Por Gustavo González |
Es parte de una terna de gobierno en la que él no representa el mayor poder, pero es el equilibrio entre quienes sí lo representan. Si su plan sale bien, está seguro de que se convertirá en líder de ese triángulo y será el eje del nuevo ciclo histórico.
Era el año 60 a.c. y Julio César entendía que su menor poder no era un disvalor sino lo que le permitía ser una pieza clave para que quienes comandaban el Imperio Romano, los cónsules Pompeyo y Craso, no terminaran destruyéndose entre sí.
Los tres formaron el Primer Triunvirato imperial en una alianza que se prolongó durante siete años. Hasta que, al fin, Julio César asumió el poder absoluto.
El plan de Sergio Massa no es muy distinto, aunque tiene la esperanza de terminar mejor que aquel político romano que luego sería asesinado por un grupo de senadores.
Jugar todo. Máximo Kirchner cree que el frente oficialista tiene dos opciones ante las elecciones. O aúnan posiciones para defender la gestión de Alberto Fernández. O relanzan el Gobierno y profundizan el modelo. Con esas dos hipótesis llegó hace diez días a una cita de La Cámpora en Carmen de Areco. Él se inclina por la segunda alternativa.
Máximo plantea dos hipótesis de campaña: 1) defender la gestión y plesbicitar o profundizar el modelo. Cerca de Alberto responden que se deben hacer ambas cosas.
Cree que el oficialismo debe jugar todo en estos comicios, mostrar unidad y explicar “por qué llegamos para cambiar la realidad y construir algo mejor”. Para avalar su postura cree que “hay que poner toda la carne en el asador de la provincia de Buenos Aires”. O sea, hacer competir ahí a los mejores candidatos. Él tiene uno: Massa. Sostiene que sería quien más votos conseguiría y que eso, además, lo posicionaría para las presidenciales de 2023. “Yo lo votaría en las dos elecciones”, lo escucharon decir.
Algunos dudan de si se trata de una ironía o de una maldad: se cree que hoy sería muy difícil que se pudiera repetir o superar la diferencia de 14 puntos que Kicillof le sacó a Vidal en 2019. Una diferencia menor podría ser leída como un triunfo a medias o, incluso, una derrota.
¿Por qué Massa se arriesgaría a un resultado adverso si nada lo obliga a hacerlo hasta 2023?
El hijo de Cristina asegura que no es una chicana. Para dar muestras de que va en serio lo de jugar todo, el jefe provincial de La Cámpora, el diputado Facundo Tignanelli, arriesga que, si Massa no se presenta, entonces debería hacerlo el propio Máximo.
Doble filo. La otra alternativa que plantea Kirchner es la de enfocarse en plebiscitar la gestión de Alberto. En ese caso, entiende que el Presidente debería ofrecer a sus mejores espadas. Piensa en los ministros Katopodis y Arroyo y, en especial, en Cafiero, el jefe de Gabinete.
Es una propuesta de doble filo: si quien encabeza la lista es de Alberto y no le va bien, la mala elección se leería como un castigo hacia su gestión. Al margen de que igual entrarían al Congreso quienes secunden a ese candidato y que serán, en su mayoría, cristinistas. Y si le fuera bien al ministro, se puede interpretar que el triunfo es de todos.
Cerca del Presidente creen que no hay dos opciones sino una: “Hay que plebiscitar la gestión, lo que se hizo pese a la pandemia, las 1.500 obras públicas, los planes de vivienda, el fortalecimiento del sistema de salud. Y, a la vez, mostrar que nuestro proyecto es profundizar el cambio de país que propusimos en 2019 y que la pandemia demoró.”
Por ahora, Alberto Fernández no le pidió a ninguno de los tres ministros que fuera candidato. “Aún queda mucha gestión por hacer”, dice uno de ellos, anticipando su deseo. “Además, quienes traccionarán los votos serán Alberto, Axel y Cristina. El nombre del candidato es menos importante”, agrega.
Equilibrio. Massa ya conoce el planteo de encabezar la lista bonaerense y piensa que es una propuesta de buena fe. Pero no será de la partida.
Supondrá que tiene más para perder que para ganar, pero sobre todo, no se imagina hoy inmerso en el fragor de una batalla electoral. También debe recordar que ningún oficialismo peronista ganó en las legislativas provinciales desde 2005, cuando Cristina fue electa senadora.
Por eso, Massa le responderá a Máximo que su aporte será sumar a algunas de sus mejores piezas, como los diputados José De Mendiguren (hoy en el BICE) y Mirta Tundis. Por lo demás, su postura es la de cerrar filas sobre Alberto Fernández, coincidiendo en que debería ser uno de sus ministros más influyente quien encabece la lista o, en todo caso, un intendente como el de Lomas de Zamora, Martín Isaurralde; o el de Escobar, Ariel Sujarchuk.
Curioso: no es tan sencillo encontrar candidatos entre los que hoy ocupan cargos ejecutivos. De hecho, Máximo ya había tanteado a la propia esposa de Massa, Malena Galmarini (Aysa), a Fernanda Raverta (Anses) y a Luana Volnovich (PAMI). Ninguna le dio el sí.
“Es que, cuando gobierna el peronismo, nadie quiere ser diputado”, interpreta un veterano de ambas funciones. La única que sí estaría dispuesta a dar el salto es Victoria Tolosa Paz, esposa del histórico publicista peronista Pepe Albistur y titular de un ente sin mayor relevancia ejecutiva: el Consejo de Coordinación de Políticas Sociales.
Siguiendo la estrategia cesarista del tercer hombre, Massa se percibe como “un factor de equilibrio” en medio de un arco de tensiones en el oficialismo que van de la Nación a la provincia de Buenos Aires y desde el mismo Máximo a su madre.
Pero las distintas estrategias que se debaten indican que es un equilibrio inestable. Y la inestabilidad habla de un Gobierno en el que conviven modelos distintos, tanto en las formas como en el fondo.
Ruidos. Alberto y Cristina también hacen equilibrio. La oposición quiere verla a ella como la titiritera, pero éste no es el gobierno que ella haría. Ella no cree que Martín Guzmán sea el ministro que vaya a inyectar un shock de demanda que le aporte combustible a la economía (“y a la inflación”, agregaría Guzmán). Lo considera demasiado cauto en la negociación con los acreedores y con el establishment en general, y demasiado cuidadoso del déficit en medio del crack de una pandemia. Es la tibieza que Cristina también le achaca al gobierno nacional en materia de Justicia y en el relacionamiento internacional.
Hoy Massa se siente cómodo escuchando ruidos de unos y otros. Mientras no se muestre como un “primus inter pares”, no tendrá problemas. Aunque en las últimas semanas, ciertas usinas oficialistas y opositoras lo imaginan protagonizando un thriller político: tras un eventual sisma electoral del Gobierno, Alberto y Cristina se correrían para que él asuma la presidencia y complete el mandato hasta 2023. Aunque suene increíble, en los bordes del peronismo hay por lo menos un equipo económico que trabaja con esa hipótesis.
La futurología no es una ciencia reconocida y, en el caso argentino, ni siquiera debería ser considerada un arte. Pero hay políticos y economistas que viven de imaginar futuros alternativos.
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