Por Nicolás Lucca
Cómo le va. Para hoy hice los deberes y le traje, tal como le prometí, licenciada, la respuesta a por qué siento una disociación entre la realidad y lo que consumo. Como bien sabemos, el mundo de Twitter es un microclima extraño y complejo. La dinámica con los medios de comunicación también es un rara.
Pero el mundo no es Twitter, me lo ha dicho cada vez que me deprime un ataque en masa. Y es cierto: 1.7 millones de personas ven por día la tele de aire en Capital y Gran Buenos Aires. Parece mucho, pero es una región que concentra un estimado de 17 millones de personas.
La situación del cable es aún peor: 600 mil personas en promedio si sumamos todos los canales de noticias y sin saber si consumen o la tienen de fondo. ¿Quiere más microclima? Solo el 12% de los usuarios de Twitter consumen noticias. ¿Aún más? Twitter argentina somos 5.4 millones de usuarios. O sea que, entre los tuiteros, consumimos noticias 648 mil personas. ¿Parece mucho? Somos 46 millones de habitantes.
El 56% de los argentinos con Facebook dice que se informa por allí. Da un poco de miedo, licenciada, pero Facebook argentina tiene 4.8 millones de usuarios mensuales, o sea que hablamos de un universo informado de 2.6 millones al mes. Para formar parte de esa cifra solo hace falta haberse logueado una vez en el mes. ¿Cuántas noticias consumió cada uno? ¿De qué rubro entre el deportivo, espectáculos, automotores y demás? ¿Las consumió realmente o solo compartió titulares?
A qué voy con esto… Puedo calentarme, podemos calentarnos, enojarnos con lo que los medios informan o dejan de informar, putear al gobierno y a la oposición por sus armados electorales, festicholas clandestinas o lo que queramos, pero la realidad del país, en su mayoría, pasa por otro lado y la desconocemos. O preferimos no mirar, aún no sé. Puede que ambas. Nos puede gustar más, nos puede sacar de quicio, pero es la realidad. Y esa realidad comienza a verse más y más seguido.
El lunes, en medio de La Marcha de las Piedras, Walter me preguntó a qué atribuía la escasa cantidad de personas presentes. Le dí mi parecer inmediato: es una marcha de circulación con dos puntos de encuentro mayores muy distanciados entre sí y cientos en el interior del país. Luego de unos segundos de silencio, sumé: y no todo el mundo consume redes sociales ni medios de comunicación.
Esta semana continuó, además, la guerra de los periodistas, políticos y los medios en un “agachate que ahí va” permanente. Algo que un amigo mío, a quien consulté por su parecer por el OlivesGate, me resumió en “La guerra de los Egos”. Y a mí, como ciudadano, me hincha las pelotas y, como tipo que trabaja de periodista, me cansa. ¿Qué punto? Básicamente, que todos se cagaron en el aislamiento menos usted y yo.
Este viernes le dije a otro amigo que Cristina lo cagó a pedos a Alberto en público para ponerse la campaña al hombro y ver si da vuelta los números de las encuestas. Era una mera explicación a que la hayan sacado del refrigerador. Me contestó que, “aunque quieran dejar de hablar de la fiesta de cumpleaños, les va a costar”. Le recordé que ya lo hicieron y que quieren centrar su discurso en otros problemas que perciben como más reales. Según ellos, problemas de la gente. Pero todos sabemos que cuando los padecimientos son de la ciudadanía en general, el que tiene el problema es el político al mando. Y esa gente con problemas, por una cuestión de proporciones, mayormente no consume noticias todo el tiempo. Me mandó a la mierda. Creo que dijo algo sobre que yo tampoco me interesaba en las muertes. Como si una cosa tuviera que ver con la otra. Igual lo quiero.
A lo que apunté es a ese 65% de los trabajadores registrados que cobran sueldos por debajo de la línea de la pobreza y al más de un tercio de los trabajadores que están en negro y, por ende, estuvieron más de quince meses sin recibir una puta ayuda. Apunto a cada uno de los hombres, mujeres y niños que se encuentran en situación de calle y que los podemos encontrar en cada cuadra porteña. Desde mi balcón, no más, veo a tres.
