Por Claudio Jacquelin
Si la pandemia del Covid-19 abrió la era de la incertidumbre, Alberto Fernández terminó por consagrarla. Ese axioma podría resumir el escenario con el que los argentinos concurriremos a las urnas dentro de dos semanas.
Las elecciones de ayer en Corrientes no son medida para despejar dudas, por las particularidades locales, aun cuando puedan aportar elementos para afinar el análisis, como que el Presidente sigue sin encontrar motivos para celebrar.
Las certezas sobre los resultados probables de los próximos comicios son escasas, pero más aún lo son sobre el nivel de la participación y las motivaciones del voto que emitirán los electores. Los instrumentos de medición no resultan confiables.
Los datos existentes sobre el humor social indicarían que con el deteriorado estado de ánimo que reina en la población, la negativa percepción respecto de la situación económica actual y futura y la crítica opinión sobre la performance del Gobierno, el oficialismo se encamina a una derrota nacional, según los antecedentes de elecciones legislativas desde hace 25 años. El riesgo de equivocación es muy elevado.
No hay encuestadora seria que se anime a pronosticar la defección del Frente de Todos sin expresar dudas y temer por el costo reputacional que eso podría tener. Al contrario, son mayoría los que dan algunos puntos de ventaja al oficialismo. Por eso, cada vez más consultores respetables prefieren reservar sus encuestas para quienes los contratan.
Las incógnitas se potenciaron en las últimas tres semanas. Podría decirse que el Presidente lo hizo. El primer mandatario ha acumulado méritos con su sucesión indetenible de desaciertos, furcios y errores no forzados para coronar el estado de perplejidad reinante. El hiperpresidencialismo argentino resalta la desnudez del exhibicionista.
Desde que se desató el Olivosgate, el Presidente ha quedado cruzado por el fuego enemigo y, también, amigo. Lo más inquietante es que desde hace un mes se ha vuelto más vulnerable y más dependiente de sus socios políticos, empezando por su mentora y su hijo, en su condición de líder de la falange más poderosa del oficialismo. Fernández está hoy a merced de Cristina y Máximo, pero, sobre todo, de Alberto.
Desde que Cristina Kirchner exigió “Alberto, poné orden donde tengas que poner orden”, el Presidente ha mostrado notables dificultades para reorganizar su casa sin romper algo en cada intento. Nada es más elocuente que la forma en la que lo contradijeron anteayer los precandidatos que encabezan las listas porteña y bonaerense del FdT.
Aunque Leandro Santoro y Victoria Tolosa Paz ocupan esos lugares por su condición de albertistas indudables, ambos tomaron abismal distancia de la defensa de Fernández de la descontrolada profesora que, abusando de su poder en un aula, descalificó las opiniones políticas de un alumno, hasta llegar casi al borde de la amenaza de reprobar la materia.
Ante la indisimulable violencia que expresan las imágenes y las palabras de la “docente”, la actitud de Fernández resultó indefendible hasta para los propios. Tanto como para que algunos frentetodistas reputados empiecen a elucubrar excéntricas teorías, en un intento de dotar de racionalidad a tales acciones presidenciales. “Cuanto más débil está, más obliga a que lo cuiden. Y lo logra, porque necesitan que no los arrastre. Mirá cómo salieron a instalar la idea de la reelección justo en su peor momento”. El exégeta ve sentido estratégico donde la mayoría observa torpeza, desvarío o pulsión por el autodaño. La impresión que se llevaron algunos interlocutores recientes del Presidente es más cercana al desconcierto que a la admiración.
En esta sucesión interminable de gafes, aquel “poné orden” cristinista cobra sentido polisémico. Trasciende la fiesta clandestina. El “donde tengas que poner orden” se extiende en el tiempo y en el espacio.
La exigencia de la jefa refiere al presente tanto como al futuro. Puede traducirse en un “no desordenes más” porque “nos afectás a todos y comprometés nuestro futuro, no solo (o aún más) el tuyo”. Ya lo dijeron Cristina y Máximo: necesitan, buscan, pretenden más de un mandato. La Cámpora anticipó que su proyecto es de un par de décadas. Que el presidente de transición se vuelva un gobierno de transición desvela al kirchnerismo. La pérdida del poder dentro de dos años no está en sus cálculos. Sería imperdonable. La paciencia tiene sus límites,
La instalación de Máximo
Merece leerse en este contexto el perfil de Máximo Kirchner publicado por la revista digital Anfibia con el título “El arquitecto zen”, ilustrado con una foto cuyo crédito dice “Prensa Máximo Kirchner”. El rígido control comunicacional que practican La Cámpora y su líder impide interpretarlo en otro sentido que no sea el de una escalada en la instalación del hijo bipresidencial. Como un ensayo de biografía autorizada de campaña.
