(Foto/Franco Fafasuli-ARGRA)
Por Claudio Jacquelin
“Toda derrota duele, pero ninguna duele tanto como la que no viste venir. Estamos tratando de digerirlo”. Nada sintetiza mejor el estado de shock y de perplejidad en el que quedó atrapado el Gobierno tras la debacle en las PASO que esa frase de un estrecho colaborador presidencial.
Eso explica los desesperados intentos que se advertían ayer en la Casa Rosada de recomponerse y encontrar tanto explicaciones como soluciones, que aún le son esquivas. Mientras, los funcionarios fingían actuar con naturalidad la nueva normalidad.
El diagnóstico generalizado de los principales socios de la coalición oficialista coincide en la conclusión más inquietante y más difícil de subsanar: las culpas se concentran en Alberto Fernández y el equipo que designó y (no) conduce. “Hay muchos responsables, pero el culpable es el Gobierno”, dicen con la crudeza que solo prohíjan los fracasos. La derrota es huérfana. O los padres son otros.
En esa conclusión se concentra el primero y más acuciante de los problemas por resolver. Hay unanimidad en que no alcanza con un cambio de gabinete, aunque sí hay coincidencia en que es necesario. Más allá de la resistencia (a esta altura improbable) que pudiera ofrecer Fernández, está claro que con el reemplazo de funcionarios no se resolverán las necesidades insatisfechas que llevaron a millones de argentinos a reprobar al oficialismo o a no ir a votar. Mucho menos, en los dos meses que faltan para las elecciones generales. Pero sí sería una señal.
La duda mayor es respecto de cuándo debería hacerse ese cambio, antes que sobre los nombres por salir y entrar. “La idea es darle mayor volumen político al Gobierno y, dicho de forma benevolente, ayudar al Presidente a gestionar más eficazmente”, explican en el Frente de Todos. Lapidario.
El nombre de Sergio Massa vuelve a circular por los despachos del poder. Como en 2008 cuando sucedió a Fernández en la Jefatura de Gabinete, tras la fallida guerra con el campo. Otros tiempos. Otros roles. No importa que ahora el presidente de Diputados ya ni siquiera controle su propio territorio. El oficialismo también perdió en Tigre. Su capital político es otro.
Un dilema que envuelve el probable recambio está en el riesgo de que un nuevo equipo termine chamuscado el 14 de noviembre por otra derrota. Dejaría al Gobierno en un estado de insoportable levedad, más que la actual, para afrontar los dos años que Fernández tiene por delante. El punto de partida es casi alarmante si se considera que en la noche de la derrota el Presidente pidió ayuda para completar ese bienio. Fue el fallido más preocupante (y revelador) de su sombrío y solitario discurso.
Por eso es que se evalúan desde un paquete de medidas de gobierno en varias áreas hasta detalles logísticos para mejorar la participación en el próximo turno electoral. Las transformaciones que demandan los accionistas principales del Frente de Todos -desde el cristinismo hasta el massismo, pasando por el camporismo- incluyen cambios de políticas, de dinámicas y de nombres. Todo está en cuestionamiento.
Demandas contradictorias
El otro problema acuciante que debe afrontar Fernández es que muchas de las demandas de la ciudadanía en general y de sus electores en particular se contraponen y superponen.
Por un lado, el Gobierno necesita con urgencia ponerle freno a la inflación que deteriora salarios y jubilaciones, al mismo tiempo que busca dinamizar el consumo con emisión y aumentos de ingresos, mientras se pretende seguir sosteniendo el ajuste sobre salarios estatales y gastos previsionales y sociales de cara a un acuerdo con el FMI, que los vencimientos de deuda por venir exigen imperiosamente. La moderación y la racionalidad chocan con la expansión que demandan las necesidades electorales del oficialismo.
Una buena parte de los electores rechaza la injerencia hasta en lo más privado de sus vidas de un Estado que, al mismo tiempo, resulta ineficiente para resolver cuestiones que esencialmente le competen, como la inseguridad. Peor aún, un Estado en manos de dirigentes que gozan de prerrogativas y beneficios negados a la mayoría de los ciudadanos. Una fórmula casi indescifrable en medio de la urgencia.
Esas demandas no son exclusivas de los libertarios que votan a Javier Milei, aunque su notable performance y la buena actuación de Ricardo López Murphy ejerzan una nueva influencia a la hora de pensar soluciones.
“Alberto, poné orden en lo que tengas que poner”, vuelve a resonar en los pasillos de Olivos y de la Rosada, más imperativamente que nunca. La frustración y el enojo de Cristina Kirchner con su criatura están en la cima. Lo hizo saber el domingo funesto con palabras en reserva y con gestos en público.
Desde el entorno de la vicepresidenta transmiten (y lo corroboran otras vertientes oficialistas) que está dispuesta a aceptar medidas alejadas de la radicalización con la que se la identifica. Aunque en la bajada a tierra de posibles políticas asoman rápido las contradicciones. La cuadratura del círculo.
La moderación de Cristina
Avalan las versiones de la moderación cristinista en temas económico-sociales desde el massismo, que en la misma noche de la derrota promovía la adopción de medidas urgentes menos nac&pop que de centroderecha y de perfil productivista. Los allegados al tigrense se lamentaban (o se jactaban) de no haber sido escuchados al respecto por Fernández.
El equipo de Massa no se limita en sus consideraciones al ámbito económico ni al fiscal. Avanzan sobre temáticas que generan más críticas al Gobierno por el agravamiento de demandas no satisfechas, como la inseguridad. Área que Fernández se reservó y les escamoteó tanto a Massa como al cristinismo en su módico y fracasado afán independentista originario.
“Seguro que no va a solucionar de acá a las elecciones los problemas de la gente, pero por lo menos no va a tener una ministra como Sabina Frederic diciendo y haciendo lo que la gente no quiere escuchar ni ver. Si, por ejemplo, lo pone a Sergio Berni, por lo menos, los ciudadanos verán un tipo en la calle haciéndose cargo y no que hay dos ministros peleándose, mientras a ellos les roban o los matan”, dicen destacados frentetodistas.
“La única radicalización de Cristina tiene que ver con sus problemas judiciales. Ahí sí es intransigente”, explican en el oficialismo. Ese es otro problema que agravaron las elecciones y que terminaría de complicarse si en noviembre se repiten los resultados de anteayer, lo que llevaría al FDT a perder el quorum en el Senado y no tendría mayoría en Diputados. Las reformas en curso para domesticar a la Justicia continuarán haciéndose esperar y muchos jueces, en su condición de sommeliers de climas de opinión, recuperarán aires de independencia.
La cuestión judicial es una piedra difícil de remover, con consecuencias que aportan complejidad al panorama que afronta el Gobierno. Es uno de los temas en los que la oposición se muestra irreductible para alcanzar cualquier acuerdo, justo cuando la idea de avanzar hacia algunos consensos básicos vuelve a asomar como un camino necesario para afrontar los desafíos y permitir el funcionamiento institucional. La probable nueva conformación del Congreso será más exigente en este aspecto.
Lo cierto es que el menú de opciones y soluciones que se barajaron en las primeras horas posteriores a la debacle es tan amplio como contradictorio.
Son muestras elocuentes tanto de la perplejidad y el aturdimiento en los que quedó sumido el oficialismo como de la heterogeneidad de su composición. Difícilmente sea solo el Presidente el que termine laudando y encontrando la síntesis.
© La Nación
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