Por Daniel Santa Cruz
La sociedad política entre Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández fue concebida para la construcción de un proyecto de poder y de garantía de impunidad, y nunca ha sido pensada para administrar o poner en marcha un proyecto de país. Si lo tienen, no lo demostraron en estos 19 meses de gestión. El problema que comienza a tener ese acuerdo es que el poder, ganado legítimamente a través de la voluntad popular, se diluye junto a la credibilidad de quien debe administrarlo.
Cristina lo sabe y no lo esconde. Así lo hizo saber esta semana cuando en un acto en Avellaneda llamó a ordenar ese poder y dijo: “Alberto, tranquilo. Poné orden y no te pongas nervioso, no te enojes y metele para adelante”, como una capitana tratando de alentar a un subalterno que no para de equivocarse. No hay muchos casos en el mundo donde un vicepresidenta le pide al presidente que ponga orden. Después apuntan hacia afuera, pero es allí donde nace la debilidad del primer mandatario.
Aunque en este caso el “poné orden” tiene sus ribetes, está muy claro que en el Instituto Patria le cuentan los días a dos funcionarios muy cercanos y amigos de Alberto: el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello, y al vocero Juan Pablo Biondi. Vitobello es muy cercano al Presidente, fueron legisladores porteños juntos en 2000, integrando la lista de Domingo Cavallo. Son sus amigos y sus colaboradores de confianza junto con Vilma Ibarra, que años atrás escribió el libro Cristina versus Cristina, donde expuso las contradicciones de la expresidenta, claro, que el escrito no fue precisamente del agrado de la jefa. Ese es el desorden que pide Cristina que ordene: “Los amigos no lo cuidan. ¡Andá a encontrar una foto de Olivos de Cristina que ella no autorizara cuando era presidenta! No había fisuras”, dicen en el Instituto Patria. Pasaron los meses, pero la jefa no dejó de pensar esa idea que supo manifestar a fin del año pasado: Alberto eligió “funcionarios que no funcionan” y justamente son sus amigos.
Claro que esa bronca delató una forma de administrar el poder que caracteriza al kirchnerismo, el problema radicó en que el desorden permitió que se difundiera una foto que demostraba un delito y que no debió ser pública. Para el kirchnerismo, la gravedad está puesta en la difusión y no en el hecho mismo. No sorprende esta reacción, lo hacen siempre. Cada vez que Cristina habla de la supuesta persecución judicial sufrida durante el gobierno anterior, no se refiere a los hechos sino a las consecuencias. En el mismo acto señaló, refiriéndose al macrismo: “¿De qué república nos hablan quienes establecieron una mesa judicial? ¡República de morondanga era!”. El problema sigue siendo la acción de la Justicia y no la causas que la llevaron a rendir cuenta ante ella. Una cultura del poder distintiva en el kirchnerismo donde no se repara, por ejemplo, en las declaraciones comprometedoras de los arrepentidos, como su excontador Víctor Manzanares, sino en las consecuencias procesales que las mismas generaron.
Parece que, en una república que no sea de morondanga, lo dañoso no sería delinquir, sino que los delitos sean de dominio público. ¿Será este el modelo de país para el que necesitan varios períodos de gobierno, como pidió ayer Cristina Kirchner?
Ella es responsable de poner en práctica esta sociedad desigual entre “los Fernández”, donde el poder es de ella y el cargo de Alberto. Y así la cosa parece no funcionar. Sin embargo, la culpa no es solo de Cristina. Cada vez que el Presidente pudo mostrarse dueño de determinados momentos de poder político donde reunía más voluntades que críticas, los dilapidó en tiempo récord con una catarata de errores de gestión increíbles y nada menos que con algo tan sensible como el manejo de la pandemia. Su imagen cayó en picada, porque cuando la sociedad necesitaba un líder se encontró con lo opuesto (no hay antónimo para la palabra líder), entonces tuvimos un “no líder”, alguien que anuncia lo que no sucede, inventa agravios, hace lo que prohíbe, obedece antes de ordenar y cambia luego de obedecer. Así fue como este último año obtuvo resultados sanitarios, económicos y educativos que son catastróficos. Con un agravante: el Presidente cree que mostrando un poco de altanería y soberbia puede subsanar esa carencia de virtud. Error, los líderes verdaderos no necesitan recordarle a la masa que lo son. Tener la necesidad de hacerlo es un punto de debilidad ostensible; el ejemplo es Cristina, que nunca alardeó poder, simplemente lo ejerció.