Sigo con los números: la preocupación por lo sanitario está muy, pero muy lejos de los primeros puestos en la agenda cotidiana. Allí arriba se encuentran la economía, el desempleo y la inseguridad. Sí, lamentablemente 110 mil muertos se ha convertido en una cuestión de nicho. ¿Duele? A mí también, pero lo podemos atribuir a una cuestión primaria de supervivencia, como cuando vemos un accidente mortal en la ruta. Lo más probable es que quede en nuestras retinas un rato y lo borremos porque apenas podemos con nuestra vida.
Hay 110 mil personas menos en la Argentina por una pandemia pésimamente administrada. Pero aquellos que no tuvieron un muerto en la familia o círculo cercano –impresionante si salimos de las grandes capitales– sienten que les quitaron otras cosas más allá de la vida física: no tienen vida mientras respiran. Es obvio que esas personas se van a enojar con el Presidente por estar de joda mientras a ellos los denunciaban si pretendían trabajar o pasear al perro. Pero muchos votantes miran alrededor y no ven demasiadas opciones más que caras desconocidas y conocidas, y todos con argumentos que van desde lo vacío hacia lo imposible en una elección legislativa.
También podemos enojarnos con los medios, hacer listas de periodistas que nos gustan como piensan –o sea, que piensan como nosotros– o hacerle bullying a María O`Donnell por no saber qué pasó con los derechos humanos durante 2020. Pero la realidad dicta que su programa es el segundo más escuchado de las frecuencias moduladas en su franja horaria. La misma realidad que dice que las críticas que se le hicieron por decir que no conoce lo inocultable pertenecieron al micromundo de Twitter.
Si hay algo que caracteriza al periodismo es el espíritu corporativista, la endogamia y el rechazo a lo externo. Pero antes que todo esto, el gen que pareciera primar en buena parte del periodismo es el del ego exacerbado. Primariamente, el periodista cree que él es indispensable y no su oficio. Esa disociación de la personalidad sólo puede tender a construir un ego que necesita demasiado combustible.
Por eso me cago de risa cada vez que califican de “ensobrado” a un periodista que habla a favor o en contra de una medida de gobierno. Es mucho más barato, licenciada. Mire el poder adquisitivo del periodista promedio y verá que es muchísimo más barato. No hay nada más tentador para el periodista promedio que el combustible que alimenta su ego. Y como todos somos un poco cholulos o queremos sentirnos más privilegiados que el resto, muchos se mean encima por tener línea directa con algún funcionario. ¿Vio qué barato resulta? Para qué un sobre si alcanza con primicias en off the record. Obviamente hay de los otros, pero es muy barato, en serio.
El aislamiento y la endogamia del periodista promedio lleva al error de diagnóstico tarde o temprano. El mundo no es un lugar binario, la realidad argentina tampoco. Puede parecerlo, pero la interpretación del común de los ciudadanos, esos con los que convivimos, es muy distinta a cómo yo veo la realidad, del mismo modo que usted, licenciada, puede coincidir o no conmigo.
Y así es que muchos erraron, yerran y seguirán en ese camino con cualquier diagnóstico tendiente a explicar qué puede llegar a pasar o por qué pasó algo en materia política y social: confunden intención de voto con imagen positiva, creen que la sociedad está politizada y que el sujeto que no lo está es un burro.
Por otra parte, los medios de comunicación no viven del aire: son una unidad de negocios y como tal ofrecen un producto y tienen consumidores. Que Infobae haya mandado La Marcha de las Piedras a la mitad de la página mientras que Clarín lo tenía en la primera vista puede obedecer a un llamado de la Casa Rosada o a que la nota, sencillamente, no medía. ¿A Clarín sí le funcionaba? Y, no tengo el acceso al perfil de los 200 mil suscriptores, pero probablemente tuvieran un público cautivo.
