Por Gustavo González |
La llegada de Macri al poder y su salida el último día de su mandato constitucional, generó una nueva realidad política: la oposición al peronismo puede llegar al poder y mantenerse en él.
Para el peronismo (en todas sus vertientes) significa la amenaza latente de que ahora el poder es potencialmente más efímero. El solo hecho de que Macri dejara el Gobierno con 40% de votos, después de una gestión económica tan lastimosa, indica que hay un importante porcentaje de la sociedad que elegiría a cualquiera antes de votar a alguien relacionado con el kirchnerismo.
Esta nueva realidad marca tanto al peronismo como al no-peronismo.
Presidenciables. El nivel de conflicto de la última semana entre líderes de la oposición en medio de la campaña electoral, indica que todos ellos son conscientes de que el regreso al poder es una posibilidad cierta. Y que esa chance arrancó ahora.
La cantidad de presidenciables de la oposición genera ese tipo de problemas en el corto plazo, pero podría marcar la vitalidad del espacio con vistas a 2023. Ya se anotaron, entre otros, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Facundo Manes y Gerardo Morales.
También habría que incluir al propio Macri, aunque hoy pocos lo consideren. Es justamente su pobre administración económica relacionada con el 40% de votos con los que se fue, lo que genera más expectativas entre sus herederos. Porque consideran que fue lo suficientemente malo como para no volver a ser elegido, pero con un caudal latente de votos que podrían ser transferidos a un opositor que se presente como heredero “ma non troppo”.
Tanto Larreta como Manes y Morales se muestran críticos con lo hecho por el fundador del PRO entre 2015 y 2019, no solo en el terreno económico. Creen que la cerrazón del espacio en torno al macrismo duro fue uno de los motivos de su fracaso. Ni siquiera Bullrich, elegida por Macri como jefa del partido, es su defensora acérrima. También ella da por finalizado el ciclo de su mentor como jefe de Estado.
Sus cruces de esta semana explicitan que todos toman a estas elecciones legislativas como un paso necesario hacia las presidenciales. Coinciden en que quien mejor se posicione de ellos será el próximo mandatario, porque dan por cierto que la sociedad buscará un cambio político en 2023.
Manes y Morales creen que llegó el turno del radicalismo, con un modelo económico más socialdemócrata y alianzas políticas más amplias. Larreta no piensa muy distinto, salvo que cree que quien mejor lo comandaría es él, al frente de un consenso político y social que represente al 60% de la población. Bullrich sostiene que el error de Macri fue intentar acordar con el peronismo y el sindicalismo: entiende que la única forma de negociar es con una posición de fuerza y aplicando reformas económicas y laborales de shock.
Oficialistas. Que en el oficialismo hoy no se vea el nivel de choques electorales entre sus líderes, puede ser tranquilizador en el corto plazo, pero también significa que no existen tantas alternativas presidenciales para 2023.
Con Cristina Fernández manteniendo el alto nivel de rechazo que comparte con Macri, con Máximo Kirchner en condición similar y con Axel Kicillof enfocado en reelegir como gobernador, las alternativas para dentro de dos años hoy no son tantas.
La primera es Alberto Fernández. Si terminara su mandato con índices razonables de aprobación, dependería de él volver a presentarse. Si todo terminara mal, difícilmente habrá algún candidato de ese espacio con posibilidades de aspirar a la Presidencia.
El otro oficialista anotado es Sergio Massa, quien le prometió al Presidente que lo acompañaría si decidiera continuar, pero que si no, iría él. Siempre, claro, que el resultado de esta gestión no sea tan negativo como para oscurecer también su futuro.
Del espectro oficialista, los únicos que podrían sobrevivir a un mal gobierno serían los gobernadores peronistas que hayan demostrado cierta eficiencia de gestión.
Giro. El primero sería el cordobés Juan Schiaretti, pero cuando esta semana se lo sugirió un amigo que lo visitó desde Buenos Aires, le respondió que se veía más cuidando nietos que en la Casa Rosada. Los otros dos son Sergio Uñac, de San Juan; y Omar Perotti, de Santa Fe; con buenas imágenes en sus distritos.
Perotti no termina de entender por qué Agustín Rossi competirá contra una lista que, además de él, apoyan Cristina y Alberto Fernández. Ella lo llamó para tranquilizarlo y decirle que no había tenido nada que ver. Perotti le agradeció la “buena onda”.
Al lado del Presidente y de la vicepresidenta, empiezan a observar actitudes de ella más contemporizadoras y dialoguistas, tanto frente a los gobernadores como ante el mismo jefe de Estado. Una cierta “albertización” de Cristina. Enumeran:
• Tuvo otro gesto afectivo que no trascendió hacia un gobernador con el que estaba distanciada y venía de maltratar en público, Juan Manzur (al defender el cuestionado Plan Qunita, dijo: “A él no lo procesaron, a los demás sí”). Tras eso, sorprendió a su entorno llamando al tucumano para pedirle disculpas.
• Dio marcha atrás con el plan de no usar los US$ 4.350 millones de derechos de giro del FMI para fines sociales sino para pago de intereses atrasados. Lo hizo tras escuchar las explicaciones de Alberto y de Guzmán. Así archivó el proyecto que presentó, a través de Oscar Parrilli, para que esos fondos fueran destinados a paliar los efectos de la pandemia.
• Sobre el FMI, también dio instrucciones de desistir del juicio contra los directores del organismo que habían autorizado los créditos durante el gobierno de Macri.
• Tras promover desde el año pasado una reforma integral del sistema de salud –lo que fue interpretado por los jugadores del sector como un primer paso para estatizarlo– en su último acto aclaró que tiene prepaga y que “no queremos privatizar nada”. Coincidió con la autorización para que las empresas consiguieran aumentos del 27% hasta fin de año (41% anual).
• Aprobó la decisión presidencial de aceptar las condiciones de los laboratorios para comprar vacunas Pfizer, frente a la postura de su hijo que las criticó en público.
Modo electoral. Pero cerca de Alberto Fernández, lo que más rescatan de este “reencuentro conceptual y personal” es el trabajo conjunto para el armado de las listas, que tuvo su “noche de gloria” durante la cena en Olivos previa al cierre.
El albertismo dice que ganó al retener a Cafiero y al colocar a los número uno de las listas en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires. El cristinismo dice que tendrá más legisladores tras las elecciones. Unos y otros acordaron listas de unidad en la mayoría de las provincias, pero aceptando las prioridades de los jefes de cada territorio.
No se sabe si ya llegó a los oídos de Cristina la idea de su “albertización”, aunque cerca de ella aclaran enigmáticos: “Puede haber algo de eso, pero solo en el terreno político…”
En cualquier caso, su supuesto giro debe ser analizado en el contexto de la campaña.
Lo que le intenta transmitir a su frente interno y a un electorado que reclama moderación a sus dirigentes, es que ella puede ladrar, pero al final no muerde. Es Cristina en su ya conocida versión electoral.
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