Por Marcos Novaro |
El oficialismo nacional esperaba poder retener, aunque más no fuera por estrecho margen, la preeminencia en su terruño, el conurbano y también en el país. Podía decir entonces que, a diferencia de lo sucedido a muchos oficialismos en el resto del mundo durante la pandemia, la sociedad aún lo acompañaba, que la base peronista le seguía siendo fiel.
Pero perdió hasta en Quilmes, 43 a 37%, y la diferencia que Juntos le sacó en el interior provincial sepultó sus esperanzas: quedó debajo de la principal oposición, pese a la división del voto opositor, por alrededor de 5 puntos. Cayó además en 17 provincias. Y sumó apenas 31% de los votos en todo el país, la peor elección del peronismo unido en su historia, frente a alrededor de 40% de JxC.
Respecto al resultado de dos años atrás, el vuelco es fenomenal. Recordemos que entonces de los 2 millones de votos que Alberto Fernández le sacó de ventaja Macri, más de 1,5, es decir cerca del 80%, vinieron de la provincia de Buenos Aires; fue la magia de la unidad peronista, con Cristina y Massa de abanderados, y Kicillof de candidato; hoy ni esa alianza, ni la unidad del peronismo que la hace posible, ni la postulación de una candidata moderada y que intentó reflotar el “truco albertista” alcanzó. Es probable que le echen la culpa al presidente y su candidata por la derrota, pero la verdad es que Cristina fue demasiado activa en la campaña como para ahora ignorar del todo su responsabilidad.
La pregunta que cabe hacer es por qué tomó ese riesgo y jugó su protagonismo. El resultado parece malo, pero es probable que el cálculo que guió a la jefa no haya sido errado: Tolosa Paz sacó menos votos que ella en 2017 con Unidad Ciudadana, que era hasta entonces el “piso K” en la provincia; es decir que entre el “garche” y las festicholas de Olivos lograron hartar incluso a parte del voto duro k. Fue seguramente para defender ese voto que Cristina salió al ruedo. Y podría pensarse que, sin ella, tal vez al oficialismo le hubiera ido aún peor.
Ahora que el problema para el FdeT no es solo lo que perdió, sino lo que puede perder, de acá a noviembre. Estas PASO fueron como un reverso de las de 2019 también en otros aspectos, además de los números. Hubo, como entonces, un voto sorpresivo, de una porción importante de la sociedad que cambió de bando. Pero en aquella ocasión Macri lograría moderar ese vuelco, aunque no revertirlo, luego de las internas. Porque adoptó una actitud más combativa, mantuvo la unidad de comando en su coalición, y pudo convencer a parte de los votantes basculantes de que un triunfo demasiado arrollador del FdeT representaba una amenaza.
Ahora ni Alberto ni Cristina parecen estar en condiciones de hacer algo parecido. Para empezar, porque en el oficialismo nunca hubo unidad de comando, y porque el oficialismo difícilmente pueda responsabilizar a la oposición por los problemas económicos y sanitarios, si no lo logró hasta aquí. Y también porque la derrota va a agravar esos problemas en las dubitativas y debilitadas manos de un gabinete que está cuestionado desde múltiples frentes: Cristina no tiene más que empujar un poco para lograr ahora cambios que hasta ahora eran resistidos, otra mala idea de Alberto, y demasiados otros actores en el peronismo tienen facturas que pasarles a los miembros del Ejecutivo, a todos ellos. Y encima el futuro de unos cuantos de ellos no depende demasiado de la suerte electoral de esta gestión.
A JxC, mientras tanto, cabe hacerle una pregunta similar, pero invertida: ¿quiénes son los dueños del triunfo?, ¿son un poco todos sus sectores y dirigentes, o algunos se van a quedar afuera del festejo?
Por haber dado vuelta el resultado de dos años atrás en provincia de Buenos Aires, retenido su preeminencia en la CABA, en ambos casos con sus candidatos, y haber apostado a internas competitivas en muchos otros distritos donde se hicieron buenas elecciones, el principal titular del triunfo es sin duda Horacio Rodríguez Larreta. Aunque hay otros sectores y dirigentes que salen fortalecidos, con los que aquel va a tener que convivir y negociar: los ganadores en Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Entre Ríos, también en Santa Cruz y Chaco, dos distritos ferozmente oficialistas en 2019, y quienes han vencido en otras provincias y ciudades, propias y ajenas, del centro y norte del país.
