sus maniobras unipersonales. Su representación electoral también está en crisis y es relativamente menor a la del conjunto del resto del peronismo; en su propio territorio del conurbano hay intendentes que empiezan a discutirle la propiedad de esos votos.

La vicepresidenta tiene, sin embargo, una llave institucional que puede condicionar hasta al propio Alberto Fernández. Es por lo menos llamativo que algunos de sus dirigentes incondicionales auguren una crisis de mayor intensidad si el oficialismo vuelve a ser derrotado. Cristina mira la realidad despojada de autocrítica, aunque sacudida por la situación judicial de ella y de sus hijos.

Tercero en la línea sucesoria, Sergio Massa opera acuerdos con la oposición para lo que vendrá después de las elecciones. ¿Se imagina a sí mismo como un Duhalde a fines de 2001? En ese momento, el exgobernador de Buenos Aires tenía más poder que Massa y la voluntad de una parte del radicalismo de ayudarlo. Horacio Rodríguez Larreta, amigo personal de Massa, no parece tener la misma disposición ni las mismas condiciones de liderazgo de Raúl Alfonsín luego de la renuncia de Fernando de la Rúa.

El juego propio que otra vez vuelven a insinuar los intendentes del conurbano es simultáneo con la autodeterminación que para evitar derrotas o presentar triunfos utilizan como recursos electorales los distintos gobernadores peronistas. Uno de ellos, el tucumano Juan Manzur, salió de la fila del coro para intentar su propio proyecto.

El de Manzur es el ensayo peronista que en este momento guarda una mayor sintonía con el Vaticano. En estas horas de desesperación y ambiciones al desnudo hay quienes se atreven a presentar al jefe de Gabinete como un delegado de Francisco. Es, como mínimo, una exageración, pero aun así es exhibida como un elemento para presentar a Manzur como un jugador con más futuro que presente.

Una vez más las analogías con el pasado les juegan en contra a estos actores del drama de hoy. Si Massa sueña con ser Duhalde, Manzur debe evitar quedar como el Adolfo Rodríguez Saá. Sería gracioso si no fuese tan incierto.

© La Nación

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