En el oficialismo algunos comienzan a pensar que será urgente y necesario modificar el escenario si los resultados de las próximas elecciones son adversos. Y se abren interrogantes por sobre dónde y cómo comenzar a modificar el rumbo de gobierno de un proyecto político donde el poder es el modelo: ¿Un acuerdo con el FMI distinto al que hoy pregonan? ¿Abandonar la idea de una reforma judicial? ¿Acordar un plan de recuperación con la posición? Todo eso mientras resuelvan uno de los dilemas más complicados de la política: cómo investir de poder a un “no líder” para remontar un escenario político adverso en los dos años que quedarán por delante, para gobernar una república ya sí, y con esos cambios, más parecida a lo que Cristina llama “de morondanga”.
Sobre todo, con la credibilidad del Presidente en crisis producto de su comportamiento privado en la Quinta de Olivos, donde sucedía todo lo que no estaba permitido puertas hacia afuera. Si la foto cayó mal, Fernández empeoró la situación cuando primero ocultó el incidente durante más de un año, luego lo negó y cuando ya no podía esquivar el tema, dijo que había cometido un error y omitió hablar de delito o al menos mencionarse como infractor. Después de todo su caso es similar o peor que el que afecta a los más de 30.000 argentinos que enfrentan causas en la Justicia por haber violado el DNU que él mismo dictó.
Luego del enojo injustificado, dijo que se iba a hacer cargo y eso aún no sucedió, hasta hora los que se presentaron en la Justicia fueron su pareja y el resto de los comensales. El Presidente evitó ir en ese grupo, aunque fuentes cercanas afirman que lo hará en breve. Quizás esta tardanza obedezca a que es muy probable que su situación se complique en los próximos días con la aparición de más pruebas de hechos similares al cumpleaños de Fabiola Yañez, que acontecieron también en plena Fase 1 del aislamiento social. La Fundación Apolo denunció ante la Justicia que encontró alteraciones al libro de visitas de la residencia presidencial comparando los registros que tienen ellos, que no coinciden con los que recibió y publicó, luego de un pedido de acceso a la información pública, el periodista Gonzalo Ziver. Entre ellos, aparece un caso sospechoso y que la Fundación Apolo pide sea aclarado: el día 20 de agosto de 2020, a las 08,10 ingresaron cuatro personas que se registraron como mozos, retirándose a las 20. Fueron los propios vecinos de la residencia presidencial los que ese día publicaron imágenes donde muestran al menos dos camiones de catering ingresando bebidas y alimentos para el evento. Sin embargo, no existe registro alguno de las personas que asistieron al mismo. Si el presidente Fernández tiene que volver a dar explicaciones por otro caso similar: ¿Sabrá disculparse esta vez? ¿O volverá a enojarse con los periodistas y con la gente?
En algo sí son muy parecidos los Fernández, se podrán señalar y desconfiar entre ellos, pero siempre coinciden en que los errores los comete la gente, nunca están en sus decisiones. Porque en este país, que según el kirchnerismo cuando gobiernan ellos no es de morondanga, la Patria y el error siempre son del otro.
Esto quedó muy claro en el mismo acto donde Cristina le indicó a Alberto que ponga orden y recordó a todos, al hablar de las críticas que están recibiendo por los festejos en Olivos, que “el poder no se cuestiona a sí mismo, el poder cuestiona al pueblo en sus errores”. Curiosa afirmación, porque para el pueblo ellos son el poder.
© La Nación
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