Por Javier Marías |
Para retomar el hilo del domingo pasado, insisto en que hoy la derecha española es profundamente de derechas, obsesionada como está con los inmigrantes, con una España pretérita idéntica a la de la dictadura, con las comunidades autónomas que ansía suprimir, con el aborto, con la Unión Europa que le desagrada hasta aproximarla a Polonia, a Hungría y al Reino Unido del Brexit. Todo esto es evidente, con matices, así que volvamos a la falsa izquierda, que también es muy de derechas. ¿En qué más?
La Real Academia Española, tan criticada, es escrupulosamente democrática en lo referente a la lengua. Lo admite todo en su Diccionario, lo bueno y lo malo, las palabras impolutas, los tacos y las expresiones despectivas, por la sencilla razón de que los hablantes —el pueblo— los utilizan o han utilizado. Va con gran tiento, y sólo retira una acepción cuando han transcurrido cinco siglos sin que aparezca en un texto; sólo la modifica cuando deja de significar lo que solía; sólo incorpora nuevos vocablos cuando éstos se han asentado y su uso es bastante general. Es decir, se limita a registrar lo que los hablantes de España, México o Colombia, espontánea y naturalmente, deciden que pertenece a la lengua. Un ejemplo claro y antiguo es este: etimológicamente, y en la mayoría de idiomas, lo correcto es “crocodilo”. El hablante español, sin embargo, debió encontrarlo trabajoso de pronunciar y escogió decir “cocodrilo”, y así se quedó. La izquierda actual es, en cambio, reaccionaria en este campo, porque pretende cambiar la lengua desde arriba, desde sus élites, e imponer términos y construcciones artificiales, dictadas desde su poder, así como prohibir y expulsar otros que la gente aún emplea y que consagraron, nos guste o no, Cervantes, Lope, Clarín o Pardo Bazán; o Quiroga, Borges o Rulfo, tanto da. Esta presunta izquierda es tan ignorante como lo fue el franquismo. Nada sabe de filología ni de la evolución de las lenguas. Inventa tontadas “ideológicas” y con ellas violenta a los castellanohablantes, esto es, al pueblo que asegura defender. El español ha ido variando y seguirá haciéndolo, pero a su ritmo paulatino y de forma natural, no por las ocurrencias semianalfabetas de una Ministra y su equipo, a los que nadie recordará, ni de unos “colectivos” tan susceptibles que ven agravio en vocablos neutros como “manco”, “cojo” o “gordo” (éste es tan neutro como “flaco”). Son palabras que dice y escribe la gente, y la gente es soberana en este ámbito. No es en absoluto democrático, ni de verdadera izquierda, querer contravenir sus usos, su libertad y sus deseos.
Pero quizá lo más revelador es su apoyo a los independentistas catalanes (y vascos, pero éstos merecen mención aparte), sólo compartido por los neofascistas flamencos, los neofascistas de Salvini y su Lega, Putin… y casi paren de contar. El actual PSOE hace virguerías para no condenar el procés: otorga indultos, propicia una “mesa de diálogo” con quienes no van a dialogar, y de ella excluye al 50% de los catalanes —los no independentistas—, como si no importaran y la Generalitat fuera la autoproclamada dueña del país; con ello humilla precisamente a los ciudadanos más pobres y vulnerables, bastantes de los cuales se han visto impelidos a abandonar Cataluña por el repentino rechazo de sus vecinos, inspirado por el Govern. Sé de personas de origen extremeño, andaluz, murciano, que se sentían ya tan catalanas como la que más —¿recuerdan aquella gran mentira de Jordi Pujol, “Catalán es todo el que vive y trabaja en Cataluña”?—, y que después de tres décadas han vuelto con enorme tristeza a sus lugares de nacimiento, a los que no los ataba ya nada. Ahora que tan decisivos son los “sentimientos”, según los independentistas, ¿no cuentan en absoluto los de esta pobre gente? La supuesta izquierda se hace cruces por la deportación de mexicanos en los Estados Unidos, pero ni se inmuta ante esta otra sibilina expulsión gradual.
Pero, sobre todo, ¿cómo ninguna izquierda puede simpatizar con una “revolución” de señoritos ricos, de caciques a menudo corruptos y ladrones, de élites racistas y despreciativas, de individuos totalitarios, como quedó comprobado en las “Leyes de Transitoriedad” promulgadas por el Parlament el 6 y el 7 de septiembre de 2017, seguidas de un referéndum caótico y amañado, en el que muchos votaron en plena calle o varias veces, y que jamás habría sido dado por válido en ningún país del mundo, salvo en repúblicas totalitarias… y en la Cataluña de hoy? El alma de Podemos gritó “Visca Catalunya lliure!” en una Diada o dos, como si Cataluña no llevara 40 años eligiendo a sus representantes y a su Govern. Nuestra presunta izquierda, así pues, ve con agrado la creación de un Estado unilateral, autoritario, excluyente, con imposiciones y prohibiciones, sin justicia independiente ni nada de nada independiente… No es extraño que ya hayan huido de allí numerosos izquierdistas, tan catalanes de pura cepa como Junqueras y Puigdemont. A éste, Zapatero aspira a hacerlo volver a España con sus cargos reducidos a la mínima expresión, “porque es importante para el diálogo”. Mientras, este individuo boicotea esa “mesa de diálogo” inútil y echa pestes de todo lo español. Esta clamorosa connivencia, ¿no es tremendamente de derechas, por caridad? Así que no, no tenemos ya qué votar.
© El País Semanal
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