Por Claudio Jacquelin
La gestión que parió el recambio de gabinete acaba de tener su semana de superacción. Una sucesión de actividades y gestos para confirmar que el objetivo es mostrarse en movimiento. Pero eficiencia y resultados son asuntos de otra naturaleza.
Los principales funcionarios nacionales, del presidente Alberto Fernández para abajo, desplegaron un sinfín de acciones que se sucedieron febrilmente en la agenda pública. Como historias de Instagram, sin importar que se superpongan, se contradigan y se anulen unas a otras o entren en colisión con los posteos que cada uno sube en sus respectivas cuentas. Autonomías que imponen la necesidad, la urgencia y el temor a la derrota.
Si se ralentiza la película y se observa con detenimiento lo ocurrido al cabo de los últimos días una figura inquietante termina configurándose: muestra la existencia de muchos gobiernos para un gran desgobierno. Cada uno tiene el suyo. Y hace la suya.
En el caso del Presidente los hechos que difunde la comunicación oficial resaltan con estridencia esa imagen. Muestran (o intentan mostrar) a “Alberto puntero barrial”, “Alberto presidente”, “Alberto estadista”, “Alberto militante combativo”, “Alberto dialoguista”, “Alberto ecologista”. Alberto. Los textos (o los discursos) que acompañan a las imágenes tienen entidad y vida propia, que no integran ningún corpus. Como cápsulas aisladas de cada instante sin relación ni diálogo entre sí. Tampoco lo hacen esas historias con las de los funcionarios más activos y mediáticos de su gobierno.
Un ejemplo sobresale: las fotos y las palabras del almuerzo de seducción de grandes empresarios en la Casa Rosada fueron sucedidas por la reunión obligatoria que el flamante secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, tuvo con otros representantes del empresariado para sugerirles (con la sutileza del verdugo) que congelen los precios por tres meses. La zanahoria y el palo en dos actos. Obra representada por el elenco inestable del Frente de Todos. Sin dirección.
La satisfacción de los popes empresariales que estuvieron en la Casa de Gobierno con Fernández, Juan Manzur, Sergio Massa y Eduardo “Wado” de Pedro trocó en perplejidad o malestar en apenas unas horas. La extrema consideración con el sector privado que se mostró allí contrastó con la menos afable reunión que encabezó el intimidante Feletti. Como acciones de diferentes gobiernos. Paréntesis: entre tanta paradoja, no puede dejar de subrayarse la coherencia del flamante funcionario. El respaldo de Cristina Kirchner sigue siendo decisivo.
Otro tanto ocurrió con la presentación de Martín Guzmán en el Coloquio de IDEA. Sus modales académicos, su pretensión de construir senderos previsibles y sus definiciones macroeconómicas ya no chocan solo con sus cálculos y proyecciones que la realidad se empeña en desacreditar mes a mes. También tropiezan con la nueva tupacamarización de la ya fragmentada área económica, tras la estelar incorporación de Feletti al Gobierno.
Para el domador de la fiera de los precios no hay jurisdicciones ni jerarquías que lo limiten más aún después de que se confirmó que la inflación de septiembre fue del 3,5% y no se espera un octubre más tranquilo. El manos libres con el que llegó Feletti integra las cláusulas del contrato que impuso con el peso de su representante, la vicepresidenta. En cualquier momento, Matías Kulfas, el jefe (solo) en los papeles del secretario de Comercio, ruega que vuelva Paula Español.
Manzur, el garante
Completa el dislocado cuadro el perentorio viaje emprendido por el jefe de Gabinete a Estados Unidos, del que el ministro de Economía prácticamente se enteró por los diarios mientras desarrollaba su agenda en Washington.
Las fuentes oficiales afirman que Manzur fue a reforzar las gestiones de Guzmán. Una forma de confirmar (y ahondar) las dudas que albergan en el gobierno estadounidense, en el Fondo Monetario y los inversores, tanto sobre la estabilidad y poder de decisión del ministro, como sobre la voluntad del gobierno argentino para alcanzar un acuerdo por la renegociación de la deuda (al margen de plazos y fechas). Necesitan un garante. Aunque muchos no creen que con Manzur alcance.
