Por Héctor M. Guyot
Alberto Fernández parece empecinado en demostrar que todo lo que se ha dicho de él es cierto. Le sale sin esfuerzo. La cadena de desatinos que su gobierno perfecciona a diario es consecuencia natural de las decisiones y actitudes de un hombre que, al no tener convicciones, carece también de brújula. Falto de referencias, es una hoja que da vueltas en el aire de modo impredecible a cada golpe de viento. Su repentismo lo condena a movimientos espasmódicos, sin continuidad ni coherencia.
Para peor, atenazado por la sumisión a su jefa, lidia internamente con un ego que busca desahogarse en el discurso, cada vez más vacío y errático. Así, cuando abre la boca suma todavía más contradicciones. Carlos Pagni lo definió bien: es un títere al que se le enredaron los piolines. Su intento constante de disfrazar el pragmatismo más acérrimo y miope con principios en los que no cree lo acerca a la caricatura.Con un presidente así, la degradación del país está garantizada. No se puede esperar otra cosa del gobierno que formalmente encabeza, marcado por estas contradicciones y por el “pecado original” de un pacto destinado a garantizar impunidad e imponer una autocracia. Fernández es el capitán sin timón ni mando de una nave de los locos que avanza a la deriva en la noche de una decadencia ética y económica. Mientras algunos gozan en camarotes vip, la gran mayoría viaja hacinada en la bodega. Pero vamos todos a bordo.
En esa nave, las señales de un desequilibrio cada vez mayor son alarmantes. La lucha por mantener vivo un relato desteñido por los datos de la realidad lleva al oficialismo a los límites de la cordura. El episodio de la maestra militante Laura Radetich cifra el autoritarismo y la inmadurez que parecen inherentes al kirchnerismo más radicalizado. Más que el adoctrinamiento y el sometimiento intelectual de los alumnos, una práctica extendida y probada con muchos ejemplos, lo sorprendente en este caso es que los roles se invirtieron. Ante la templanza del alumno, la maestra, desquiciada e impotente, apela al grito y a la vulgaridad para imponer un dogma elemental, propio de quien todavía no ha sido capaz elaborar un pensamiento propio. ¿Qué indigencia emocional esconde este desplante que denota, en primer lugar, el triste sometimiento de quien busca someter?
Otro síntoma fue la incursión de la candidata Victoria Tolosa Paz en los hábitos sexuales de unos y otros, movida por la costumbre de aplicar la fórmula de la polarización a todo: nosotros somos el goce, la alegría, la vida; ellos, la represión, el odio, la muerte. Se dice que lo hizo para captar el voto joven. Si tuviera así alguna posibilidad de alcanzar ese objetivo, es que ya estamos perdidos. Porque, de nuevo, lo llamativo no fue la banalidad elemental de sus dichos, que ya no escandalizan ni sorprenden, sino el modo en que los dijo, la frivolidad del contexto, las risas mecánicas de los conductores del programa, a las que ella sumó la propia como un Zelig que se adapta a lo que le pide el entorno. En los años 70, Nacha Guevara cuestionaba desde una canción la sonrisa que un ministro exhibía en una foto del diario: “Seré curiosa, señor ministro, ¿de qué se ríe?”, interpelaba en el estribillo, luego de enumerar las penurias del pueblo. La misma pregunta le cabe a Tolosa Paz. ¿De qué se ríe? Con más de 110.000 muertos por la pandemia y la mitad del país sumido en la pobreza, el eco estentóreo y vacío de su risa refleja insensibilidad, falta de empatía con la situación real de la gran mayoría de la gente a la que pretende representar.
También rezuma insensibilidad la frase de Sabina Frederic, para quien “Suiza es más tranquilo, pero más aburrido” que la Argentina. La suya es una frivolidad más intelectual, una gracia de biblioteca, que exhibe sin embargo idéntico divorcio de la realidad. Debería recordar que es ministra de Seguridad. Mejor que deje la diversión en manos de la candidata a diputada.
El curioso progresismo vernáculo, que trabaja en la preservación de la matriz corporativa mafiosa creada por las castas dominantes, parece desorientado. La titiritera del circo ordenó poner orden e hizo mutis por el foro, fiel a la costumbre de no asumir la responsabilidad de sus actos. La culpa está siempre afuera. Sin embargo, no hay tal afuera. Ella creó al Presidente como una extensión de su voluntad. Este es su gobierno, en tanto responde –como puede– a sus intereses y objetivos particulares. Para que no queden dudas, Alberto Fernández prometió públicamente que no la va a traicionar. También es sintomático: cada vez que el peronismo afronta un trance comprometido, es decir, que pone en riesgo su primacía, vuelve el fantasma de la traición. El Presidente cometió la imprudencia de mentar la palabra maldita. Hasta ahora, el acceso al poder y el miedo a Cristina Kirchner han encolumnado al peronismo detrás de la alienada aventura kirchnerista. Las PASO de la semana próxima comenzarán a poner a prueba la consistencia de estos dos adhesivos. Está en juego la engañosa unidad del peronismo. Y la suerte de su proyecto autocrático.
© La Nación
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