Por Fernando Savater |
Dimos un gran paso hacia la humanidad cuando cambiamos la repulsión por el sufrimiento de los semejantes y el miedo al contagio de la muerte por la vocación del cuidado del otro. Primero serían las madres velando por sus hijos pequeños, luego por los de todas; después el dudoso afecto a los mayores que antes protegieron más que intimidaron; luego la compasión auxiliadora que se aplica a cualquiera porque todos se parecen demasiado a nosotros como para rechazarlos.
Nuestros rostros de primates son muy elocuentes —risas, llantos, muecas de dolor o de espanto...— y entender sus mensajes es anterior a la palabra misma, pero no tardamos en aprender a decir “te quiero”, “estamos juntos”, “no me abandones”... Acercarnos al otro cuando vamos de caza, cuando empieza el banquete, cuando urge el sexo es vitalmente razonable: tratar de aliviar al que se queja, al que ya no puede ofrecernos más que su angustia, a quien pide compañía en su extinción... es un riesgo extraño, que la vida elemental no justifica.
Nadie elige dejar de vivir (somos nuestra vida, no conocemos otra cosa) pero podemos optar por dejar de sufrir. Nada más respetable: obligar a seguir padeciendo a quien no quiere es tan malo como ejecutar al que desea vivir. Ayudar a la muerte voluntaria es una forma de misericordia civilizada. Pero recordemos el cuidado que inaugura la humanidad: prevenir el daño, curarlo cuando llega, aliviar a quien no sabemos curar, acompañarle hasta el fin.
Algunos no quieren eutanasia pero nadie rechaza los cuidados paliativos: sólo por esto ya deberíamos dedicarles más atención. Paliativos sin Fronteras ha editado un compendio, Los valores del cuidado, que responde a todas las preguntas teóricas o prácticas sobre el tema. Preguntas sobre cómo nace y se ejerce la humanidad...
© El País (España)
0 comments :
Publicar un comentario