Martín Insaurralde entra a Plaza de Mayo insultando a la madre de Macri.
Por Luciana Vázquez
Justo cuando el viento de primavera arrastra el humo del consenso desde las filas oficialistas, Martín Insaurralde, el hombre fuerte de la provincia de Buenos Aires que llegó a La Plata para intervenirle el gobierno a Axel Kicillof, nada menos, tuvo su momento de gloria en la Plaza de Mayo de la lealtad peronista limando fuerte los puentes con la mitad de la Argentina.
La escena circuló por todos lados: rodeado por una muchedumbre de varones que marcha decidida, el jefe de Gabinete de la gobernación bonaerense no solo canta a viva voz y brazo alzado, sino que es el mismo Insaurralde el que propone a los suyos, como se ve en las imágenes, el grito de guerra para la avanzada celebratoria sobre la plaza pública. “Macri, compadre, la concha de tu madre”, es la lírica elegida.
El tema no es menor. La escena quedó cargada de sentido. Hay una conexión entre ese hombre clave del Estado kirchnerista, arreciando con ese cántico faccioso en su camino hacia el mar de la militancia kirchnerista que se congregó en la plaza y los militantes que se atrevieron a lo impensado: sumar al dolor irreparable de la muerte masiva de seres queridos en medio de la pandemia el dolor de la violencia y el avasallamiento sobre esa especie de altar laico que la Marcha de las Piedras dejó en la Plaza de Mayo. La congoja que produce ver pisar las piedras con los nombres de los muertos y ver arrancar las fotos con los rostros de los seres amados fallecidos.
El olor a consenso no llegó a la plaza peronista el domingo. Mientras parte del perokirchnerismo ensaya, con pocas chances de que sea tomada en serio, la convocatoria a una Argentina de acuerdos luego de las elecciones, el jefe de Gabinete del principal distrito político alimenta esa desconfianza y ofende a la fuerza política con la que quiere acordar. La lealtad kirchnerista se cuece al ritmo del distanciamiento cada vez mayor con el resto de la Argentina. A pesar de que Insaurralde desembarcó en el territorio de Kicillof para intentar lograr lo que la gestión del gobernador no logró garantizar, ganar una elección, es decir, ampliar su base de votantes, lo del domingo fue uno más de los hitos de una estrategia política que todos los días, cada hora, suma un nuevo problema, muchos de ellos, innecesarios. En el centro de esa estrategia hay una concepción de las mayorías y del Estado.
Desde las filas de Insaurralde niegan responsabilidades directas en la vandalización del memorial: no habrían sido militantes desprendidos de su columna, afirman, los involucrados. Pero el tema es otro y lo llamativo es que escape a la composición de lugar que se hace en estos momentos delicados un dirigente político del peso de Insaurralde. Se trata de las responsabilidades que un funcionario de Estado tiene sobre el tono que adquiere un acto público. Cada vez que la dirigencia se muestra en la escena social, cada gesto y cada palabra habilitan violencias o canalizan concordia en su militancia. Que un puñado de militantes cometa actos de violencia es grave. Es más grave que un dirigente político tome el camino de la agresión: esa gestualidad impregna el tono del día a día y, por supuesto, del acto donde se expresa. Más que un Estado presente, el Estado del cuarto kirchnerismo es un Estado arrogante que decide cuáles necesidades se convierten en derechos según un sesgo que excluye a importantes mayorías, incluso a aquellas que los votan: el cierre de escuelas es un ejemplo de eso, una medida que desconoció una necesidad transversal a sus votantes y también a los votantes de la oposición.
El error político grave se ha vuelto modus operandi en el kirchnerismo en los últimos largos meses. Lo sabemos. En la mayoría de esos casos, el eje de esos traspiés es otra dimensión de la concepción del Estado. Del vacunatorio vip a la fiesta clandestina en Olivos y, ahora, al viaje institucional a Estados Unidos, es decir, como hombre de Estado, del jefe de Gabinete nacional, Juan Manzur, en un avión sanitario provincial en lugar de un avión de línea, el Estado es un botín. Un territorio donde obtener beneficios para el poder. Si no hay una concepción de Estado, hay una idea de qué es una mayoría. El péndulo kirchnerista oscila entre esas dos dimensiones, el Estado como recurso propio o el Estado soberbio y que por eso termina siendo o faccioso o ineficiente.