Larreta incluso va a tener que ceder y ofrecer compensaciones no solo a los ganadores, sino también a algunos de los que perdieron. Es el caso de Facundo Manes y el radicalismo bonaerense.
Manes se salió con la suya en algo este domingo: logró que el postulante vencedor en la provincia, Santilli, fuera al bunker armado por la lista derrotada, y por una diferencia de votos contundente. ¿Por qué? Pues porque Manes y sus socios radicales pudieron hacer pesar el interés prioritario de quienes seguirán conduciendo la coalición, Larreta y el PRO, en dar una imagen de unidad, y les hicieron pagar con un gesto de humildad por su contribución a dicho objetivo. No fue lo que se dice un gesto muy colaborativo, pero es como se arman siempre las coaliciones, compensando a los perdedores. Es bueno que Larreta lo haya entendido y no haya retaceado la señal que se le exigía.
El que no va a tener tanto poder extorsivo de ahora en más sobre el jefe de gobierno porteño es Mauricio Macri que no pudo festejar tampoco en su terruño: su postulante cordobés cayó derrotado, y por amplia diferencia ¿Se acelerará con esto la sucesión del liderazgo en el PRO y en JxC? Es probable, porque además se fortalecieron tanto Vidal como Santilli, no solo ganaron ampliamente sus respectivas internas, sino que lideraron triunfos resonantes en sus respectivos distritos, despejando todas las dudas que se habían agitado, incluso desde dentro de su partido, al respecto. También Patricia Bullrich va a tener que poner sus barbas en remojo: Vidal no fue tan mal candidata.
Otra duda que se agita: la baja participación de votantes en estas PASO, que podría haber sido peor, de no haber habido una competencia pareja entre gobierno y oposición, y dentro de la coalición opositora en muchos distritos, que atrajo sin duda a muchos votantes, compensando en parte el desánimo y hartazgo que ha ganado a mucha gente, ¿permitiría pensar que quienes no votaron tal vez puedan modificar los resultados, si concurren en noviembre?
¿Cómo se repartirán las bancas en noviembre si se repitiera el resultado de las PASO 2021?
El oficialismo va a renovar 52 bancas de diputados, JxC 60, así que para el gobierno es mucho más fácil sumar alguna banca más, aun sacando menos votos que en 2019, que para la principal oposición retener las suyas. De todos modos, con estos números, el gobierno perdería en vez de sumar bancas.
Incluso en la provincia de Buenos Aires, donde esa ventaja de la que parte el oficialismo es mayor incluso que a nivel nacional, pues tendrá que renovar pocas bancas, sobre todo el kirchnerismo, que en 2017 hizo una mala elección. Podría aún crecer sobre el Interbloque Federal, lo que queda de él. A menos que Randazzo haga una muy buena elección en noviembre. Pero si nos guiamos por lo que sucedió este domingo, le va a ser muy difícil.
En cuanto al Senado, el oficialismo renovará 15 bancas de 41 (más dos aliados que votan con él casi siempre), y la oposición 8 de 25. Acá los números favorecen a JxC, y tiene chances de sumar más que de perder, a diferencia del gobierno. En Catamarca y Tucumán el oficialismo puede defender sus bancas en juego, pero las tiene casi perdidas en Córdoba, Corrientes y Santa Fe. Y al menos en las PASO quedó muy debilitado también en La Pampa. Puede perder, en suma, 7 bancas en total, restándole 36, no las suficientes para el quórum propio.
¿Qué pasará en noviembre? ¿Es este el piso del oficialismo, o puede caer aún más? Y más importante que esto, ¿qué sucederá con el gobierno de Alberto, no solo de acá a las elecciones generales, sino en los dos años que le quedarán desde entonces?
Puede que ahora no haya ya límite alguno para el gasto público financiado con emisión. Y por tanto que la primera víctima de esta elección sea Martín Guzmán. Pero puede también que los riesgos de una radicalización sin plata ni votos desaliente un giro en esa dirección.
Si se resistieran a esa tentación, tal vez se podría dar algo parecido a lo sucedido con la economía argentina entre 2013 y 2015: como se abre la perspectiva de un cambio de gobierno en 2023, tal vez menos empresarios y argentinos en general fuguen al dólar, y algunos hagan una módica apuesta por bonos y acciones, que ya en cierta medida se empezó a ver semanas atrás. Los que vienen financiarán a los que se van. Y los alientan, en parte al menos, a no hacer demasiadas macanas. Ojalá suceda.
© TN
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