Por Francisco Olivera
La idea de Walter Correa, secretario general de los obreros curtidores, era ambiciosa pero no prosperó. Delante de 200 delegados, el miércoles, en el Comité Confederal que la CGT hizo en la calle Azopardo, propuso postergar las elecciones internas gremiales, previstas para el 11 de noviembre, para que todos se dedicaran tiempo completo a la campaña del Gobierno. No lo siguieron.
Correa es diputado nacional del Frente de Todos por la provincia de Buenos Aires y un admirador entusiasta de Cristina Kirchner. En su foto de Twitter aparece con ella. Pero el sindicalismo está desde hace dos semanas con la energía puesta en otro lado.
Son secuelas del mazazo en las primarias. Si el peronismo no perdona la derrota, el frente gremial es más despiadado aún. Héctor Daer y Carlos Acuña, conductores de la central y aliados de Alberto Fernández, aceptan esas condiciones propias del oficio: desde entonces, han empezado a ofrecer el ingreso de delegados de otras corrientes para conseguir una lista de unidad. Hugo Moyano, que tiene hace tiempo la pretensión de meterse en el consejo de la CGT, duda por momentos entre aceptar o, en cambio, jugar más fuerte: “Podemos presentar una lista y competir”, planteó esta semana en la intimidad.
No es que Moyano haya tomado partido en favor de nadie contra quienes se llevan mejor con el Presidente. Al contrario: siempre ha preferido también tenerlo como interlocutor a él antes que a Cristina Kirchner. Pero el cimbronazo del domingo 12 reconfiguró todas las estructuras de poder. Y la interna del Frente de Todos no solo no se apaciguó: parece estar empezando. Hace una semana, horas después recibir llamados del jefe del Estado buscando respaldos, por lo menos dos sindicalistas volvieron a atender el teléfono y escucharon una contraorden: Máximo Kirchner en persona les decía que, si apoyaban tan públicamente a Alberto Fernández, se estaban ubicando en esa contienda contra la verdadera jefa.
Dicen quienes la consultan que ella está más tranquila que la semana pasada. Es cierto que la proyección del escrutinio final para noviembre la dejaría perdiendo el control del Senado, pero confía en que lo puede remontar. Además, hasta en el Frente Renovador ya justifican sus movimientos para modificar los gabinetes. “Tuvo que hacerlos reaccionar –dijo un referente del espacio–. Acá no sirven ni el tranco de la siesta ni tampoco el Clio”.
El más difícil de convencer fue Kicillof, a quien sus interlocutores veían esta semana golpeado e irritable. Él tiene desde hace tiempo la idea de que las administraciones municipales fuertes debilitan a las provinciales. Por eso tiende a encerrarse. Es justamente lo que le reprochaban los intendentes, y lo que intentó corregir Cristina Kirchner al proponerle a Insaurralde como jefe de Gabinete. Cerca del líder de Lomas de Zamora advierten ahora una mejor actitud del gobernador. Un operador lo celebraba con lo que supone un elogio: “Ayer dio un discurso de diez minutos”, dijo. Los camporistas también lo cuestionan. Dicen que solo un significativo nivel de aislamiento puede explicar que haya festejado prematuramente en la noche del domingo fatal. Con Alberto Fernández siempre es más sencillo. Pero su entorno, más conciliador en apariencia, quedó también más ofendido que el de Kicillof.
Los empresarios advierten este estado de desorientación. En la Unión Industrial Argentina se lamentan de todo. Incluso del pase de Jorge Neme de la Cancillería a la Jefatura de Gabinete, que obligó a cambiar las invitaciones para la próxima Conferencia Fabril. Deberán además confiarles ahora la negociación para que Brasil no baje el arancel externo común del Mercosur a Santiago Cafiero y a su segunda, Cecilia Todesca. Por eso buscan al trío del que creen estar viendo salir más decisiones: Massa, Máximo Kirchner y Kicillof.
El líder del Frente Renovador se guardó de hablar hasta anteayer. La semana pasada, delante de sus compañeros, había insistido en la necesidad de mantener la unidad. Su horizonte personal, competir por la presidencia en 2023, no solo depende de lo que pase hasta entonces, sino que se superpone ahora con un proyecto idéntico, el de Manzur, con quien dice llevarse bien. El nuevo jefe de Gabinete tiene, como él, conexiones empresariales. La crisis sanitaria lo obligará ahora al ecumenismo dentro de un sector que conoce, el de los laboratorios, y en el que deberán convivir en armonía desde Hugo Sigman, su viejo amigo, que está molesto por el modo en que se trataron en la Argentina los retrasos de AstraZeneca, hasta Marcelo Figueiras, de Richmond, que pasó de excluido a apuntalado por el kirchnerismo en los contratos de la Sputnik V. Los celosos recuerdan un episodio de febrero en el CCK, durante el lanzamiento del Consejo Económico y Social. Cuando llegó Sigman, el todavía gobernador se le acercó y le mostró la butaca en la que tenía que sentarse.
Son tensiones con poco margen de movimiento porque, en realidad, la suerte del Frente de Todos entero no solo depende de revertir el hartazgo social, sino de lo que consiga su funcionario más cuestionado, Martín Guzmán. ¿Podrá el ministro, por ejemplo, como exige el FMI para el acuerdo, bajar subsidios? El presupuesto que acaba de enviar al Congreso supone aumentos de tarifas que Máximo Kirchner ya puso en duda.
Hoy los subsidios están en el 1,8% del PBI, y la idea de Guzmán es llevarlos a un nivel cercano al del final de la era Macri, que cerró en 1,4%. Esa propuesta le costó en mayo una pelea con Federico Basualdo, subsecretario de Energía Eléctrica, a quien todavía no pudo echar. Sin un acuerdo con el Fondo ni plan creíble no hay salida económica posible. Es probable que esa convicción haya llevado a Guzmán a lo que en el PJ parece una irreverencia: refutar en público a la expresidenta. “Cristina considera que hubo un ajuste fiscal, yo le digo que no”, planteó.
En cualquier otra etapa del kirchnerismo, una propuesta para abocar a la CGT entera a una campaña nacional habría tenido adhesiones en un comité confederal. Los delegados prefirieron esta vez desoírla, confirmar sus propias elecciones y tratar otros temas, como la reforma del estatuto para ampliar el cupo femenino y escribir las disposiciones en lenguaje inclusivo. Ya ese miércoles por la tarde, Daer hablaba en Twitter reemplazando las o por la x.
El golpe electoral puede haber sido un punto de inflexión. “Nuestra propia perestroika”, define Luis D’Elía. Se confirmará si el Gobierno vuelve a perder las generales o, peor, el control del Senado. Entonces, si eso ocurre, alguien pondrá en duda el liderazgo de la jefa. Por ahora, nadie llegó a tanto. Al contrario, el argumento del kirchnerismo es el de Andrés Larroque: ella sabía que perderían y no fue escuchada. Walter Correa acaba de decirlo en radio El Destape en términos futbolísticos: “Cristina es como Bochini cuando te la tiraba al fondo: no tenías ni que pensarlo, tenías que ir corriendo a buscarla, y hay muchos que no la ven o no la quieren ver. Lamentablemente tuvo que pasar esto para que entiendan que tienen que buscar la pelota sin dudarlo”.
La novedad de las primarias es que no tantos parecen dispuestos al esfuerzo. No por mala voluntad: temen que, en el fragor de la disputa, el pelotazo de La Diez ya no sea tan preciso.
© La Nación
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