Alberto Fernández junto a Gregorio Dalbón, su abogado en la causa por
la fiesta en la Residencia de Olivos.
Por Eduardo Aulicino
Carla Vizzotti acaba de hacer su aporte al intento de diluir o minimizar el caso del cumpleaños de Fabiola Yañez en Olivos, durante la cuarentena severa. La ministra de Salud le restó importancia con argumento político o publicitario. No podría hacerlo desde el terreno sanitario, que es su área, porque aquel festejo desacredita desde el mismo poder el pedido de esfuerzo a la sociedad frente al largo confinamiento inicial y a las posteriores restricciones.
El mensaje de la funcionaria se rige por otra necesidad. Es reflejo de una estrategia básica del Presidente, que licúa cada día más su palabra: sepulta su módico pedido de disculpas con el insostenible argumento de la falta de delito para cerrar el capítulo judicial.Es probable que la ministra no haya coordinado su discurso palabra por palabra con el resto del equipo presidencial, aunque está en la línea expuesta por Santiago Cafiero. El jefe de Gabinete fue el primero en deshacer el discurso oficial de unos días antes sobre la inexistencia de encuentros sociales en Olivos durante los días de restricciones sociales severas. Vizzotti agregó por su cuenta que la “película” de la política sanitaria del Gobierno “compensa” lo que, sí repite, fue un “error”.
Es una vuelta discursiva no utilizada en público, aunque más o menos expuesta en el círculo de Olivos como expresión, además, de enojo por el impacto del tema –exclusivamente mediático, en esa mirada- y por cierta falta de valoración sobre lo hecho por el Gobierno. La idea de la “compensación” tiene como presupuesto que la “película” sería incuestionable –no admite críticas- y que la “foto” –el hecho del festejo- estaría libre de responsabilidades y consecuencias. Es un autoperdón.
Fuera de cualquier consideración legal y ética, la línea desarrollada por el Presidente y por el Gobierno no quedaría exenta de crítica, desde un punto de vista descarnado, por los efectos contrarios a la intención de liquidar la cuestión y lograr la vuelta de página. Hay quienes recomiendan, en estos casos, asumir la responsabilidad de entrada, absorber el impacto y mostrar “arrepentimiento” efectivo. No es lo que está ocurriendo.
De hecho, el Presidente asumió con vueltas un discurso para lamentar lo ocurrido cuando ya era imposible negar las fotos. Lo hizo con visible enojo - sobre todo en su segunda entrega- similar a lo que transmite en su propio circuito. Después se decidió aceleró la difusión de videos, recortados, como táctica de contrafuego para liquidar la cuestión. Difícil, con el frente judicial abierto y con los temores a otras imágenes. Pero en cualquier caso, el efecto mayor viene siendo el esmerilamiento autoinfligido en la palabra presidencial.
La disculpa de Alberto Fernández precipitada por las primeras imágenes mostró a poco de andar que era entendida como una formalidad. Y como un gesto en un solo acto. Una confusión, si se prefiere, porque el hecho de lamentar el festejo o hasta de pedir perdón no disuelve la gravedad del episodio. En todo caso, la disculpa tiene sentido si el discurso suma actitud posterior, práctica.
Lo que viene ocurriendo desde el principio va en dirección opuesta. Cafiero utilizó términos muy cuidados –error- y hasta livianos –descuido- para referirse al caso cuando fue aceptado, es decir, cuando a las listas de visitantes se habían agregado dos fotos del cumpleaños de Fabiola Yañez.
Existe además un antecedente sobre la actitud del Gobierno frente al otro caso escandaloso vinculado con el coronavirus. La vacunación VIP empujó la salida de Ginés González García, una decisión política para tratar de clausurar el episodio que, como se vio después, no era solitario. Había que atender también sus estribaciones, incluida la judicial.
El Presidente cargó entonces sobre jueces y fiscales, sin mencionarlos por su nombre, y dijo que no existía delito alguno. Dejó esta frase: “No hay ningún tipo penal en Argentina que diga ‘será castigado el que vacune a otro que se adelantó en la fila’”. Sugirió una picardía para correr del centro la responsabilidad de funcionarios.
Ahora, el objetivo inmediato es cerrar el costado del Justicia. Es un círculo vicioso, porque eso apunta a bajar el tema de la cartelera pero a su vez, el argumento esgrimido para hacerlo termina de colocar como una impostura el acto inicial de lamentar lo que había ocurrido y enfatizar después, también en boca de funcionarios, que ya había sido pedido el perdón.
El Presidente decidió avanzar con el extraño planteo según el cual el incumplimiento del DNU que imponía normas para la cuarentena dura no constituye delito alguno. Los argumentos en el plano jurídico ya fueron rechazados por especialistas en la materia. Va en contra del sentido común el énfasis en que no hubo delito porque a pesar de violar el decreto, no está comprobado que haya provocado contagios. Y peor suena la propuesta de hacer alguna donación monetaria para compensar un daño que no es reconocido como tal.
Al mismo tiempo, esa movida presidencial para lavar el festejo en Olivos pone aún más en discusión las multas, juicios y hasta alguna prisión en suspenso contra gente acusada de violar la cuarentena. Son miles de casos que como tendencia fueron celebrados por el oficialismo. Además, derrumba la movida para cargar contra referentes opositores –Elisa Carrió, Mauricio Macri- con el argumento de que violaron las restricciones y cometieron un delito. Con todo, nada comparable con el eco de las reconvenciones al común de la gente.
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