Por Manuel Vicent |
Pese a la ominosa pandemia que no cesa y a los cataclismos cada vez más violentos que provoca en el planeta la madre naturaleza, todo indica que el fin del mundo tampoco se producirá este año. Mientras queden por contemplar todavía maravillosas puestas de sol en el mar con un excelente licor en la mano, el apocalipsis puede esperar. Por mi parte, agosto del 2021 ha sido un mes relativamente placentero, gracias a un experimento muy sencillo que he realizado en defensa propia.
Cuando empezaban los telediarios me bastaba con quitar el sonido al aparato y de repente la pantalla sin voz convertía a todos los personajes de la actualidad en una especie de crustáceos que se agitaban dentro de un acuario. Los veía mover los labios y gesticular e incluso podía imaginarlos flotando cabeza abajo como si estuvieran en una ingrávida estación espacial.
Si estos crustáceos eran políticos, sabía de sobra qué estaría diciendo cada uno según su ideología, pero al menos el experimento me ahorraba tener que soportar la bronca con quijada de burro en la que sigue instalada la derecha española. Caín en este país siempre encuentra pareja para bailar un tango muy apretado. Por otra parte, el descalabro del Ejército de EE UU en Afganistán, la estampida agónica en el aeropuerto de Kabul y la imagen de los talibanes de cuyos refajos les brota siempre un Kalashnikov al que acunan como a un niño, dentro del acuario del televisor adquirían la estética de esos documentales de la sabana o del fondo del mar en los que se muestra la voracidad y el determinismo feroz de los animales en la lucha por la supervivencia.
La historia de la humanidad se reduce a los hechos que seleccionan y emiten cada día los telediarios. Quítales la voz y toda la crueldad humana adoptará también la forma de espectáculo con la inocencia salvaje de una serie de National Geografic. Bebamos.
© El País (España)
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