Por Tomás Abraham (*) |
Quién perdió las elecciones fue Alberto y no Cristina. La vicepresidenta mantiene a su tropa aunque sabe que por sí sola no le alcanza para gobernar. Pero no es porque carezca de atributos para hacerlo. Le sobraron cualidades durante ocho años. En el 2011 triplicó en votos a su inmediato seguidor por una viudez reciente más un aumento considerable de ingresos y consumo que le dieron una amplia e indiscutible victoria. Hoy el país no tiene resto para tanta generosidad.
Por eso tuvo que llamar a Alberto. ¿Quiénes votaron a la fórmula del 2019? A los kirchneristas se le sumaron los decepcionados del macrismo. Como ahora, en el 2021, a Juntos se le han sumado los decepcionados del albertismo. Por eso quien perdió fue Alberto como en el 2019 el que perdió fue Macri.
Hay una masa de electores fantasmas que siempre se les escapa a los encuestadores, de ahí que siempre se equivoquen. Son los decepcionados de siempre. No por eso son los mismos porque si bien puede haber un elenco estable es posible que se renueve con nuevos contingentes. No son de clase media, ni de alta, ni pobres, ni jóvenes o viejos. Algunos los llaman independientes pero no lo son porque dependen de sus deseos. ¿Cuáles? Las de cumplimiento imposible. Mejores salarios y más consumo pero que no haya inflación; reducir el déficit fiscal pero sin ajuste; que no se endeude el país pero que no haya reducción de gasto público; instalar el control de cambios y el cepo y generar confianza para que se invierta en la producción de bienes y servicios; que se emita para solventar gastos pero que la moneda no se deprecie; que haya ahorro y depósitos en los bancos pero con tasas negativas para abaratar el crédito; distribuir lo que queda con más impuestos y confiscaciones a la vez que crear más incentivos para que se produzcan más riquezas; ser keynesiano con un estado quebrado; publicitar que se compre nacional y denigrar a los industriales; apoyar a las pymes y mantener las leyes laborales que las funden. Esto es lo que le ofrecen al elector fantasma que zumba de un candidato a otro, y de una decepción a otra.
Los de Juntos cambiaron. Mandaron a Macri a la segunda fila y lavaron su pasado con una interna que los favoreció. Vidal, Santilli, Larreta, Manes, Lousteau, y los radicales, se presentaron en sociedad y sedujeron al elector fantasma que podía olvidarse de su desengaño del 2019. El Frente de Todos rechazó la interna para mostrarse sin fisuras frente al demonio macrista. El argumento que justificaba las dificultades por los daños de este año y medio de pandemia y por la herencia neoliberal no sedujo al elector fantasma. Como tampoco la figura negativa de Cristina le bastó a Macri para evitar su derrota en el 2019.
La única verdad no es la realidad. Los electores fantasmas no ceden sus ilusiones, por eso tampoco pueden evitar decepciones. Que se convierten en frustraciones y su secuela de resentimientos. De estos últimos se nutre Javier Milei. Le dice al elector fantasma que no tiene responsabilidad alguna en elegir candidatos fantasmas - porque también hay postulantes que aparecen, desaparecen y cambia de lugar como espectros - , sino que ha sido estafado y merece vengarse. Su cobertura en F. Hayek y L. von Mises, u algún otro economista de hace casi un siglo, no es sólo anacrónica en un mundo en el que el poder dominante globalizado viene del extremo oriente y en el que los bancos centrales de Occidente emiten moneda y deuda a rabiar para mantener las tasas bajas y estimular el consumo, sino que su macartismo es demasiado ingenuo y grotesco al incluir a Carrió y Cobos, por ejemplo, en la izquierda internacional. Pero funciona porque el elector fantasma necesita no sólo ilusionarse sino divertirse.
¿Y Massa? Es el nuevo Alberto, sin bigotes. Opera con todos y trata de flotar. Los humedales de Nordelta y su pie en Aysa le permiten hacerlo, agua no le falta. El elector fantasma ya se puso un salvavidas, por si acaso.
(*) Filósofo
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