El Estado kirchnerista no logra digerir el homenaje a los muertos de la pandemia como una política de Estado que responde a una necesidad de buena parte de la ciudadanía. Su responsabilidad en la política sanitaria y su incapacidad para asumir las consecuencias de sus decisiones lo condenan a la negación de los hechos o a la agresión o a la minimización del dolor. En esa línea estuvieron las palabras del ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, que terminó equiparando a los militantes que vandalizaron las piedras con el odio “contra un sector de la sociedad” atribuido a dirigentes opositores. Esa equiparación tiene un efecto: ni sirve como disculpa ni equipara. El Estado kirchnerista desdibujó el dolor de buena parte de la ciudadanía. Insaurralde y su círculo cercano eligieron la ofensa a un presidente votado por las mayorías, Mauricio Macri, y a través de la referencia escatológica a su madre, una ciudadana ajena a la cosa pública, justo en el Día de la Madre, cuya celebración el presidente Alberto Fernández había alentado. La puteada descalificando madres justo en una dirigencia kirchnerista que viene desandando con entusiasmo la épica feminista. Antes que la ejemplaridad de los hombres de Estado, la adrenalina militante que enceguece.
Capitalismo peronista
“Cuánto tiempo sin vernos”. Esas fueron las palabras con las que Cristina Kirchner saludó el sábado a la juventud camporista reunida en la ex-ESMA para el cierre del Encuentro de Juventudes de La Cámpora. La concepción del Estado, su rol y la idea de mayoría en la que cree el kirchnerismo quedaron claros en esa especie de 17 de octubre anticipado y en pequeña escala que la vicepresidenta protagonizó, solicitada por la juventud militante.
“Cristina, Cristina, Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación”. En un discurso interrumpido por los cantitos de la militancia joven casi en diálogo público con su líder, la vicepresidenta dejó claras dos cuestiones claves. Por un lado, la relación entre el peronismo y el capitalismo y el rol constitutivo del Estado en ese vínculo. “El peronismo, que es una alianza del pueblo fundamentalmente, una articulación entre el capital y el trabajo en donde el Estado encarnado por Perón sabe que debe regular y fallar a favor de los trabajadores, porque en cualquier ecuación y trabajo la parte más débil es la de los laburantes”. En esa matriz, el Estado kirchnerista que postula Cristina Kirchner se eleva por encima de la puja de intereses para resultar un Estado paternalista en su rol de protección del trabajador; hostil, en la certeza de que el capital está en conflicto con los derechos de los trabajadores, y arrogante en otra dimensión, en la pretensión de conocer el balance justo de esa ecuación.
En la práctica, esa concepción del Estado regulador y controlador, intermediario en la puja distributiva entre capital y asalariados, da como resultado una zona franca, esa especie de free shop provincial, en el territorio kirchnerista por antonomasia, Santa Cruz, o la extensión discutida del régimen de promoción industrial en Tierra del Fuego, con beneficios cuestionables a ciertas empresas y costos excesivos a la ciudadanía.
Por otro lado, la vicepresidenta planteó el tema de las mayorías: “Las minorías tienen sus derechos cuando gobiernan las mayorías. Las minorías no otorgan derechos. No es un problema de buenos y malos. No dividamos con maniqueísmo. El problema de la minoría es su propia estructura de funcionamiento y de comprensión de la realidad que le impide reconocer a los demás. La mayoría, no; la mayoría reconoce a los diversos y por eso en los períodos donde gobiernan las grandes mayorías nacionales es donde adquieren derechos las minorías, no porque seamos buenos, sino porque tenemos esa comprensión de cómo se integra esa sociedad”.
Para la visión cristinista de la democracia, hay una mayoría ahistórica y esencialista que preexiste a cualquier voto popular: la mayoría es la mayoría peronista. Su carácter esencial está dado, paradójicamente, por la comprobación de su carácter mayoritario en la etapa fundacional del peronismo y en su posterior consolidación. El mito de la Argentina peronista sostenida en la democracia recuperada, con presidencias y gobernaciones en manos con frecuencia peronistas, alienta esa concepción. En esa visión del funcionamiento de la democracia argentina, el gobierno de Cambiemos, aunque obtuvo la mayoría y por eso fue gobierno, es un accidente de la historia y no deja de tener un carácter de “minoría”. Para el kirchnerismo, la mayoría es kirchnerista, o peronista. De ahí la dificultad para asimilar la derrota de las PASO y dar el volantazo para corregir las políticas necesarias. El triunfo mayoritario de “las minorías”, también esencializadas en la matriz perokirchnerista, impide al oficialismo concebir lo concebible. Que la competencia electoral está instalada en la Argentina. Que la mayoría ya no le está dada por definición a una fuerza política, y eso es nuevo. Y que las necesidades de esas mayorías escapan a cualquier esencialismo que desconciertan al kirchnerismo ideológico. Los errores están a la vista.
© La Nación
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