Le decía que Cristina Fernández decidió dar vuelta la página y le ordenó a Alberto Ídem que haga lo mismo. Qué tanto, hombre. Y honestamente, si lo ponemos en perspectiva, no entiendo cómo no lo acogotó con el poncho. Con todas las cosas que salieron a la luz durante el gobierno de Cristina, con todas las miserias que vimos, con todos los chanchullos que aparecieron, con el festival de muertos que ni siquiera se pueden cargar a la cuenta de una pandemia ¿se imagina si a la vice le hubieran descubierto un video de esos? Te armaba un acto en veinte minutos para anunciar una línea de créditos que nunca se vería y a otra cosa, mariposa. O ni le daba pelota. O te escrachaba a cinco por uno.
Me imagino a la Vice frente a los hechos y golpeándose la frente mientras mira al tutelado. “¿Cómo vas a dejar que te corran por Twitter Nacho Viale y al aire Juanita, Alberto, si durante quince meses de encierro metieron a doce comensales por fin de semana, sin relación entre ellos, sin ser esenciales, sin distanciamiento ni barbijo?”
Vayamos al revés: ¿Se imagina si a Alberto le hubieran encontrado cualquiera de los escándalos que le hallaron a Cristina? El problema de Alberto es que, ante cada escándalo de Cristina, su nombre aparecía firmando las columnas de opinión donde la fajaban a la entonces Presidenta.
Es una cuestión de Poder y autoestima, supongo. Menem rajó a Zulema de la Quinta de Olivos con la Policía Federal y el Ejército mientras se sucedían una tras otra las confirmaciones de romances con las más fuertes vedettes del momento. ¿Perdió alguna elección? La economía marchaba viento en popa, me dice usted, y tiene razón. ¿Pero acaso no es la cuestión moral lo que le afecta al Presidente? ¿Se pone mal por un cumpleaños en pandemia y no por el desastre económico y social al cual no tiene ni puta idea de cómo darle alguna solución? ¿Qué va a hacer cuando aparezca todo lo demás?
El país está prendido fuego. El conurbano es un polvorín con el sereno fumando arriba de un barril. Las estadísticas criminales se dispararon por las nubes entre los homicidios en ocasión de robo y, por si fuera poco, el regreso de los secuestros extorsivos. ¿Se acuerda de las tomas de terrenos y viviendas? ¿Adivine qué pasó? Le doy dos opciones: la primera, ya no se producen; la segunda, ya no son noticia. Adivinó: es la segunda.
El sur es un desastre anárquico, el norte se conserva gracias a los feudos y en el peronismo el ardor no se cura con Pancután mientras la ven a Cristina corregir al delegado en público. El presidente perdió el favor de los gobernadores y los intendentes están tranquilos porque saben que, aunque vuele todo por los aires, el verticalismo extremo del kirchnerismo los salvará: si la gente agradece el asfaltado al Presidente, también lo culparán de absolutamente todo.
En el medio, una generación entera con un desfasaje educativo que tardaremos años en poder dimensionar y, Dios quiera, se pueda solucionar de algún modo. Aunque, si veo el porcentaje de deserción escolar que duplica y hasta triplica en algunos distritos a los números previos a la Pandemia, dudo mucho que se pueda hacer demasiado.
Volvamos al punto de los microclimas. ¿Dejamos todo como está? No creo. Sí me parece que toda esa energía desperdiciada en ladridos y caza de brujas de Twitter podría trasladarse a la calle con un poquito más de decoro. En vez de putear en el teclado, probar hacer algo distinto: si el kiosquero dice un comentario político con el que no coincido, ¿por qué voy a sonreír e irme rápido? Ese es un tipo que vota. ¿Buscamos quilombo en redes y los evitamos en la calle? No nos vamos a ir a las piñas por decir lo que pensamos. O sí, qué se yo, pero no podemos gritar en redes “SEREMOS VENEZUELA” y en el taxi quejarnos de la humedad.
