Por Pablo Mendelevich |
Como a partir de hoy –a 25 días de las PASO- el Código Nacional Electoral prohíbe los actos de inauguración de obras en los que se promueva la captación del voto, el gobierno se sacó ayer las ganas. Proselitismo estatal al taco: en un acto organizado en Isla Maciel por Presidencia de la Nación, es decir, pagado con los impuestos de todos, el Frente de Todos (sic) alineó a sus líderes en banquetas junto a sus principales candidatos, en el marco de la entrega de la vivienda número veinte mil, y los promocionó sin ahorrar halagos.
Así funcionan las leyes electorales que garantizan la equidad. No sólo para este gobierno. Es un hábito aprovecharse de la condición oficialista. Y pensar que el Código Electoral también exige que las campañas se hagan con la mayor tolerancia democrática. Quien está en el poder puede hacer campaña gratis (tanto el presidente como el gobernador bonaerense pidieron ayer en forma lineal el voto para los candidatos que eran exhibidos en el escenario), siempre que cese esta ventaja el día que para el Código comienza la campaña que, en los hechos, viene rodando. “Son las últimas obras que inauguro”, avisó Fernández sobre el final de su arenga. Quiso decir las últimas obras antes de las PASO.
Es probable que la mayoría de las audiencias hayan estado menos interesadas en la oferta de candidatos oficialistas y las viviendas construidas en Avellaneda que en lo que diría Cristina Kirchner sobre el escándalo del cumpleaños de privilegio. La vicepresidenta no escurrió el bulto.
Instruyó a la intemperie a Alberto Fernández con la autoridad de una jefa. Y con el instinto de quien conoce los puntos débiles de su subordinado: “Alberto, tranquilo, poné orden, no te pongas nervioso y metele para adelante”. Si es por el tono, la frase no se parece a ninguna que le haya dicho antes en público un vicepresidente a su presidente
Por lo visto habían quedado en privado en que sólo ella trataría el asunto, que al final consumió tres párrafos (en realidad, “Alberto no te enojes ni te pongas nervioso” lo dijo dos veces, una por el medio, la otra al final). Todos los discursos se mancomunaron en la estrategia de campaña de criticar con severidad, sin temor a fatigar al público, al gobierno anterior. El repertorio no se apartó mayormente de lo conocido; hasta volvió el reproche de la desaparición del Ministerio de Salud.
“Si quieren podemos hablar de los últimos veinte años”, desafió Cristina Kirchner retórica, e hizo alusión en forma descalificatoria, sin nombres propios, a candidatos rivales que antes “fueron ministros del gobierno de la Alianza”. Precisamente de donde los Kirchner sacaron a Nilda Garré, Juan Manuel Abal Medina, Diana Conti, Alicia Castro, Juan Pablo Cafiero y Chacho Alvarez, entre otros. En un momento quiso hablar del magro porcentaje de votos con el que Néstor Kirchner llegó a presidente y compararlo con el de Illia, pero como no se acordaba la diferencia se la preguntó a Leopoldo Moreau, sentado en la platea. “Poco más de dos puntos”, le sopló Moreau, quien respondió bien aunque tal vez entendió que le habían preguntado cuánto sacó él para presidente cuando en 2003 fue el candidato de la UCR (2,34 %).
La vicepresidenta habló luego de por qué se hizo peronista para poder preguntarse “qué los hace ser macristas a ellos”. Concluyó rápido su investigación: es “el odio hacia el otro”, idea que ya viene trabajando hace rato. Pero volviendo al cumpleaños de Fabiola Yañez (nunca mencionado en forma explícita) para construir la defensa del presidente, la vicepresidenta dijo haberse inspirado en el tweet de La Cámpora en el que junto a una foto en la que se ve a Macri al lado de Dujovne y Peña durante una cena con Christine Lagarde (anterior titular del FMI) dice: “Con la mitad de la indignación mediática de estos días aplicada a otras fotos nos hubiéramos ahorrado el endeudamiento de las próximas décadas”.
En realidad, se trata de una adaptación, probablemente de su autoría, de los argumentos defensivos utilizados por ella ante las acusaciones de corrupción de los últimos años. Son los mismos dos ejes: 1) Macri es mucho peor, y 2) nos atacan porque somos un gobierno nacional y popular. Los errores se magnifican por este motivo, dijo, mientras se oculta la entrega del país. La cena con Lagarde, según Cristina Kirchner, costó 45 mil millones de dólares.
Salvo un fervoroso elogio de Fernández al candidato Daniel Gollán (ex ministro de Salud bonaerense), ni la emergencia sanitaria ni las vacunas formaron parte del temario de este acto, destinado, como queda dicho, a entregar viviendas.
Lo de Alberto enojado o Alberto nervioso, quizás no hace falta aclararlo, se refiere a las últimas versiones que el presidente dio de los sucesos que lo tienen a maltraer. Su crispación aumentó junto con las actualizaciones que le fue haciendo a la versión original del viernes, cuando dijo que el brindis en Olivos no debió haber ocurrido. No utilizó entonces las palabras disculpas ni perdón que sus generosos socios, en especial Sergio Massa, le adjudicaron.
Luego el brindis ascendió a cena (oportuna enmienda: inquietaba que en la Residencia Presidencial ornamentaran un brindis con una elegante mesa, platos, cubiertos y comida). Sobre todo, el presidente explicó que consideraba “miserables” a quienes habían entendido que había culpado a su mujer cuando dijo que lo que no debió hacerse se hizo porque su “querida Fabiola” había “convocado” al festejo. Una singularidad lexicográfica el verbo convocar aplicado a cumpleaños, pero mucho más novedoso fue que un presidente califique de miserable a un ministro bonaerense (de su propio partido) y que en forma simultánea no pida su cabeza.
Sucede que uno de sus exégetas más críticos –del oficialismo, sin dudas, el más punzante- fue el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni, quien dijo: “si entregamos a nuestra compañera es difícil que nos crean capaces de defender al país”. Las palabras de Cristina Kirchner mandándolo a poner orden y bajar un cambio suenan maternales al lado de este rebencazo con resonancia feminista de parte de un ministro cuya autonomía es más misteriosa que un agujero negro. Para decirlo corto: el ministro provincial acusa al presidente de la Nación de “entregar” a su propia pareja y de que eso prueba que no nos cuida y el presidente sólo responde de manera genérica. No es que haya una alteración de la cultura barrial. Sería, en todo caso, un disturbio jerárquico institucional.
Además de las indicaciones que le dieron, Fernández está decidido a no hablar más del cumpleaños número 39 de su mujer, una fecha –la de 2020- que seguramente nunca olvidará. Si no tiene nuevos detalles para suministrar es una buena idea desde el punto de vista de su conveniencia. El problema es que el tema no se vigoriza porque los malvados medios de comunicación lo agiten: ahora lo movió de nuevo la primera dama. La última noticia es que, saludablemente, ella se puso a disposición de la Justicia, igual que la mayoría de las personas que el año pasado (el Día de la Toma de la Bastilla) participaron de su privilegiada celebración cumpleañera cuando estaba prohibido hacerlo. Pero hasta donde se informó hubo un participante que no se presentó a la Justicia: el que dijo “el único responsable soy yo; doy la cara y me pongo al frente”.
© La Nación
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