Arturo Umberto Illia
Por Agustín Barletti (*)
Cabalgando sobre sus virtudes, Arturo Umberto Illia consiguió lo imposible: quedar por fuera de la grieta que hoy divide de un hachazo a la Argentina. Todas las fuerzas políticas le reconocen su gestión transparente, y recientes encuestas lo ubican como la persona más honesta, por delante de René Favaloro, Manuel Belgrano, y el Papa Francisco entre otros.
Asumió hace 58 años, un 12 de octubre de 1963 y gobernó el país hasta el golpe de Estado del 28 de junio de 1966.
En las elecciones presidenciales de 1963, con el 25,2% de los sufragios, fue el candidato más votado, seguido por los sufragios en blanco del peronismo proscripto (19,72%). Obtuvo entonces un porcentaje mayor que el 22,2% de Néstor Kirchner en 2003. Sin embargo, en ese tiempo regía la Constitución de 1853 que establecía el voto indirecto a través de los colegios electorales. En esa instancia alcanzó el 56,6% de los electores. Ni bien asumió el poder, levantó la proscripción del peronismo, fuerza política que pudo a partir de allí, actuar con total libertad.
En esos cerca de mil días, Illia demostró ser mucho más que un presidente honesto, como lo testimonian sus logros, con muchos guarismos que no se volverían a repetirse en el futuro.
El aumento del PBI fue del 10,3% en 1964, del 9,1% en 1965, y del 4,7% en los primeros seis meses de 1966. La industria creció 18,9% en 1964 y 13,8% en 1965; el sector agropecuario lo hizo al 7% y al 5,9%.
Casi sin inflación, bajó el gasto público y el déficit del presupuesto se redujo de $4.054,1 millones en 1963, a $2.778,9 millones en 1965.
La partida destinada a educación alcanzó el 24% del presupuesto nacional, la más alta de la historia, y un Plan Nacional de Alfabetización benefició a 350 mil alumnos de 18 a 85 años.
Durante su gobierno se sancionó la Ley del Salario Mínimo Vital y Móvil. En 1965, la tasa de desempleo fue del 4,4%y la participación del sector asalariado en el PBI pasó del 36% en 1963, al 41% a junio de 1966.
Illia obtendría el mayor triunfo diplomático en la causa Malvinas. La resolución 2065, aprobada el 16 de diciembre de 1965 por el 87% de los países miembros de la ONU, instaba a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido a negociar sin demoras la soberanía de las islas. Por tal motivo, en enero de 1966 el secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Michael Stewart, viajó a Buenos Aires e inició las primeras conversaciones cara a cara con la diplomacia argentina.
Su visión de estadista se expuso en 1964, cuando se convirtió en el primer presidente del mundo occidental en comercializar con una China Popular, gobernada por Mao Tse Tung que ni siquiera estaba reconocida por la ONU. Le vendió varias toneladas de trigo contra el pago en libras esterlinas al contado, a través del Banco de Londres en Hong Kong que actuó como agente financiero chino. Recién seis años más tarde, en 1970, el presidente norteamericano Richard Nixon viajaba a China con similar propósito.
Arturo Illia concretó la exportación sin moverse de la Casa de Gobierno. No hubo grandilocuentes comitivas ni misiones comerciales. Para ello contó con la ayuda de Josué de Castro, fundador del Instituto de Nutrición de la Universidad del Brasil, y elegido en 1952 presidente del Consejo Ejecutivo de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Además, el directivo brasileño actuó como asesor de la Reforma Agraria de Mao y había vivido varios años en China.
También se adelantó al proceso de integración regional durante el encuentro con su par chileno Eduardo Frei, el 28 de octubre de 1965. Le propuso y avanzaron juntos en la creación de una Confederación Argentino Chilena con sede en la ciudad de Córdoba.
Con su perspectiva a largo plazo, el gobernante argentino entendía que el país precisaba un puerto en el Pacífico y le ofreció a Chile uno en el Atlántico. Nuestros vecinos lo utilizarían para exportar el cobre y nosotros para los granos. Illia ya apuntaba a los países asiáticos como poderosos compradores de Argentina y Latinoamérica.
No sería este el único encuentro de Illia con un alto dignatario extranjero. Durante su mandato visitaron la Argentina el presidente de Alemania Occidental, Heinrich Lübke; los reyes de Bélgica, Balduino y Fabiola; la princesa Margarita de Dinamarca; el presidente francés, leyenda y héroe de la Segunda Guerra Mundial, el general Charles de Gaulle; el Sha de Irán, Mohammad Reza Pahlaví; el presidente de Italia, Giuseppe Saragaty; el vicepresidente del Perú, Mario Polar Ugarteche; y la ex primera dama de los Estados Unidos Jacqueline Kennedy.
Illia aseguraba que lo habían derrocado “las veinte manzanas alrededor de la Casa Rosada” y no estaba equivocado. Esto fue así porque tocó importantes intereses económicos al anular los contratos petroleros y congelar el precio de los medicamentos entre otras medidas. Pero también sufrió una tenaz oposición de la CGT que con su plan de lucha llegó a tomar 4.000 fábricas. No fue casual entonces que el día siguiente al golpe de Estado, los capos sindicales Augusto Vandor, José Ignacio Rucci y José Alonso asistieran a la jura del general Juan Carlos Onganía.
A quienes fueron a destituirlo les dijo que eran “salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada para tomar la Casa de Gobierno”. De forma premonitoria les anticipó: “Sus hijos se avergonzarán de lo que están haciendo; y mañana los señalarán por haber producido horas tristes en el país”.
Años más tarde, la mayoría de los que participaron en el golpe expresaron públicamente su arrepentimiento.
Por la campaña de prensa que creó el ambiente propicio para su derrocamiento, Illia recibió el mote de “tortuga”. Luego, la zoología política nos mostraría que también existían los cangrejos, que ni siquiera iban para adelante.
(*) Agustín Barletti. Escritor, periodista y doctor en Derecho Constitucional. Autor de la novela histórica “Salteadores Nocturnos” sobre la vida de Arturo Umberto Illia
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario