Diálogo con Enrique Pichon Rivière
Enrique Pichon Rivière
Por Vicente Zito Lema
Introducción
El diálogo es una de las más antiguas formas literarias. Su fin es unir la verdad con la belleza tras un vínculo dialéctico. Los griegos le dieron esplendor y Platón, en su Apología de Sócrates, nos legó el modelo.
Estos diálogos que escribo en el verano de 2012 intentan recrear y transmitir momentos de una serie de encuentros que tuve con Enrique Pichon Rivière entre fines de 1976 y los primeros meses de 1977.
Nos conocíamos, dialogábamos y compartíamos trabajos desde hacía varios años, pero los últimos encuentros respondieron a otra necesidad. El marco, subjetivo y social, es el apogeo de una terrible dictadura militar. Un verdadero tiempo de asesinos como hubiera dicho Rimbaud. Se entiende que la muerte y la poesía –como posibilidad del espíritu humano que trasciende el horror y la agonía- sea el tema que nos convoca y embarga.
Pichon Rivière estaba muy enfermo y murió a los pocos meses. Yo, perseguido por la dictadura debí marchar al exilio por más de siete años. Nos picoteaban de día y de noche los pájaros de la desgracia. Era preciso hablar y despedirnos.
En vida de Pichon, a fines de 1975, publiqué el libro de nuestras Conversaciones sobre el arte y la locura. En el año 2008 apareció Luz en la selva, la novela que escribí sobre su infancia.
La necesidad personal –que entiendo compartida– de mantener vivo su valioso pensamiento, me lleva otra vez a esta ceremonia de resucitación.
Así entiendo mi escritura.
Nota: Esta escritura -que como forma estética responde a la propia escritura- se nutrió en los recuerdos y anotaciones personales de aquellos encuentros. En pos de la verdad cuando tuve dudas puntales recurrí a escritos de Pichon, registro de sus clases y al testimonio de sus familiares y amigos.
Momentos. I
-Hoy me acordé mucho de un vals que dice: “alma que tanto te han herido, porqué te niegas al olvido”… Son tiempos difíciles. La muerte se empecina. Vamos de un lado a otro. Le propongo que esta noche hablemos de poesía, acaso sea encontrar sentido en tanto sinsentido.
-La poesía puede ser el tema donde se condense todo lo humano, donde la angustia tenga contención. Naveguemos. Naveguemos. No nos dejemos ganar por la tristeza. Recuerdo, cuando vivía en pleno monte, en Corrientes, a un hombre que se enteró de la muerte de su hijo; sacó su revólver y empezó a los tiros, y gritaba: ¡te voy a matar, tristeza! Cuénteme desde dónde parte con la poesía… Como me gusta decir: marquemos la cancha.
-Más de una vez hablando de poesía y dejándonos ganar por el sentimiento de la belleza (que incluye lo sublime, resuena místico, por igual blasfemo, y en su esencia subvierte lo establecido), se nos aparece el amor, como una extrema totalidad de la creación poética, como si fuera un espacio sagrado, de religiosidad trascedente y secularidad imperiosa, donde la subjetividad trasciende hasta convertirse en un otro rotundo. Me atrevo a decir que penetramos – en puntas de pie – en lo excluyente humano, hablando simultáneamente con la memoria y el futuro, el misterio sin revelación y la aprehensión más descarnada de la realidad. A la par, con una celeridad que por momentos angustia y en otros momentos espanta, pero siempre sorprende, surge la potencia de la muerte, como naturaleza pero mucho más como la metáfora perfecta del poder. Hablo de una muerte que sin golpear en la puerta directamente nos advierte: Tampoco la poesía será sin mí. Ni el rocío conocerá la belleza. Ni las pasiones tendrán su verdad. Ahí está la muerte, un acontecimiento nunca vulgar, cruel y obstinado… Puede parecer un exceso y hasta pecar de solemne lo que digo, y sin embargo es el pan que la poesía trae a nuestra boca.
-Sin duda recuerda El banquete de Platón. Allí están el amor y la poesía como categorías definidas de la locura, entendida en la dimensión de una gran verdad, la verdad que se proyecta hacía el mañana. De ahí que esas almas poseídas se distinguen y hasta merecen honores y gratitud. También en esa obra podemos ver que las disputas más arduas por la verdad y la belleza se dan alrededor de una mesa. Las ideas, el mundo metafísico cobra sentido no en los laberintos artificiosos sino en una ceremonia cotidiana por excelencia. Desde muy joven he sentido que la poesía es el centro de la vida, y que todo lo que me pasara lejos de ella tendría menos importancia. Por ello es que como terapeuta le reconocí privilegios instrumentales, desde una concepción multidisciplinaria que no todos los que trabajan en el campo del psiquismo comparten. También allí y por esto he ganado enemigos, y mis investigaciones sobre la poesía de Lautreamont y el psicoanálisis sobre el autor, partiendo de su obra, que doy como ejemplo y que veo como un momento fundante de mi propia obra, de mi ser en el mundo, han generado polémicas y malos entendidos, más allá de mi voluntad. Detrás de la poesía, y de los múltiples vínculos y asociaciones que genera, puede surgir lo maravilloso y en igual medida lo siniestro. Estamos ante un universo de contradicciones y su potencia se expande. Afecta hasta los más pequeños actos de nuestras vidas. Me atrevo a decir que el arte más profundo, que la poesía sin tapujos ni fetiches, demandan actos de coraje. Vivir en la poesía es asumir grandes riesgos. Lo supe desde que mi padre me regaló Una temporada en el infierno de Rimbaud. Fue como si se abrieran las puertas de otros cielos.
-Nos dejamos llevar por la poesía. Somos lo que ella nos dejó. Y nos acercamos a ella, a sus aguas y a sus costas con la unción devota que despierta una divinidad, o el más secreto de los mitos, pero igual con el cuidado temeroso de estar próximos a una fiera fatal. Encantamientos y recelos. Proximidad y lejanía. Un espacio de palabras y un espacio de silencios para soñar con el río de la vida, esa vida sin máscaras que nos sigue esperando…
-Es una real aventura navegar por esos ríos, arrojar las máscaras sociales en su correntada. En el curso de los años he podido sentir la poesía como vida que vive, pero también la poesía nos permite pensar la muerte, incluso interrogarla con dignidad. Sin ella cobra dimensión de agonía la alternativa del vacío; la espera del silencio y la soledad total, perpetua, se vuelven insoportables, nos abren la puerta de la locura.
-Paradójicamente, siento que la poesía no conoce la piedad, es un espejo que desnuda el sentido y el sinsentido de nuestra existencia…
-Si avanzamos por allí, sentimos que nada como la poesía representa entonces esa tenue línea que separa el cielo del infierno humano, esos estados profundos en el trascurrir del psiquismo que a veces nos increpan como delirio y otras veces nos consuelen y sostienen en ese estado que a falta de otras palabras llamamos salud mental.
-¿Le conforma usar el término salud mental? ¿Y si en cambio planteamos otra vía conceptual, uniendo lo inestable de todo momento humano con lo afectivo, que siempre resulta un bien precioso?
-Sin duda trascenderíamos el concepto instalado de salud mental, y entraríamos en la búsqueda de un equilibrio existencial, de aspiración de felicidad o de espacio ganado en la continua disputa contra el displacer, como diría Freud. Y hasta estaríamos, llevando la salud mental al terreno del amor y la armonía, más cerca de la palabra justa, pero a riesgo de la incomunicación por exceso del enunciado que se comunica. Bien sabemos que el lenguaje poético, tal como lo advierte Artaud, siempre es dialéctico, aclara lo oscuro y oscurece lo claro. Quien trabaja en algo tan delicado como la neurosis, la psicosis o las afectaciones en general del aparato psíquico, y hasta diría las grandes crisis espirituales, debe medir sus instrumentos y sus fuerzas en el uso del lenguaje, que es una valiosa herramienta. Ser precavidos, para no comportarnos como un elefante en el bazar. Por eso que en mi lenguaje hablo de adaptación activa a la realidad. Como una meta de la conciencia crítica. Sin duda suena pobre, pero creo que dice lo que quiero decir sin mayores eufemismos. Tal vez en esta encrucijada del lenguaje pueda verse por qué de joven dejé de escribir poesía, aunque la sigo amando como la amo, y haya utilizado más arduamente el lenguaje de la ciencia.
-Delirio y locura por un lado; razón y salud por el otro. ¿No generamos una ruptura de una unidad necesaria, no damos pie a una ley que se impone y define frente a estados de espíritu tan precarios como fugaces? Palabras que más bien ocultan y silencian, contradicciones de la lengua, mensura obligada de nuestros actos que muy poco se sostienen ante los desafíos que plantea la vida y de los que da cuenta la poesía, o cualquiera de las artes llevadas hasta el fondo de su complejidad. Se abre un abismo y pareciera que la poesía y la ciencia se separan en un momento, vaya a saberse si por miedo a perder la identidad o por la búsqueda de una plena eficacia… Me queda la duda.
-Más allá de las normas ideales, en el mundo de los actos, ante la materialidad de los actos, es cierto que nos movemos desde lo precario y lo fugaz, cuesta superar los miedos, estamos ante la aventura del misterio de la conducta humana, que por momentos nos parece insondable, que nos supera. No hay que olvidar sin embargo esa imperiosa necesidad humana de conocer. Tampoco, al menos desde el rol de terapeuta, dejar de lado que hay conductas productoras de un extremo sufrimiento, y que se expanden por todos los vínculos humanos. Estamos ante un dolor que todo lo tiñe, lo estereotipa y deforma a nivel subjetivo y a nivel social y en general no aporta al bien común. La enfermedad y la muerte no generan por sí mismas amor ni belleza, lo que abunda aquí es la devastación; a veces también una violencia física y espiritual que no demanda sentido y tampoco lo crea. Si hay amor, o belleza, o verdad, o conciencia, es a pesar de la locura, o por encima de ella.
- A riesgo de abundar en el romanticismo poético, y quedar atado al pasado, siento que la realidad se obstina en mostrarnos que tampoco la razón con la ciencia, ni la religión con la fe, nos aseguran la verdad, menos todavía la belleza, siempre más indómita. Más todavía, pienso que las formas legitimadas y santificadas del orden pensante son la causa de nuestro temblor más profundo, la desesperación del alma condenada a su hoguera, sea en una cárcel, un manicomio o en esa pobreza que pone al ser humano en los umbrales de la animalidad.
-Cómo negar que la razón fue instrumentada muchas veces para la monstruosidad, que en nombre de la religión se han cometido crímenes terribles y que la ciencia –más aún la técnica– muchas veces se extravía sin ética, envolviéndose en su propio ombligo. Sin embargo es difícil imaginar un mundo sin esas formas organizadas de la cultura, siempre cambiantes, en renovación constante. Lo contrario es dejarnos devorar por el pasado o detenernos en la edad de piedra.
-Tendremos que plantearnos entonces si en la ciencia y en la técnica tal como la vivimos hoy, hay una esencialidad perversa; si detrás de la aceleración desmedida en búsqueda de lo que se llama progreso, de ese estereotipo productivo entendido como una nueva modernidad, que se asienta en la ley de mercado, hay una natural conducta de los actos del mal, o si se trata de una instrumentación que pervierte los fines a partir de los usos políticos y económicos que impone una clase social.
-Acaso por ello mismo, acorralados por estas dramáticas e interesadas imposiciones que siempre dañan al más débil y ponen en tela de juicio algo tan necesariamente humano como es la ciencia, más de una vez nos refugiamos en la poesía. Es difícil que en nombre de la poesía el hombre devore al hombre. Por eso la necesitamos tanto… Por eso también la poesía no debe encerrarse en sí misma, ni apartarse de las otras manifestaciones humanas, se llamen ciencia, política, sociedad o simplemente vida cotidiana. La gran poesía es histórica, es social, nunca fue temerosa ni egoísta, menos todavía pragmática, la mueven los grandes sueños. Usted bien lo sabe…
-Lo sé, y no estoy hablando de mí, sino de lo que vi crear y de lo que vi sufrir. Es muy difícil que una conducta movida por la conciencia, o una creación que responde a una desesperada necesidad de lo absoluto no produzca los embates del poder constituido. Lo más trágico es que muchas veces la eficacia que producen la verdad o la belleza se mide por el sufrimiento que padecen quienes la crearon o proclamaron. Y todo ello siempre en medio de una fugacidad histórica de una precariedad de los saberes de un ir y venir por los caminos de la existencia sin poder aferrarnos muchas veces a nada que nos de certeza, esa antigua necesidad de la certeza. Lo que queda claro en mí, es que este sistema de reproducción material de la existencia que vivimos hoy, lo vivimos para la muerte y no para la vida y que por este camino vamos a una encerrona.
-Allí está en disputa buena parte de la historia de la humanidad. En cuanto a la precariedad de los estados emocionales, que en distintos momentos también hemos abordado, quizás sea para siempre así: no habrá un mundo perfecto, sin sufrimiento, sin dolor, sería poco humano. Eso sí, podemos aspirar a que tanto la tristeza como la alegría puedan ser plenamente compartidas por los otros, y esto es una gran construcción social, no solo un sentimiento amoroso. La dialéctica también nos enseña de esas cosas, del continuo cambio, de la inestabilidad de la materia, de las contradicciones que nos dan la vida y que la ponen en riesgo, hasta la destruyen.
-De usted aprendí que nuestra vida quizás no sea más que un inacabable aprendizaje, y que el cara o cruz de la existencia remite a poder pasar de un estado a otro del alma sin sucumbir en el viaje, sin convertirnos en un navío a la deriva, sin conformarnos con ser los náufragos de un repetido naufragio… Habrá que seguir buscando, aún con balbuceos y dentelladas, con avances y retrocesos… Habrá que construir lo humano dejando atrás estas parodias crueles a las que nos someten y a las que simultáneamente nos dejamos someter. Ya no solo se trafican los cuerpos, el valor de cambio se instaló por igual en las almas… Todo nuestro ser paga con usura la existencia.
-Lo que usted escribe con pasión, que por momentos no excluye la melancolía, es real, pero no definitivo ni eterno, si es que lo eterno puede usarse en el lenguaje social. Alguna vez dije: la esperanza, remedio contra la melancolía. Yo todavía lo estoy tomando y creyendo que sobre esta oscuridad que agobia, se construirán caminos. Veo venir los nuevos sueños de las nuevas generaciones. No lo digo por decir, ya no me sobran fuerzas, no me amparo en mi enfermedad pero tampoco la niego; para nada sirve engañarnos. Además si algo hice en mi vida, y no me arrepiento, es haber buscado con ahínco la verdad, para qué cambiar cuando queda tan poco tiempo… El riesgo es que la realidad se confunda con la pesadilla y ya no quede espacio ni para los dulces secretos de la poesía.
-¿Usted también siente que vivimos un tiempo de pesadillas…? Esos cuerpos que están y que de pronto no están. Esas desapariciones que a todos nos convierten en sombras…
-He conocido otros infiernos pero ninguno así. De esta magnitud social, pareciera que estamos ante un muro que se nos cae encima, habrá que encontrar una salida.
-¿Buscar un puerto en esta travesía es necesario? Un tiempo, un espacio para cambiar el aire, para juntar fuerzas…
-Imagino que me habla de su exilio. Ya sabe lo que pienso. Esa es su salida hacia la vida. ¿Avanzó con los papeles? ¿Con la despedida?
-Estoy escribiendo un poema… Perdiendo y buscando amparo. He vuelto a leer la Apología de Sócrates…
-Otra vez los griegos. La tragedia como destino de la poesía. Pareciera que esa cultura lo persigue. No debe olvidar que Platón arrojó a los poetas de su República soñada…
-Descubrí a los griegos en mi infancia. Y como usted enseña ahí se siembra y para siempre el principio de todo, la marca fundante que no se borra… Es difícil de explicar. Siento que allí está mi realidad y que todo lo demás lo he vivido como un sueño… También estos días, aunque me sienta cercado por el destino.
-Yo he vivido lo más profundo de mi infancia en la cultura guaraní; sus mitos me asombran y estremecen tanto o más que los griegos, incluso el mito de Edipo lo sentí más extraño que el canto del Carao… En la cultura guaraní, cercana y a la vez un misterio, el destino, como la vida y la muerte, se presentan más humanos, son nuestra palabra. Existen en nosotros como todo lo que nombramos.
-¿Es también nuestra palabra la realidad que nos crea? ¿Es nuestra palabra la posibilidad de rendir cuenta de los actos frente al que nos mira, a ese otro que miramos sin saber si volveremos a mirarnos? ¿Es necesaria la palabra aún en el medio de la tormenta que todo lo convierte en estruendo, o en silencio?
-Sospecho que depende del momento del viaje –visto desde la realidad social– y del momento de nuestras vidas…La necesidad sacude las ideas, y así como dije que la esperanza nos salva de la melancolía sin salida, esa esperanza es una ilusión si no se planifica… Esto habla de la conciencia y de la capacidad de crear fuertes vínculos con los otros, tener un proyecto. Nadie se salva a solas de una crisis total. Existe el azar, pero en la cuenta final suma poco. No se olvide que en el exilio también están los otros y son necesarios para la vida, que deberá reconstruir.
-Sigue apostando a la vida… Pareciera que no hay otra manera de pensar por fuera de la vida…
-Quizás sea mi última manera de decir que no soporto la muerte… Conviví con ella como médico pero nunca la acepté, como no acepto pasivamente la locura, que muchas veces se viste de muerte. Como callar que la veo muy cercana… Imperturbable… Sin embargo no me ha ganado la desesperación. Mantengo la angustia a raya. Leo mucha poesía. Por placer o por necesidad. No vale la distinción. La poesía está aquí, todas las noches. La ciencia ya me sirve de muy poco y no es muy digno acudir a un pensamiento religioso movido por el espanto.
-Volvemos con la poesía a un espacio muy sutil, a un tiempo muy ligero y a la vez un espejo que nos exige la verdad. Comprenderá entonces por qué antes del exilio, y tengo conciencia que me urge, intento despedirme desde la poesía… No puedo decir adiós a la muerte de mis amigos de cualquier manera.
-No dudo que es así, pero no se deje ganar por la culpa de estar vivo, el trauma del sobreviviente. Tampoco la omnipotencia es buena consejera, ni nadie tiene porqué cargar con todo el dolor de un tiempo histórico. Tampoco abuse de su tiempo personal. Recuerde que la poesía es fundamentalmente música y una demora puede convertir lo que sonaba armónico en silencio, o en desgarro…
-Hay un sueño que va y viene por mi cabeza, tanto va y viene que ya se confunde con mi propia realidad, y es ese sueño o esa realidad lo que trato de convertir en materia de mi escritura… Lo que más me atrapa pero igual me libera, es que me persiguen, me escapo, caigo en un pozo, todo estalla en llamas, me convierto en cenizas pero de inmediato vuelo y vuelo, y en ese vuelo no me detengo…
-Le prometo que cuando me lea su poema no voy a interpretarlo meramente como un sueño. Estamos en un tiempo de poesía y como diría Aristóteles no mezclemos naranjas con manzanas. Shakespeare se anticipó siglos a nuestro pensamiento y específicamente a Freud. El ya sabía que en los sueños habita la estructura del drama poético. Guarde esos sueños y esos poemas y póngalos en su equipaje… Lo imagino escribiendo en alguna ciudad muy lejana. Por lo que sé de usted, ama los viajes muy largos. A mí también me espera un viaje… Creo que es una palabra exacta, simple y exacta, sin excusas, y a la vez tiene raíces profundas en el inconsciente humano… Me estoy preparando, por momentos paso de la angustia a la curiosidad, y allí están el miedo y el deseo. Siempre me costó dormir, y ahora más… Hubo momentos en mi vida en que pasé tres y hasta cuatro días enteros con los ojos abiertos, hasta que de pronto literalmente me desplomaba. Una noche cayó mi rostro sobre un plato de fideos. Cuando me lo contaron, me reí, en especial por el asombro del mozo que me atendía, pero otras cosas poco risueñas pasaron también al galope por mi cabeza… Lo mejor y lo peor de nosotros, todo ocurre simultáneamente… Aspiramos a ser héroes y podemos terminar en una conducta patética. Hasta por buen gusto debemos estar alertas, más todavía en la vigilia… Me ha estado escuchando en silencio… muy en silencio.
-Sí, lo escuchaba y me sentía parte del silencio donde se movían sus palabras, pero mi cabeza no dejó de girar y girar… Me vi de pronto caminando sobre la nieve, me costaba avanzar y sin embargo era hermoso…
-Tómelo como una señal, como una alerta de su destino… Tendrá que estar muy alerta en este tiempo. Creo que usted conoce más que yo de ciertos peligros…
-Me animo a preguntarle… ¿Usted también está alerta? De una manera u otra pareciera que nuestros destinos se cruzan…
-Se cruzan pero también se separan. Creo que ya lo dije, todo en la vida son momentos… Sí que estoy alerta, aún por encima de mi voluntad, porque me canso mucho… Hasta controlo mi respiración. Amé siempre el futbol, pero en esta cancha llevo las de perder… De pronto, me descuido, un instante apenas, y el sueño me gana.
-¿Tiene algún recuerdo de esos sueños?
-Es un recuerdo muy fragmentado, me queda una sensación, la sospecha de que vuelvo a soñar con la eternidad…
- Alguna vez escribí que de niño soñamos que somos eternos, porque realmente lo somos… La muerte es tan ajena, no la pensamos, no alcanzan a brillar ni como la más lejana estrella. Tampoco tiene sentido semejante maldad. Creo que empezamos a morir cuando sabemos de la muerte… Al menos hablo por mí. Recuerdo que los fondos de mi casa familiar, entre las gallinas y los limoneros, después de que en nuestra historia se apareció la muerte, me pasaba horas y horas hablando con los cielos, cuando anochecía mi madre preocupada venía a buscarme, en silencio, apenas pasaba su mano por mi cabeza…
-Creo que siempre hablamos por los demás. Cuando vivía en la selva, no podía dormir sin despedirme cada noche de aquellos cielos, su perfección me fascinaba, y la muerte era tan natural que no se distinguía de la lluvia, o de los vientos. Más que con la muerte de mi padre, al que amé mucho, recién viviendo en Buenos Aires, tomé conciencia que la muerte podría ser un hecho atroz. Tal vez sea cierto que para un niño la muerte no existe, salvo que al niño le devastemos su infancia. De todas formas tendremos que evitar de alimentar en el tiempo un delirio.
-Me nace una duda… ¿Si creemos que la muerte no existe, también estamos hablando de eternidad? Acaso una eternidad sin conciencia de la muerte termina confundiéndose con un juego… ¿Puede haber una idea de eternidad que no deje huellas? ¿Al menos una lágrima, o una sonrisa, algún pequeñísimo gesto de una mano…?
-Otra vez entramos en los territorios de la poesía…
-Allí todo es más sutil, más frágil, y en vez de aferrarse a la realidad, aunque huela a pescado uno puede dejarse llevar… no está mal sentirse una hoja.
-Me dejo llevar… Y me veo otra vez en la selva chaqueña, pisando aquella tierra roja, aquellas arenas de hojas amarillas…
-Y podemos descubrir que entre las sombras y la luz puede haber un murmullo…
-Vamos y venimos, como en todo espiral…
-Por momentos siento que más allá de nuestros intentos el navío depende de los vientos…
-No se olvide de la voluntad, tampoco de la desesperación que es parte de todo gran sueño… y la conciencia de la vida puede poner límites al abismo, aún a la monstruosa eternidad.
-Secretamente pienso en el exilio como la posibilidad de volver a sorprenderme…
-Sorprendernos de lo que sucede cada día…
-No se puede negar que aquí en el país la muerte tiene todas las cartas marcadas…
-Ya tendrá una partida más justa… De todas formas la vida juega nuestro destino a cara o cruz desde el mismo instante que nacemos. Eso define la vida. Se lo escuché decir a un hachero guaraní: solo la vida conoce los ojos de la muerte…
-Usted definía al ser humano desde la necesidad. ¿Somos algo más que una necesidad?
-Pienso que de aquí en más, y por encima de mi deseo, la respuesta quedará en la boca de los otros. Lo mío, lo que estrictamente puedo, es seguir preguntándome, en voz muy baja, si despertaré de mi próximo sueño…
-La espera por saberlo puede constituir un acto de poesía.
-Siempre que no se confunda con la resignación.
© Editorial Topía (www.topia.com.ar)
Selección: Agensur.info
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