Por Marcos Novaro |
En medio de la feroz campaña electoral, ya relanzada para las legislativas de noviembre, se acaba de producir un hecho sorprendente: la apenas disimulada coincidencia entre el Ejecutivo nacional y varios de los principales líderes de la oposición sobre cómo encarar la reconversión de los planes sociales -que cada vez más gente reconoce como un placebo para disimular y reproducir la pobreza- en empleo productivo genuino y sustentable.
Fue una noticia extraordinaria. O, mejor dicho, debió serlo. Pero pasó casi por completo desapercibida. En tiempos de campaña se habla mucho más de la grieta que nos divide en dos supuestos “modelos de país” radicalmente enfrentados -que nunca se sabe bien en qué consisten, pero no importa- y se da por hecho que reúnen intereses y visiones absolutamente inconciliables: las de los ricos y las de los pobres; las del sindicalismo y los movimientos de desocupados y las de “la derecha”.
Justamente a esa en apariencia inconciliable y omnicomprensiva confrontación aludió con mal tino Martín Guzmán, uno de los protagonistas del evento en cuestión.
Guzmán, tratando de mostrar que también puede aportar su granito de arena a la campaña del oficialismo y no es solo un “mezquino guardián de la caja al servicio del Fondo”, como lo considera La Cámpora, se lanzó en su discurso del lunes contra Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau. Los dos habían estado días atrás promoviendo la reforma del sistema de indemnizaciones por despido, un régimen que resulta muy oneroso para las empresas y es uno de los principales factores que las desalientan de contratar más mano de obra, incluso cuando la necesitan. El ministro de Economía los acusó, por ese motivo, de querer borrar de un plumazo históricas conquistas del sindicalismo argentino. “La derecha siempre niega derechos y libertades”, concluyó.
Pero lo que Guzmán no advirtió fue que de ese modo estaba maltratando no solo a los opositores, sino también a los promotores del acuerdo que se estaba celebrando, la UOCRA y la Cámara de la Construcción (CAMARCO), y por extensión, a muchos otros gremios y entidades empresarias que ven con interés la posibilidad de extender a sus sectores de actividad lo que han venido haciendo aquellos desde hace tiempo: el reemplazo de las indemnizaciones por un fondo de desempleo. Esa es justamente la idea con la que vienen trabajando Larreta, Lousteau y otros dirigentes y especialistas de la oposición, tratando de darle algún contenido más preciso al “plan de salida de la crisis”, la alternativa que ellos dicen representar, y la mayoría tampoco sabe muy bien en qué consiste.
El pifie de Guzmán es, además, solo la punta de un iceberg contra el que la “unidad” del Frente de Todos viene chocando desde hace tiempo. Y es que alrededor de esta necesidad de salir de una buena vez del esquema reproductivo de la pobreza que ofrecen los planes, se han ido dividiendo aguas entre sectores más anticapitalistas y otros más o menos “modernos”, por llamarlos de algún modo. Que estas divisiones tampoco se acomodan a los títulos y caracterizaciones habitualmente utilizados para agrupar a las distintas facciones del oficialismo lo prueba el hecho de que incluso dentro de las organizaciones de desocupados, y de algunas de las más doctrinariamente identificadas con el kirchnerismo, hay posturas encontradas.
Para dar simplemente un ejemplo: Juan Grabois, líder de la CTEP, es tal vez el más entusiasta defensor de la idea franciscana de que la mejor opción de salida la ofrece lo que él y el Vaticano denominan la “economía popular”, porque ni las empresas privadas van a volver a invertir jamás en Argentina (algo que tanto Grabois como otros dirigentes oficialistas se esmeran en asegurar que realmente no suceda) ni el mercado asegura en verdad un mejor modo de vida que la pobreza. “Pobrismo al palo”, diría Pichetto y con pretendidamente sólidas bases doctrinarias, una extraña mezcla de marxismo y populismo que no por confusa deja de tener su atractivo. “La economía popular tiene una característica que la distingue, los medios de producción, de trabajo, están en manos de los sectores populares. De ahí que nos atrevamos a soñar con un proceso de autoorganización de nuestros compañeros que permita erradicar las tendencias patronales del seno de nuestro pueblo pobre y construir una economía popular comunitaria, solidaria, fraterna, socialmente integradora”, ha escrito Grabois, buscando la forma de convertir la exclusión, de un disvalor, en una ventaja y la oportunidad para construir una nueva sociedad. A la que estos señores además consideran acorde al curso de los tiempos, dada la “extinción paulatina del trabajo asalariado”. Con lo cual, de paso y “afortunadamente”, Argentina, de estar ubicada entre los casos más inapelables de fracaso económico y social de la historia mundial del último siglo, pasaría por arte de magia -una magia algo oscura- a estar a la vanguardia: ¡¡trabajadores del mundo, uníos e imítennos, no saben lo que se pierden!!
Ahora bien: lo más curioso de todo este asunto es que quien asiduamente aparece como coautor de las diatribas de Grabois que recién reseñamos, es nada más y nada menos que Emilio Pérsico, máximo referente del Movimiento Evita. Pero al mismo tiempo, “el Evita” se ha declarado muy a favor de acuerdos que cualquiera con mala leche podría denominar “promercado”, como los que han venido elaborando la UOCRA, CAMARCO y el gobierno nacional. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿La salida que impulsan estos actores supuestamente ejemplares dentro de la grey populista radicalizada es de tipo capitalista, anticapitalista o precapitalista? ¿O será que no tienen mucha idea y tocan una u otra melodía según la ocasión?
El problema con estas indefiniciones y ambigüedades es que la crisis no va a clarificarlas. Al contrario, puede volverlas más insoportables. En el Ejecutivo, y en acuerdo con al menos algunos gremios, puede que prosperen ideas medianamente innovadoras como la presentada el lunes con los representantes de la construcción. Pero en ausencia de un horizonte previsible, y con un proceso de estanflación ya muy avanzado, ¿qué empresa va a invertir por más ventajas puntuales que se le otorguen?
No hay solución “de mercado” para la economía argentina sin arreglar antes sus problemas macro. Y entonces la frustración con este tipo de soluciones gestionadas parcialmente podría llevar agua al molino de los anticapitalistas y precapitalistas, los devotos de Francisco que argumentan que cada crisis que nos cae sobre las espaldas es otra señal de Dios respecto a la conveniencia de convertirnos todos en pobres y desempleados, porque ese es el modelo de vida buena. Una suerte de contracara de la grey de Milei, con el común denominador del extremismo y la antipolítica.
Para el gobierno en curso, aun cuando ese proceso de realimentación entre los extremos no se profundice, las perspectivas son de todos modos bastante negras: difícilmente en este contexto sus bases se mantengan unidas, menos todavía si la crisis política y social se agrava, porque la posibilidad de procesar diferencias tan profundas como las que las atraviesan, sin liderazgo, sin recursos y sin reglas compartidas va a ser muy escasa, por no decir nula.
Pero el asunto reviste importancia y ofrece una lección útil también para la oposición. Las fronteras entre los eventualmente dispuestos a acompañar reformas modernizadoras y los que en cualquier caso van a estar en la vereda de enfrente no son las que, de momento, parecen ordenar la política argentina. Para que no le suceda a una coalición reformista algo parecido a lo que está corroyendo desde dentro al Frente de Todos, conviene tomarse estos asuntos en serio, aclarar lo que se pretende hacer desde un comienzo y trabajar seriamente y con tiempo en convertir acuerdos implícitos o potenciales en otros efectivos y exigibles. Aun mientras estamos entretenidos con la campaña, avanzar en este sentido debería ser una prioridad.
© TN
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