Por Gustavo González |
¿Cuándo y por qué el Gobierno tomó la decisión estratégica de subir a escena a una Cristina Kirchner combativa y correr a Alberto Fernández de su habitual perfil moderado para afrontar las PASO?
La pregunta no encuentra una respuesta precisa entre los cuatro altos funcionarios consultados. Son más hipótesis que explicaciones tácticas.
Unos señalan que no hubo una conducción estratégica unificada, que el Presidente y su vicepresidenta subían a las tribunas pensando en la audiencia presencial que les tocaba en cada ocasión.
Y, como en general se trataba de audiencias propias, “los discursos tomaban el tono de la militancia, sin darnos cuenta de que la verdadera audiencia era la que los veía por televisión o los leía después en los diarios”.Otros sostienen que, frente a la incertidumbre que iban marcando las encuestas, se eligió garantizar el voto de la base electoral del oficialismo. En un sentido lo lograron: consolidaron el voto duro del kirchner-peronismo cercano al 33%, pero perdieron cuatro millones de votos en comparación con las PASO de 2019.
Reconocimiento de daños. Perder el creciente voto moderado que se viene consolidando desde las legislativas de 2013 y fue castigando primero a Cristina Kirchner, después a Mauricio Macri y ahora a Alberto Fernández, fue perder la razón de ser de la candidatura del actual Presidente.
Porque si para ganar hace dos años era necesario llevar a un segundo plano a Cristina y postular a un crítico tanto de ella como de Macri, que al mismo tiempo asumiera esa campaña con un perfil de moderación, era difícil esperar otro resultado después de que se retomaran los discursos duros del cristinismo. En medio de una crisis sanitaria y económica.
A esa conclusión más o menos obvia llegaron hace diez días los principales líderes oficialistas. Fue en una reunión en la Casa Rosada de la que participaron el Presidente, Sergio Massa y Máximo Kirchner, entre otros dirigentes. Fue Massa quien se refirió a la pérdida de ese voto moderado, habló de la “kirchnerización” del Gobierno y pidió recuperar la imagen de una coalición diversa. Le escucharon la siguiente autocrítica: “No solo fue responsabilidad de Cristina que ocupara el centro de la escena, también fue culpa de Alberto y mía habernos corrido de ese centro.”
El titular de la Cámara de Diputados también habló de otros dos “motores” de la derrota: el alejamiento del voto joven (se debatió si era atribuible a cierta burocratización de La Cámpora o a raíces más sociológicas como la pérdida de expectativas) y el factor “heladeras vacías” (que coincidieron en atribuir a la inflexibilidad de la política económica para enfrentar la pospandemia).
Cerca de la vicepresidenta, en cambio, no coinciden en que ella haya endurecido su discurso ni levantado su perfil con respecto a 2019 (“Cristina siempre es la misma”). Sí aceptan que Alberto, y también Kicillof, endurecieron sus mensajes.
Lo atribuyen al desgaste de haber sido sometidos a “todo tipo de agresiones y mentiras” y a que, además, “son calentones”.
Para el cristinismo no hay duda de por qué se perdió: “Hay gente a la que le faltó la ayuda estatal. Para ciertos sectores sociales el peronismo se caracteriza por solucionar problemas. Bueno… ésta vez no sucedió, faltó más.”
Nueva estrategia. El catalán Antoni Gutiérrez Rubí asesoró a Cristina en 2017. La convenció de “duranbarbanizar” su campaña para senadora, moderando su discurso, con música festiva en los actos y con un escenario central al nivel del público. No le alcanzó: terminó perdiendo frente a un desconocido Esteban Bullrich por 350 mil votos, la misma diferencia por la que ahora cayó el oficialismo bonaerense.
En 2018 comenzó a asesorar a Massa. Un año después, cuando el tigrense se postulaba para Presidente, le recomendó lo contrario que a Cristina: dejar la moderación de lado, salir de la “avenida del medio” y endurecer el discurso para quitarle al kirchnerismo una parte del voto anti Macri.
Conocedor de la ex presidenta, confiaba en que ella finalmente se bajaría de la contienda entendiendo que cualquier alternativa era mejor que la reelección de Macri. Y sabía que Massa no tendría problema en sentarse a negociar con la mujer a la que tanto había combatido. Incluso, llegaron a esbozar una idea de gabinete en la que los massistas compartirían ministerios con La Cámpora.
Lo que pasó después, pero con Alberto F como jefe de Estado.
Ahora, tras la derrota de las PASO, le preguntaron a Massa si podían contar con los servicios del catalán.
Desde entonces, lo que actúan los candidatos oficialistas y el propio Presidente está guionado por su “método”.
Gutiérrez Rubí tiene 61 años, es afable y culto, de hablar rápido y citas ocurrentes. Es dueño de una consultora con sede en Barcelona, pero con actividad principal en América latina. Comparte con muchos de sus colegas el arte de la seducción: agobiados por la incertidumbre de la realidad, los políticos pagan bien por ese tipo de certezas marketineras que supuestamente los conducirán al éxito. Y a veces lo logran.
Esta es la esperanza del oficialismo. Cambiar el eslgan de “La vida que queremos” de las PASO por el “Sí” del actual discurso oficial con la intención de transmitir optimismo y confrontarlo con la mirada “negativa y pesimista” de la oposición. Es conmovedora la disciplina de sus candidatos para intercalar en sus discursos la palabra sí.
El propio Presidente le pone onda al método catalán. Cumple en mechar el “Sí” cada vez que puede y aceptó el plan de “cercanía” electoral, que lo lleva a reuniones informales con vecinos. Hasta lo convencieron de ir con una libretita en la que anota sugerencias y problemas.
Durán Barba diría que no se diferencia mucho del “Sí, se puede” y de los timbreos macristas, aunque en realidad, son los mismos consejos que Gutiérrez Rubí le viene dando a Massa desde hace cuatro años.
Para qué sirve ganar. El principal foco de la nueva estrategia es la provincia de Buenos Aires.
Explican que se trata de revertir los cuatro puntos de diferencia sobre los treinta que suman cuando cuentan a los que en las primarias votaron en blanco, a los que votaron a partidos que no alcanzaron el porcentaje mínimo para llegar a las generales (de 19 boletas, quedan seis) y los que no fueron a votar (esperan transformar el 67% de concurrencia en un 76% y salir beneficiados con el reparto).
Son conscientes de que no les será fácil. Confían en que el regreso a un discurso más moderado, más haber liberado dinero para el consumo, más un gabinete con un perfil ejecutivo como el de Manzur y con la mano del estratega catalán que unifica los mensajes, podrán dar vuelta los resultados.
Es cierto que para un político el primer objetivo es ganar. Pero el problema siguiente es para qué ganar.
Si bajar el nivel de agresividad y mostrar moderación y racionalidad es una simple táctica que varía según la necesidad de cada elección, es probable que, aun ganando, se pierda gobernando una sociedad partida.
Claro que, para las urgencias del oficialismo, el mayor problema sería profundizar la derrota.
En ese caso, es probable que la crisis interna pos PASO quede pequeña frente a lo que pueda suceder en la alianza de gobierno.
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