Por Daniel Santa Cruz
“A dos semanas de las elecciones, estamos convencidos de lo que hicimos y de lo que nos queda por hacer. No fue casualidad cuidar a nuestra gente ni preservar el trabajo, la producción y la educación pública. Tampoco lo fue ampliar derechos ni garantizar un Estado presente”, posteó esta semana en su cuenta de Twitter el presidente Alberto Fernández.
Obviamente que el Presidente debe defender su gestión en vísperas de unas elecciones de muchísima importancia y que pueden cambiar el futuro del mapa político local. No debería sorprender, entonces, el desmedido optimismo que encierra un típico tuit de campaña de electoral.
Fernández apela a reivindicar tres aspectos de su gestión donde objetivamente no hay lugar para una mirada satisfecha, culpa de la pandemia, pero también en gran parte a la pésima gestión de gobierno para enfrentarla, y tampoco se pronuncia sobre el cuestionado talante moral de su gestión, expuesto negativamente en reiteradas ocasiones durante uno de los momentos más difíciles que vivió el país en su historia.
Los tres aspectos a los que se refirió Alberto Fernández fueron el cuidado de la gente, la producción y el trabajo, y la educación pública.
Si cuando habla del cuidado exitoso de la gente, Fernández se refiere a las 112 mil muertes acontecidas por el Covid-19, una cifra que ubica a la Argentina entre los países con mayor promedio de muertes por cantidad de habitantes, el Presidente exhibe un problema delicado en la comprensión de la realidad. Cada vez que habló sobre el tema utilizó un perverso juego de palabras para correr los parámetros entre las “muertes aceptables” y las que potencialmente se hubiesen producido si no hubiera sido por la gestión de su gobierno. Así lo hizo, por ejemplo, el 26 de junio de 2020, cuando Fernández decía: “Si la Argentina hubiera seguido el ritmo de Brasil, hoy tendría 10.000 muertos”. Rápidamente la realidad y el crecimiento de la mortalidad hicieron que esa comparación quedara desactualizada. Entonces apeló en diciembre a recordar una supuesta reunión con “alguien” que le había llevado proyecciones de universidades inglesas. Nunca supimos quién fue ese “alguien” ni cuáles fueron esas casas de altos estudios británicas que decían que “si le va muy bien a la Argentina, se van a morir 60.000 personas, y si le va muy mal, se van a morir 250.000”. “Gracias a Dios no alcanzamos la mínima”, afirmó Fernández. Meses después, y con un plan de vacunación que incluyó todos los errores posibles, tanto en la compra como en la elección de laboratorios, el país superaba ese supuesto piso de muertes aceptables que sugirió el mismo Fernández y se alcanzaban los indicadores que hoy lamentablemente contamos.
También el Presidente se jactó de haber cuidado la producción y el trabajo, en un país donde la economía cayó a niveles históricos, con un impacto casi letal para el empleo informal, que generó, entre otros problemas, un crecimiento de la desocupación que alcanza los 10 puntos, la desaparición de casi 100 mil comercios y 50 mil Pymes y la salida del país de 19 empresas internacionales, mientras que otras 6 achicaron sus operaciones. Todo en un contexto inflacionario que no hace más que generar mayor pobreza. La Encuesta Permanente de Hogares del Instituto Nacional de Estadística y Censo (Indec) indicó en mayo que en 2020 la pobreza alcanzó el 42%, pero la Universidad Católica Argentina (UCA) la estimaba en un nivel de 45,2% ya en diciembre pasado. Hay otros informes técnicos que son más preocupantes, como el del Instituto Estadístico de los Trabajadores (IET), dependiente de la Universidad Metropolitana de los Trabajadores (UMET), que señala que sobre ese 45% de pobres, hay casi un 20% más de personas al borde de caer en esa situación.
Por último, el tema educativo. “Cuidamos la educación pública”, dijo el Presidente, cuando en realidad los datos de deserción interanual entre 2019 y 2020 indican que el abandono escolar llegó a quintuplicarse durante 2020 y afectó con mayor énfasis a los alumnos que forman parte del 62% de pobres en el país. Cómo es posible que el gobierno pueda jactarse de cuidar la escuela pública cuando la realidad nos refriega en la cara que más de un millón de alumnos se desvincularon de la escuela durante todo el período de pandemia como consecuencia de las medidas que mantuvieron cerradas las escuelas desde marzo del año pasado, incluso hasta el día de hoy en muchos lugares del país. Es imposible no reparar en que la deserción escolar en 2019 era de un 3% y pasó a ser de un 15% de un año a otro. Argentina atravesó distintas crisis educativas, como la del traspaso de las escuelas primarias a las provincias durante la dictadura militar en los 70 y la que generó la Ley Federal de Educación en los 90, con la provincialización de la escuela secundaria. Ambas provocaron efectos nocivos sobre la calidad educativa y ampliaron la brecha de desigualdad, pero ninguna tuvo un impacto tan negativo sobre la matrícula como el que se observa ahora. Resultado: Argentina hoy está entre los países con mayor deserción escolar del tercer mundo y donde prácticamente todos los alumnos que se desvincularon de la escuela pertenecen al sistema público.
Existe un aspecto que no fue mencionado por Fernández en su posteo de Twitter. Se trata del factor moral, que estuvo muy presente en las evaluaciones que las distintas sociedades realizaron y realizan de sus gobiernos durante la pandemia. Con el escándalo de Olivos y el Vacunatorio Vip sobre sus hombros -ambos sucesos bajo investigación judicial-, al gobierno le va a costar mucho disfrazar con optimismo las imágenes de quienes se favorecieron con la obtención de vacunas cuando estas escaseaban o de los encuentros sociales que celebraron a espaldas de una sociedad que se encontraba sometida a duras restricciones.
A partir del momento en que aquellos que decretaron las normas (como el orden de prioridad para acceder a las vacunas o las prohibiciones de distintas actividades sociales) las violaron para beneficiarse a escondidas, las medidas presentadas como sanitarias o de cuidado colectivo, dejaron de serlo y se convirtieron en autoritarias. Alberto Fernández se enoja y grita cuando lo acusan de autoritario, pero debería saber que es infringiendo imposiciones y restricciones comunitarias en provecho propio como actúan los gobiernos marcados por ese sesgo.
Ojalá que los dichos y posteos en redes sociales de parte del Presidente pretendan ser solo una máscara para intentar ocultar los fracasos de gestión que puedan perjudicar los resultados electorales del oficialismo, y no una efectiva impresión de nuestra realidad. Este sería uno de los mayores problemas que tiene nuestro país en lo inmediato, porque si el gobierno no reconoce la realidad, poco podrá hacer para cambiarla.
La filósofa rusa Ayn Rand acuñó una frase que va en esa dirección: “Puedes ignorar la realidad, pero no puedes ignorar las consecuencias de ignorar la realidad”. Se trata de eso, porque después de todo, las consecuencias siempre sobreviven a las mentiras.
© La Nación
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