Las versiones que circulan respecto de que el motivo real de la misión es monitorear las acciones de Guzmán tienden a diluirse cuando se repara en las características del enviado. La autonomía, los contactos, las ambiciones y el tenor de los proyectos políticos personales de Manzur son infinitamente superiores a los del titular del Palacio de Hacienda. Él es su propio jefe. Por si quedaban dudas, lo reforzó con un hecho: no fue en un vuelo de línea sino que viajó en su “propio” jet, el avión sanitario de la provincia de Tucumán. Otro gobierno más para el desgobierno.
Fuera del plano económico, el patrón se sostiene. Pese a los esfuerzos del consultor catalán Antoni Gutiérrez-Rubí, el orden natural tiende a ser el desorden. Abundan los neutrones libres. Fuera del núcleo son inestables por naturaleza. Aníbal Fernández es el epítome.
Llamado a dar seguridad y tranquilidad a una sociedad cada vez más golpeada por el delito violento, el flamante ministro hizo un estruendoso aporte a la inseguridad y la intranquilidad, amenazando y revelando datos privados de un ciudadano que con su pluma osó criticar al Gobierno. Volvió por sus fueros al patoterismo de Estado. En tiempos de Cristina Kirchner no desentonaba, cuando maltrataba micrófonos y comandaba el aparato de inteligencia de la Policía Federal. Por lo menos, hasta ahora, nadie ha hablado de un regreso del general Milani. El macrismo celebra. Justo cuando un polémico juez acusaba a Macri de espionaje apareció Aníbal en campaña. Como en 2015. Pero la historia no se repite.
En esta secuencia de simultaneidades paralelas y contradictorias, los interlocutores del Gobierno actúan el rol que les toca en el psicodrama oficial, donde se procura exorcizar problemas y traumas. Hacen como si todo fuera real, como si fuera a ocurrir, como si el hoy llegara a perdurar, como si todo el poder real estuviera allí y no hubiera otras instancias decisivas en otro lugar. Saben que nada está asegurado después del 14 de noviembre. Todos lo dicen (en voz baja y reserva). Desde gobernadores e intendentes hasta poderosos empresarios que se suman a las mesas tendidas por el Gobierno. Es una pequeña apuesta a futuro. Por las dudas, que son infinitas.
Las mismas dudas albergan otros ministros y funcionarios de los muchos gobiernos del desgobierno, que deben lidiar con sus propias realidades, numerosas indefiniciones, crecientes incertidumbres y extremas urgencias, sobre todo electorales, que obligan a dar soluciones.
Los piquetes que ayer colapsaron el tránsito en el área metropolitana son el resultado de esa realidad que muestra la administración albertista, admiten altos funcionarios nacionales. Las organizaciones sociales no oficialistas encontraron un gigantesco ventanal de oportunidad ante un gobierno con la mano floja y el bolsillo sin fondo para dar platita”. Motivo suficiente para alimentar temores de los propios sobre la eficacia de entregar recursos con el objetivo de mejorar la performance electoral.
No son pocos los intendentes del Gran Buenos Aires y los funcionarios del gobierno nacional conocedores en profundidad del conurbano que lanzan advertencias, al tiempo que acumulan recursos y refuerzan la logística en sus municipios para llegar en mejores condiciones.
“El 14 de noviembre vuelve el paisaje del peronismo en elecciones a full. Muy diferente de lo que pasó en las PASO. No va a faltar transporte ni punteros buscando a los votantes casa por casa para llevarlos a las escuelas”, anticipa un jefe territorial del conurbano para felicidad de remiseros y proveedores de viandas.
Lo que ninguno de ellos se atreve a anunciar es que el despliegue de esa logística se traduzca en la reversión de lo ocurrido el 12-S y que las boletas nacionales y provinciales del FDT se impongan.
“En las PASO con la platita no alcanzó: ninguna provincia recibió más recursos que Buenos Aires y ningún municipio tuvo más apoyo que Quilmes, donde gobiernan los protegidos de Cristina y Máximo. En los dos perdimos”, advierte un albertista decepcionado.
Es uno de los tantos dirigentes que aspiran a retener el control de su distrito y que, cuando mira más allá del 14 de noviembre, posa la vista en la foto de Manzur de un calendario de 2023. Gobiernos de un gran desgobierno.
© La Nación
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