Así lo leyeron en los principales despachos del Gobierno. “Además de todo, Máximo escribe bien”, comentó con sorna un funcionario tras escuchar el calificativo de “publinota” dado por su interlocutor al artículo, que se propagó por los chats de la Casa Rosada. Lo más relevante de la nota, además de la exaltación de virtudes del jefe del bloque de Diputados del FdT, se encuentra en los mensajes que emanan. Muchos dirigidos hacia esa auténtica entelequia llamada “albertismo”.
En la nota, desde el off the record, Máximo sostiene sus diferencias con Fernández por el armado de la lista bonaerense, cuya conformación final, dice, obtendría 3 o 4 puntos menos que la que él proponía.
Pero más importante es que reitera exigencias sobre un acuerdo con el FMI. El Presidente pareció ceder a eso al expresar en los últimos actos más dureza y hacer saber que el acuerdo no está cerrado. En medio, resurgieron versiones desde el cristinismo de que sigue en pie un intento de cambiar de acreedor: del FMI a China. Las palabras de la directora del Fondo respecto de que los países con excedentes que recibieron derechos especiales de giro podrían ayudar a los que tienen dificultades alentaron las especulaciones. Los chinos recibieron casi lo mismo que adeuda la Argentina al organismo.
Las versiones generan interpretaciones diversas. Algunos les asignan algún grado de viabilidad. Para muchos, es un intento de presionar a Estados Unidos agitando el fantasma chino para que su promesa de ayudar a resolver la deuda tenga características tan excepcionales como las que hicieron que Mauricio Macri recibiera US$57.000 millones. Pretenderían aprovechar la particular coyuntura de inestabilidad política en el subcontinente, el avance de China y los problemas internacionales de EE.UU. Por ahora son versiones. Y ya hubo un cuento chino sin final feliz.
Será ese uno de los grandes desafíos para el tiempo poselectoral, que no promete ser un lecho de rosas. Demasiadas cosas están pendientes y las demandas sociales no dejan de crecer.
Alertas para el kirchnerismo
El clima con el que se llega a las urnas es inquietante. Vale mencionar algunos datos de una encuesta realizada por la consultora Escenarios, fundada por los politólogos Pablo Touzón y Federico Zapata, de cuya pertenencia al campo nacional y popular nadie puede dudar. El estudio, destinado a indagar cómo es la sociedad que irá a las urnas, arroja resultados que parecen cuestionar la cristinización de Fernández, alejada de la moderación y apertura con que se candidateó a la presidencia.
Más del 77% de los encuestados están insatisfechos con la marcha del país. El 65% afirma que su situación económica empeoró en el último año, y similar porcentaje considera que empeorará el próximo. Los números se repiten con los que dicen que si pudieran irse del país lo harían o, al menos, lo evaluarían. Parece natural cuando se observa que el estado de ánimo del 76% de los consultados está dominado por la bronca, el cansancio y la tristeza.
Más inquietante resulta otro resultado ante el proceso de radicalización presidencial: un 68% dice que “la Argentina es un país ideologizado y dividido, incapaz de construir acuerdos pensando en el futuro”. Además, un 80% afirma que la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Córdoba son “las provincias que más se acercan al que debiera ser nuestro modelo óptimo de país”. El rechazo al kirchnerismo en ambas es el mayor del país. Más inquietante aún para el oficialismo debería ser que el 53% confía más en los empresarios “para resolver los problemas presentes y futuros del país”, contra casi un 34% que dice confiar en los políticos.
Si el sondeo reflejara cabalmente lo que piensa, espera y demanda la sociedad que irá a votar dentro de dos semanas, el Presidente debería empezar a recalcular. Pero Fernández está a merced de Cristina, de Máximo y del nuevo (y desconcertante) Alberto.
La incógnita electoral adquiere así más relevancia. Tal vez en esta instancia no perjudique tanto al oficialismo el hecho de que la demanda de recambio de la dirigencia política sea muy elevada para todas las fuerzas, también según Escenarios.
La principal fuerza opositora no está libre de esa exigencia ni le sobran méritos para demostrar que ha superado su propio pasado o que ofrece un futuro sin conflictos que atenten contra sus chances electorales, más allá de 2021.
El contundente triunfo de anoche del radicalismo en Corrientes, con la reelección de Gustavo Valdés, puede adelantar algunas señales sobre el futuro de la oposición. El signo positivo para la dirigencia cambiemita es la derrota sin atenuantes del FdT, que entona sus ánimos de cara a las próxima elecciones nacionales aunque sea inextrapolable el resultado.
Por el contrario, más inquietantes pueden ser algunos mensajes destinados a instalar que el triunfo no fue mérito de Juntos, sino solo de los radicales. Eso sí podría ser extrapolable fuera de las fronteras correntinas en la carrera hacia 2023. También sería un respiro para el asediado Fernández y sus socios.
© La Nación
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