¿Alguien tiene una propuesta viable y tolerable para enmendar este desastre? ¿Alguien sabe cómo sobrevivir al desquicio al que nos acostumbró el kirchnerismo tras cada derrota electoral? ¿O hace falta recordar que cuando ganan la chocan y cuando pierden prenden fuego lo que queda? ¿Alguno que no venga con frases pelotudas y vacías de todo contenido, videitos en TikTok, promesas de unir a los argentinos, de salir adelante y demás pedorradas? Algo concreto, tipo “soy el candidato del Frente por la Cadorcha y me gustaría prometerle que voy a solucionar la crisis económica pero, lamentablemente, usted me va a votar para diputado, por lo que le prometo hacer quilombo, no votar leyes que lo caguen y hacer lo imposible para garantizar el sistema republicano”.
¿Unir a los argentinos? ¿Todos juntos? ¿Qué somos, un institucional de Telefé de los noventa? Una democracia: no me interesa estar unido a nadie, tan solo quiero convivir sin que me rompan las pelotas ni los del Gobierno que viven solo por el Poder –pobre gente– ni aquellos que no piensan como yo.
El verdadero terreno está afuera, donde hay millones de personas que no saben qué hacer con sus vidas. Saben lo que pasó en Olivos, les rompe soberanamente las pelotas y, además, esperan que algo cambie más allá de que ya no organicen más clandes. Seres humanos que tienen miles de dramas que los afectan hoy, ahora y que no pueden seguir el ritmo de las guerras de viralizaciones. Principalmente, porque la inmensa mayoría no tiene redes sociales. A esos no les llega un tuit por más compartido que sea. ¿Cuántos van, mil, dos mil, diez mil retuits? 46 millones de habitantes. ¿500 mil impresiones de pantalla? 46 millones.
De ese universo de personas, Cristina apunta a casi la mitad que se encuentra ubicada en la provincia de Buenos Aires. Y pone orden en la tropa para dejar de pucherear y para que salgan a conservar votos. La tropa, esos que le dieron el Poder y no quieren explicaciones: quieren de vuelta la figura protectora. Cristina les dio lo que pedían, repartieron panfletos con diez puntos para defender la gestión y la vice se dio el gusto de decir delante de Alberto y de Massa que todo lo que Alberto y Massa criticaron de su gobierno estuvo bien hecho.
¿Qué se necesita para ganar un juego en el que las reglas las pone el que tiene el Poder? Jugar con sus reglas. Si ellos salen a la calle, solo un optimista puede creer que impondrá su visión con hashtags y tendencias en redes. Algún medio lo podrá levantar cuando sea inocultable para retroalimentar a la máquina de los egos tuiteros y periodísticos, para competir con otros medios.
Porque, después de todo, con los números como están dados al día de hoy, el panorama es devastador: si ganan por poco o si pierden, da igual, ya que no han dejado de dilapidar hasta la última gota de tinta en esa impresora que hace papelitos que parecen billetes. ¿Qué será del país desde diciembre? ¿Cuánto más aguanta Alberto este ritmo? No me refiero a los videítos, me refiero a que no pueda hacer nada, no tenga ganas de hacer nada y encima lo caguen a pedos en público. ¿Quién sigue? ¿Cristina? ¿Massa? ¿Resisten dos años en estas condiciones?
¿Por qué nadie hace estos cálculos si no son pensamientos golpistas, sino tan solo una pregunta sobre las cartas que tienen en la mesa, con todos los que los apoyaron con ganas de martillarse la entrepierna? ¿Quién los va a bancar? ¿La cheta mesa del hambre? ¿Juan Carr? ¿Los sindicatos cada vez más empobrecidos y con sus obras sociales fundidas? ¿Los movimientos sociales que cortan las calles sin faltar un solo día? ¿Los gobernadores que te acompañan hasta la puerta del cementerio? ¿Quién?
Pero hacer estas preguntas es… ¿Cómo decirlo? ¿Incorrecto? ¿Por qué somos tan poquitos los que nos preguntamos estas cosas?
En fin, el asunto es que tenemos una realidad por cada habitante, otra realidad que arde y los egos exacerbados.
Pero al final del día siempre se impondrá la máxima de Antonio Fraguas Forges:
«Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público».
Y por eso, licenciada, es que no tengo muchos amigos en los medios. Bueno, por eso no tengo muchos amigos.
© Relato del Presente
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