Por Luis Tonelli
Néstor Kirchner solía decirles a sus pares del extranjero, cuando le manifestaban su preocupación por la deriva ideológica del país “Tranquilos, no escuchen lo que digo, miren lo que hago”. O sea, una cosa es el jueguito que se hace para la tribuna, y otra muy diferente, son los lineamientos concretos de política exterior importantes. Como lo hizo por años el PRI mexicano, no muy diferente a lo que hace hoy AMLO desde su presidencia admirada por Alberto Fernández.
El otro modo, en las antípodas de manejar contradicciones profundas al interior de un gobierno es nuestra conocida fórmula durante el virreinato de “acatar la ley, pero no cumplirla”, en donde en su extremo esta esa modalidad que los portugueses llamaban “para mostrar a los ingleses”: abundar en elogios y lealtades en las palabras, pero no en los hechos.
Frente a todo este amplio espectro de modalidades políticas, donde también está la posibilidad de ser simplemente coherente entres los dichos y los hechos, el gobierno de Alberto Fernández ha ensayado todas y en simultaneo. Casi pareciera estar inspirados en esas verdaderas heridas narcisistas que fueron para el racionalismo cartesiano el ascenso de la literatura postmoderna. En lo 80 leíamos a Jean Baudrillard como un típico autor hiper explicativo, esos que detectan ciertas tendencias incipientes en la sociedad y las entronizan como el futuro que ya está entre nosotros. En este caso la imposibilidad de un sentido general, dada la explosión de la información y nuestra incapacidad parar procesarla, dándonos todo igual: la era del vacío, de la posverdad, de la confusión.
Finalmente, la de Alberto Fernández es una presidencia virtual, que no es lo mismo que decir una presidencia que no existe. Es una presidencia paradójica que tiene su margen de maniobras en su liviandad, en su superficialidad, y fundamentalmente en sus contradicciones.
Estamos diseñados para observar la política de la decisión, o sea lo que se hace. Como decía Heiddeger, nos identificamos más con nuestros Dioses que con los animales (y claro, a nuestros Dioses los hemos inventados nosotros). En la expresión de Les Luthiers “al principio fue el Verbo…si, el verbo HACER”.
Y la política, heredera de la religión, en conceptos y funciones, es el reino de la decisión. Pero tan importante o más que la política de la decisión es la política de la NO decisión. Miramos el Congreso y lo evaluamos según las leyes que se sancionan, pero su principal función es quizás la de no poder sancionar todo lo que proponen sus representantes. En términos teóricos, el Congreso podría legislar en temas infinitos) lo que es lo mismo que decir, que el Orden estaría puesto en cuestión continuamente. Pero las características de nuestro diseño institucional y de la política, hace que solo unos pocos acuerdos redunden en leyes. El reino donde todo es posible se reduce a las pocas decisiones sobre las cuales puede darse cierto consenso, y gracias a eso, se garantiza la inercia que es clave para nuestra cotidianeidad.
El “hablarse encima” del Presidente, ese contradecirse permanentemente en el mismo párrafo, obviamente produce una hiper inflación discursiva en el que se derrumba el valor de la palabra política. Pero un gobierno no se compone solo de palabras. En un punto, la vicepresidenta Cristina Fernández es la dueña de la palabra en el Frente de Todos. Cosa que la oposición la extiende hasta interpretar su silencio como si fuera estridente, que es la manera de mantenerla como su “enemiga pública Nro. 1” y disfrutar del rechazo que produce entre sus acólitos (estrategia en espejo con la demonización de Mauricio Macri por parte del kirchnerismo).
Pero si CFK tiene el Twitter (cuando antes tenía el púlpito), Alberto Fernández posee el “cajón”, lugar abismal donde mueren las iniciativas callada y discretamente.
Es de ese modo que el Presidente pequeño, pequeño ha logrado su módica supervivencia, que en política lo es casi todo: farragosidad de palabras, un galimatías indescifrable, y en esa confusión las pocas arbitrariedades que le permite su presidencia formal: el bloqueó decisional.
Todo lo cual es absolutamente ineficiente e ineficaz, pero la forma en que Alberto Fernández ha encontrado de poder lidiar con su vicepresidenta, con una coalición heterogénea y plagada de enfrentamientos, y también con la oposición.
Seguramente, una metodología que no va a figurar ni en los manuales de ciencia política ni va a merecer siquiera una cortada de un barrio desangelado. Pero como decía un viejo político “es preferible mirar la Plaza de Mayo desde la Casa Rosada, que estar puteando al morador de la Casa Rosada desde la plaza”. Ah, ¿el país? “Bien, gracias… ¿o te cuento?”
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