Por Carmen Posadas |
¿Son ustedes “woke”? Sí, ya saben, ese nuevo palabro que según el Diccionario de Oxford quiere decir “Persona alerta a la discriminación racial, social o animal y a las injusticias que estas generan”. Es interesante la evolución del término porque originalmente significaba, simplemente, despierto. A mediados del siglo XX empezó a utilizarse para designar a alguien bien informado en el sentido político y de ahí hemos saltado a su significado actual. Si creen que en España somos campeones en “wokismo”, con sus agotadores todas, todos y todes y sus no menos agotadoras personas que se ofenden furiosamente cada vez que ven en peligro los derechos de las gallinas o del escarabajo pelotero, esperen a ver lo que pasa por ahí fuera.
Estos días he tenido oportunidad de leer con más detenimiento prensa británica y estadunidense y, en cada periódico, y a veces en varias páginas en un mismo día, aparecía el vocablo de marras. He aquí algunos ejemplos. “Alerta «woke»: Romeo y Julieta, de Shakespeare, no es real”. Bajo este titular se explicaba a los espectadores que acuden a ver la obra que actualmente se representa en The Globe, de Londres (teatro shakesperiano por excelencia), se les entrega al entrar una página de advertencias. En ella se aclara que la sangre que se vierte escena es de mentirijillas; que nadie muere realmente y que Romeo (representado por un actor negro, igual que Julieta) no era más que una víctima de la incomprensión y por eso se suicidó. “Hemos elegido” ―se explica en la susodicha hoja― “poner el foco en la salud mental y por tanto deseamos que nuestra puesta en escena sirva de información y apoyo a aquellos que puedan necesitarla”. Uno se pregunta qué advertencias woke se harán cuando se represente Otelo obra en la que su protagonista es un asesino y un maltratador, o Tito Andrónico, en la que Tito hace que Tamora se coma un pastel hecho de carne de sus propios hijos. Pero en fin, no nos pongamos tiquismiquis. Seguro que ellos encontrarán una explicación políticamente correcta a tales actitudes.
Otra noticia interesante y de primera necesidad según esta nueva religión que nos domina es la de “las engañosamente blancas copias de esculturas famosas que se exhiben en la universidad de Cambridge”. Tras leer tan enigmático título uno se entera de que se ha instado a los responsables de la Universidad a poner carteles explicativos a las piezas que exhibe. Piezas que ni siquiera son originales, sino vaciados en yeso de dioses mitológicos, atletas desnudos, etcétera. De nada ha servido argumentar que si las piezas son blancas es porque son de YESO y porque las estatuas de las que son copia originalmente fueron esculpidas en mármol blanco. “Tan poca diversidad racial requiere una explicación. También había personas de otras etnias en el mundo clásico y exigimos que se especifique” ―argumentaron furibundamente los sacerdotes woke―. Woke es también una palabra que ha aparecido repetidamente en las portadas de todos los periódicos anglosajones estos días asociada al presidente de los Estados Unidos. “Es un tipo woke” ―así lo definió una diputada del partido Laborista. “Ha designado a una increíblemente poderosa mujer de color como vicepresidenta y en su discurso de victoria electoral mencionó a los trans y a todas las minorías oprimidas”. Según Calvin Robinson, comentarista ―negro, por cierto― del Telegraph, está muy bien ser woke y preocuparse por ejemplo de las llamadas “micro agresiones” que incluyen discriminaciones indirectas, como decirle a una persona negra “me gusta tu pelo”. También es innegable, continúa argumentando Robinson, que existen aún serios déficits en cuanto a injusticias y a la necesidad de equiparar derechos. Pero aspirar a ser el presidente más woke del mundo, como parece desear el señor Biden, desenfoca las prioridades. “Solo una sociedad con sus necesidades más que satisfechas ―añade el periodista― podía haber inventado esta mentalidad woke capaz de crear un sinfín de no-problemas, desdenes y agresiones que no son tales”. “¿Cómo empezar a explicar esto, por ejemplo, a las madres afganas que lanzan sus bebés por encima de alambres de espino para salvarlos de los talibanes, o a los internos de los campos de reeducación chinos? ―concluye Robinson―. El mundo real, señor Biden, va por otro lado”.
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