Por Roberto García |
Cuando Alberto Fernández dijo que no sabía lo que pasaba en Cuba, ignorancia compartida por su Canciller y el séquito de turno, casi nadie le creyó. Era, para todos, un cínico oportunista que no deseaba confrontar con su mandante Cristina Kirchner, adoradora del régimen de la isla. Ahora corresponde una reparación a la buena fe presidencial: tampoco sabe lo que ocurre en Europa y en los Estados Unidos con relación al Covid-19.
Si hay angustia y temor en el exterior por el contagio de la variante Delta, no ocurre lo mismo en el rodeo doméstico del mandatario argentino: cree y repite que faltan pocos meses para alcanzar la inmunidad sanitaria en el país. Piensa, como su colega en Capital, Horacio Rodríguez Larreta, que Delta es apenas la cuarta letra del alfabeto griego: van al revés del mundo, seguramente por las elecciones venideras. Hay que derrochar optimismo. Y ninguno de ellos tampoco se formula esta pregunta: si bajó tanto el contagio y las internaciones, cuál es la razón por la cual no desciende en forma mas violenta el numero de muertos.
Otro vacío mental le ocurre a Fernández con la bajante del Paraná: hace mas de dos meses que se advirtió el fenómeno, empiezan ahora a prestarle atención y asustar a la gente con restricciones por el agua potable. Poco serio: los problemas serán, en todo caso para la operatoria de las centrales. Igual, este acontecimiento de la naturaleza ha servido para que el gobierno se diera cuenta de lo que gasta en importaciones de energía (reconocimiento del titular del BCRA, Miguel Angel Pesce): viene a ser casi lo mismo que, por la emergencia de la pandemia, supondrá el ingreso extraordinario de los DEGs del FMI. Una vida de esfuerzo para conseguir ese recurso salvador, diría Martín Guzmán, y la misma plata se pierde por el desaguadero de la improvisación. La misma estupidez que en tiempos de Kiciloff: si hubieran taponado ese agujero, el país hasta hubiese tenido superávit.
Son temas menores para el maravilloso universo de Lewis Carrol de la Casa Rosada. También para la sede porteña de Uspallata, el bastión de Rodríguez Larreta. Demasiados conflictos antes de presentar las listas este fin de semana: no hay espacios para todos. El Presidente, por ejemplo, compartió reunión con Massa y Máximo —entre otros— para definir candidaturas; la propuesta, en la provincia, fue designar 9 aspirantes de su colección para un catálogo de 18. Le explicaron, como mandaderos de la señora, que la hilera de postulantes se iba a llenar con protagonistas de La Cámpora, de Massa y los sindicatos (tal vez algún intendente). Ni le anotaron el primer lugar para Victoria Tolosa Paz. Y, además, requerían que Santiago Cafiero dejase la jefatura de Gabinete y encabezara el rollo provincial. Molesto, Alberto se enojó, retirándose como en el teatro. Estaba mal dormido también, ya que tenia un arrastre por el festejo del cumpleaños de Fabiola, celebración que culminó con ambulancia por la descompensación de una invitada. Ese episodio sirvió para otro tipo de versiones que le hirvieron la sangre. O no tanto.
Se compro un traje azul el intendente Zabaleta, por si liga el lugar de Cafiero en el caso de que Fernández “lo entregue” en el tráfico de personas. Es del mismo team, confía. Los otros inscriben en las listas a Kreplak por la oferta de vacunas que habrá en estos meses y quieren incorporar a un reticente Martin Insaurralde: difícil que quien fue candidato a gobernador deje su feudo para convertirse en diputado. A menos que haya otro premio. Falta la voz final de la doctora que en ese sector canta mejor que Frank Sinatra.
No menos ardiente se vive el proceso en la sede de Uspallata, corazón del PRO. O de Rodríguez Larreta. Como le explicaron que un jefe debe tomar decisiones, el alcalde eligió a María Eugenia Vidal en Capital y Diego Santilli en Provincia. Ni que fuera Cristina en sus mejores tiempos. Dos determinaciones provocativas: se alzaron varios y Rodríguez Larreta calmó —con terapia y otras sutilezas— las pretensiones de Jorge Macri, Miguel Pichetto y, en especial, Patricia Bullrich. Todo un hallazgo. Pero el miércoles alguna promesa no se cumplió y se rebeló Patricia: parece que ni contemplaban a Gerardo Millman, un protegido suyo, en la provincia. También abundaron desencuentros por la confección de listas en distritos de menor cuantía y por cargos menores, sangre en esas porfías. Es que en el negocio de la política se paga al contado, no hay cuotas.
Además, las ingenierías para satisfacer voluntades no son suficientes: se volvió traumática la vuelta de Vidal al distrito porteño y poco seductora parece la incursión de Santilli en la provincia. De repente, la aparición del médico Manes le dio aire al radicalismo, tan inesperado como la oposición de Ricardo López Murphy en la interna de la Capital: son situaciones nuevas para Rodríguez Larreta, quizás confusas. La ventaja de estas primarias para Juntos por el Cambio es su duración: apenas 40 días de guerra. Después, los que se pelean irán de la mano hasta noviembre, compartiendo boleta. Aunque es diferente el proceso oficialista porque no participa en primarias ciertas y responde a un solo mando, también allí hay demasiadas abejas para meterse en la colmena y la reina, única hembra fértil de la colonia, ya no pone tantos huevos como antes y le cuesta unificar a su población. Inclusive el de Alberto Fernández algunos sueñan que venga con dos yemas.
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